lunes, 4 de mayo de 2020

Los que además achicharran

Por Javier Marías
Hablé de pasada, hace dos semanas (hoy estoy a 19 de abril), de quienes en medio de las desgracias y catástrofes tienen ya los ojos puestos en su terminación, y aprovechan la desorientación y la aprensión colectivas para colocar sus piezas y sacar tajada de las circunstancias tristes y excepcionales, que obligan a bajar la guardia a la imprevisora ciudadanía. Son sujetos confiados, desde luego, porque piensan que ellos saldrán con bien de la epidemia y emergerán enteros y a salvo.

Somos muchos los que estamos de acuerdo en que no son estos tiempos de pasarle factura a nadie. Llegarán cuando quieran, y ahora lo fundamental es no enzarzarse en reyertas y colaborar en la erradicación de la enfermedad, que no espera a cobrarse víctimas. Hay quienes no están de acuerdo, claro, como Vox, partido con vocación marginal pese a los muchos escaños que obtuvo en las últimas elecciones: aun así se empeña en esquinarse con sus discursos lunáticos. O, en menor medida, el propio PP aznarista de Casado. Pero esa mayoritaria aquiescencia no puede ni debe ser impedimento para señalar los dichos y hechos desleales y graves en que algunos incurren, sólo sea para que no se los lleven con tanta facilidad los vientos de olvido que arreciarán cuando esto pase.

A la cabeza están Quim Torra (cuyo nombre, en catalán —me hace notar Francisco Rico—, suena casi como “Qui em torra”, es decir, “Quien me tuesta”, ¿o quizá “Quien me achicharra”?) y los demás independentistas, por más que finjan estar a la greña. Si lo estuvieran de veras no formarían aún coalición de Govern, ésta habría saltado por los aires. Torra y su consejera de Sanidad, Alba Vergés, a quienes se les llena la boca de amor excluyente a Cataluña (de hecho rayano en el racismo), están demostrando una vez más cuán sin cuidado les traen la salud, el bienestar y las vidas de sus amados. Con tal de no exponerse a la “contaminante” ayuda del Ejército y la Guardia Civil del país al que pertenecen, y del que son representantes máximos en su comunidad autónoma, han propiciado que los enfermos catalanes, entre los que habrá de lazo amarillo, durmieran en las escaleras (!) del congestionado hospital del Parc Taulí de Barcelona, antes que en los de campaña montados a toda velocidad por esos cuerpos represores, en Sabadell y en Sant Andreu de la Barca. Lo de las escaleras no lo digo yo, sino la alcaldesa de Sabadell, que vio frenado el proyecto por la Generalitat y no pudo valerse de esas instalaciones. La gran pega de la Consejería de Salud fue “la tela empleada” (!) para las tiendas de campaña, que al parecer no le agradaba, y prefería unos plafones que, por lo demás, se negó a proporcionar inicialmente. El alcalde médico de Sant Andreu de la Barca, por su parte, lamentó que “cada día visitamos a entre 40 y 60 personas en sus casas que se están muriendo solas mientras ese hospital” (el “contaminado” en origen) “está vacío”. Y añadió que también estarían mejor ahí los aquejados no graves “que contagiando a otros”. Si todavía hay catalanes que votan a estos políticos en el futuro, no sé qué más necesitarían para volverles la espalda.

El otro individuo vírico (no coronavírico, aclaro) es el Vicepresidente Iglesias. Estaba cantado que se convertiría, desde su actual cargo de privilegio y “casta”, en el peor azote del PSOE, infinitamente más dañino que Vox. Y está entonando la previsible melodía escrupulosamente, nota a nota. Sólo un partido tan groggy como el PSOE desde que se fue Rubalcaba puede prestarse gustoso a su gradual suicidio. Iglesias es ahora el tercer o cuarto mandamás del Gobierno, y sin embargo sus actuaciones están encaminadas a desprestigiar y hundir a su socio. Con demagogia tan chillona que avergonzaría a cualquiera (salvo a él y a sus ministras), se presenta como abanderado de las medidas económicas y sociales más gratas al oído de los incautos y más incumplibles en la práctica, y encima mete prisa. Lo mismo que su pareja exigió la nueva Ley de Consentimiento Sexual ya aprobada antes del 8 de marzo, a él se le antojaba la renta mínima vital para antes del 1 de mayo. No tuvo empacho en anunciar una rueda de prensa para presentarla, saltándose a los demás ministros. Y así acusa a sus aliados de poner trabas y obstáculos a lo que él, benéfico entre “los de arriba”, desearía hacer arrancar de inmediato… para colgarse una medalla de autopropaganda. El 14 de abril, con la excusa de conmemorar la II República, lanzó unas cuantas flechas tuiteras al Jefe del Estado (al que afeó vestirse de militar de vez en cuando, como siempre Fidel Castro y el golpista Chávez, al que sus subordinados sirvieron con fidelidad y ganancia), a nuestro sistema democrático elegido y de paso a la Constitución que acaricia últimamente como si fuera su catecismo. A estas alturas es imposible discernir qué le ocurre a este PSOE idiotizado para no darse cuenta de que ha metido un submarino enemigo en sus aguas territoriales, al que además tiene entre algodones. La alternativa es aún peor: sí se da cuenta, pero el robótico Pedro Sánchez padece síndrome de Estocolmo y está encantado con su submarino, bien cargado de torpedos que contra él apuntan y disparan, ni siquiera sibilinamente.

© El País Semanal

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