Por Gustavo González |
Cristina también hace su aporte, aunque a ella le cuesta más, debido a su natural impronta ejecutiva.
Ellos siguen siendo los líderes de dos espacios irreconciliables de la Argentina agrietada. En su momento, entre unos y otros representaban casi al 100% de la población.
Es probable que hoy representen solo a una parte de aquella mayoría abrumadora.
Ayer vs. hoy. Como líderes que no ejercen en plenitud el poder, abrieron una puerta para que otros puedan crecer
políticamente. Para los demás es una oportunidad, pero también es un problema.
Macri no se mete en la gestión de quien hoy es el mayor referente de la oposición, Horacio Rodríguez Larreta. Hablan cuando este lo llama, y no lo llama todas las
semanas.
Cristina se mete mucho menos en la gestión de Alberto Fernández de lo que su impulso le dicta, aunque más de lo que algunos albertistas desearían.
En el macrismo se preguntan qué querrá hacer su líder. Piensan que su estrategia es separarse de los manejos de esta pandemia (él cree que el Gobierno descuida
la economía con una mirada excesivamente epidemiológica), para regresar como candidato en 2021 solo si la necesidad de fueros se lo requiriera.
En el cristinismo también se preguntan qué querrá hacer su líder. Incluso algunos ya se atreven a insinuar si no fue un error haber cedido la presidencia.
Pero la mayoría cree que el aporte de ella es generoso y es el correcto: “Para el 2021 falta mucho, ya habrá tiempo de volver a pelearnos por los cargos”.
Hoy las encuestas les indicarían a ambos no confiar demasiado en el futuro. En las últimas semanas se conocieron seis en las que el denominador común es la alta
imagen positiva, no de los líderes del oficialismo y la oposición, sino de las dos personas que más protagonismo tienen en la actualidad: el Presidente y el jefe de Gobierno porteño.
El primero conserva una imagen positiva en torno al 70%, y el segundo, un promedio de 10 puntos menos. Mientras que la imagen positiva de Macri apenas supera el 30%, y la de Cristina,
el 40%. Nada desdeñable en ningún caso, salvo porque sus imágenes negativas también aparecen altas (entre el 50% y el 60%).
Lo que también surge de los sondeos es que tanto Fernández como Larreta recogen adhesiones desde los sectores sociales que no los votaron.
17. Macri desprecia a Cristina y ella lo detesta a él. Tienen sentimientos parecidos a los que sus seguidores
sienten por los seguidores del otro.
Un peronista histórico, amigo de CFK, lo explica así: “Ni ella ni Macri lograron superar la grieta. Puede que para él sea una decisión estratégica.
Pero para ella es una herida muy fuerte producto de lo que está segura de que fue una persecución de la mesa judicial de Cambiemos”.
En cambio, Fernández y Larreta se estiman. Se conocen desde hace años de la política porteña, donde el peronismo para el primero es su hogar y para el segundo
fue su primer hogar. Desde que Alberto llegó a la Casa Rosada con su equipo, el cristinismo le achaca que parece un gobierno conducido por el peronismo porteño. Se podría decir que entre ellos tienen mejor
sintonía de la que mantienen con miembros de sus respectivas alianzas. Su lazo natural de comunicación es el ministro del Interior, Wado de Pedro, pero es habitual que se mensajeen en forma directa.
De ahí hacia abajo, armaron una estructura de relacionamiento bien definida. Cada uno aporta ocho funcionarios claves en esa construcción política y ejecutiva: el
vicejefe Santilli interactúa con el secretario general Vitobello; el jefe de Gabinete, Miguel, con su colega Cafiero; los ministros de Salud, Quirós y González García, se mueven en dupla; el secretario
general Straface, con el secretario de Asuntos Estratégicos, Beliz; el secretario de Transporte, Méndez, con el ministro del área, Meoni; la ministra de Educación, Acuña, con su par Trotta;
la ministra de Desarrollo Humano, Migliore, con su colega Arroyo, así como los voceros Coelho y Biondi.
Estos 16 funcionarios tienen algo en común: no están atravesados por la grieta. El 17º es De Pedro, el camporista que sí lo estaba, pero que profundizó
un costado dialoguista que lo acercó a Alberto y a líderes opositores.
Modos. La semana terminó con intendentes del Conurbano que criticaron fuertemente la flexibilización
de la cuarentena en la ciudad de Buenos Aires. La respuesta no provino del jefe porteño sino del Presidente, que el viernes les respondió con una foto cordial estilo reunión de trabajo en la que se mostraba
en primer plano con Larreta y con Santilli.
Junto al jefe de Estado califican de normal que una mayoría se identifique con quienes tienen un rol ejecutivo en el manejo de esta crisis. Creen que “la gente no está
ahora para pensar en rencillas políticas” y, además, que “Alberto y Horacio son quienes mejor representan la antigrieta”.
Aclaran que entre el Presidente y Cristina no hay diferencias de fondo sino de modos, “pero los modos también son símbolos de esa antigrieta”.
Hay momentos bisagra en la historia que ayudan a exponer y consolidar tendencias subyacentes. Una manifestación popular un 17 de octubre de 1945, la derrota de una guerra en el
Sur o la salida traumática de un sistema monetario de cambio fijo. La pandemia del coronavirus naturaliza el rol del diálogo y la búsqueda de consensos. La grieta se construía con relatos más
simples, pasionales, míticos y, por ende, dogmáticos. El combate contra la pandemia obliga inevitablemente a la búsqueda de la mayor racionalidad posible, comprobaciones empíricas, análisis
de resultados, capacidad de cambio y altas dosis de pragmatismo.
La transición de la grieta a la antigrieta venía de antes y es la que percibió Cristina cuando entendió que necesitaba un candidato que representara mejor
que ella ese cambio.
Fernández y Larreta no son las causas de este nuevo tiempo. Son sus consecuencias.
La pandemia es el laboratorio en el que se está probando si este clima antigrieta representa a una nueva mayoría social capaz de construir nuevas alianzas políticas
y que sea la base para un estilo de gobernanza más predecible.
Cambio. Así como cerca de Cristina hay quienes se preguntan si no fue un error haber cedido la presidencia,
en el entorno de Macri lo muestran dudando de si no fue un error haber llegado a presidente “en un país que no estaba preparado para los cambios que había que hacer”. No son errores, ni de Cristina
ni de Macri. Los políticos son herramientas de la historia y no sujetos que manejan los tiempos históricos como si pudieran controlarlos.
Cada uno en su momento reflejó bien alianzas sociales circunstancialmente mayoritarias, hijas de un tiempo en el que el enfrentamiento social era la norma, y la grieta, su marca
registrada.
No se trata entonces de que Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta lo estén haciendo bien. O no solo de eso. Se trata de que son la representación
que exige este nuevo clima social.
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