Por Carmen Posadas |
En los años previos a que el COVID-19 cambiara nuestras vidas, ‘relato’ remitía, sin embargo, a una verdad prefabricada,
a una construcción artificial, era un término muy usado por vendedores de humo y otros colectivos. La palabra ‘verdad’ es otra que ha cambiado de significado en la última década.
En el mundo precoronavirus se había abaratado tanto que no existía ‘la’ verdad, sino múltiples y a la carta, todas igualmente válidas (o falsas).
Pero, por suerte, hay también otros vocablos, en este caso positivos, que en el mundo anterior a la pandemia también se habían devaluado y que, sin embargo,
ahora gracias a ella han recuperado todo su significado, brillo y esplendor. Es el caso, por ejemplo, del término ‘solidaridad’. Antes de que la realidad nos golpeara en forma de virus, ‘solidaridad’
era una palabra ideal para el postureo. Ante cualquier causa noble, pero un poco lejana (el hambre en el mundo, el maltrato infantil, la lucha contra la ablación del clítoris, etcétera), el Homo pre-COVID-19 mostraba su solidaridad. ¿Cómo? Como se hacían las cosas en aquel entonces, encendiendo un mecherito en una manifestación o sacándose
un selfi con un «¡Estamos contigo!» estampado en el pecho para colgarlo luego en Facebook y demostrar así nuestro enorme compromiso. El Homo pre-COVID-19 se caracterizaba por conjugar preferentemente los verbos ‘aparentar’ y ‘parecer’ creyéndolos sinónimos de ‘dar’
o ‘hacer’. Había descubierto que una imagen (el Homo pre-COVID-19 era maestro en imágenes) valía más que mil acciones, así que para qué tomarse la molestia de dar algo si queda uno divinamente haciendo como que da.
Pero todo es historia. Cuando la realidad en forma de desastre global se impone, las palabras recobran el significado que han tenido toda la vida. Ya no hay ‘relato’
que valga porque las cifras cantan. También ‘verdad’ ha vuelto a su sentido previo, y bien harían en tenerlo en cuenta los políticos que se han dedicado a tunearla y retorcerla a conveniencia,
porque con decenas de miles de muertos con nombres y apellidos encima de la mesa no hay relato, posverdad ni monserga que valgan. En cuanto a ‘solidaridad’, el vocablo ha perdido todos sus tontos disfraces para
volver al significado que figura en el diccionario: «Apoyo incondicional a causas ajenas», y el número del XLSemanal de esta semana está lleno de emocionantes ejemplos. Me he preguntado cuál de todos ellos elegiría para resaltar y glosar y me ha costado decidirme
por uno. De entre todos los casos de solidaridad y abnegación que vemos estos días, podría haber elegido cualquiera, porque todos son dignos de admiración y enorme agradecimiento, pero al final
me he decidido por los basurillas.
‘Los basurillas’, como ellos mismos se denominan, son invisibles. Pasan por la noche recogiendo nuestros desperdicios, a veces los oímos, pero rara vez los vemos.
Su trabajo no cuenta con el aliciente de estar acompañado por una vocación como la de los médicos, los sanitarios o las fuerzas del Estado. Su labor no tiene épica ni reconocimiento. Son los últimos
en la escala laboral y su sueldo es exiguo. Nadie elige ser basurero, lo es porque no le queda más remedio. Y, sin embargo, dependemos absolutamente de ellos; no hace falta decir que en una pandemia la higiene es primordial.
Ellos lo saben. Saben que otros colectivos que también nos ayudan tienen más visibilidad y, por tanto, más agradecimiento, pero aun así continúan con su trabajo callado, denostado y absolutamente
fundamental, arriesgándose al contagio tanto o más que el resto.
Por eso, para mí encarnan a la perfección la palabra ‘solidaridad’. No la de antes, de postureo y pacotilla. La de verdad, esa que, según hemos podido
descubrir estos días, tiene muchos más protagonistas de los que jamás podríamos haber imaginado en nuestro algodonoso y tontaina mundo anterior a esta tragedia.
© XLSemanal
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