Por Carlos Ares (*) |
Es un punto de máxima tensión en la trama. Si la intriga se resuelve, la historia gira en otra dirección. El detective achina los ojos. Sabe que hay algo ahí.
Se desespera. Arroja al piso las imágenes de las víctimas. Las interroga como si pudieran revivir y señalar a los culpables. La suma de preguntas sobre los hechos indica que tienen algo en común.
De pronto, un detalle no encaja. Roza. Entra en fricción. Es un flash. Un relámpago. La ficha que cae toca a la que sigue. Todas caen en cascada.
Estás ahora ahí, de pie, detenido en el tiempo como un tonto detective preso de sí mismo. En las pantallas se congela la escena del crimen. Una voz ordena la información.
Hay unas 4.200 “villas miseria” y “asentamientos”, en todo el país, con picos de 243, en Misiones, 264 en Chaco, 333 en Santa Fe. Más de cincuenta en la Capital, 1.200 en todo el Gran
Buenos Aires, 122 en La Matanza, ochenta en Moreno, setenta en Florencio Varela. Retumban los nombres de los que ahora llaman “barrios populares”. Villa Inflamable, Piletones, Zavaleta, Ciudad Oculta, 31, 31 bis,
Rodrigo Bueno, 1-11-14, Villa Dulce, La Cava, La Rana. Melo, Villa Tranquila, Itatí, Villa Azul, La Cárcova, El Monte, La Maquinita.
Millones de personas, la mayoría pibitos, deambulan entre casillas y callejones por donde corren las aguas servidas. No tienen servicios básicos: agua corriente, luz, gas,
cloacas. Porá, Villa Rubencito, Villa Pulmón, Ciudad Perdida, Villa Basura, Villa Banana, Villa Cariño, Villa El Nailon, Puerta de Hierro, Gaucho Rivero, Pancho Ramírez, El Morro. Si se reunieran
en un solo territorio, sería más grande que la Ciudad de Buenos Aires ¿Qué es lo que no estoy viendo?
En el panel de los acusados van, arriba, en blanco y negro o color, tomadas de afiches electorales, recortadas de diarios o de prontuarios, las fotos de los principales responsables
a los que insultás cada día. Es probable que falten algunos, que te equivoques con otros, pero no será por mucho. En la segunda línea el retrato de los cómplices o testaferros. En la tercera,
los nombres de los jueces que protegen, de los que lavan y de los que encubren. Al pie, la tira de matones, guardaespaldas, culatas, operadores, sicarios, vendedores de humo, intelectuales, artistas, periodistas, relatores,
portavoces y panelistas. Todos los que comen abajo de lo que cae de arriba.
Al parecer, las áreas bajo control de cada uno están bien delimitadas. Se reparten empresas, negocios, contratos y beneficios. El vínculo entre nombres y delitos
(corrupción, lavado de dinero, contaminación ambiental, tráfico de drogas, coimas, estafas, manipulación de información) revela cómo funcionan las relaciones hipócritas entre
impunes. Se ocultan y abrigan bajo el velo parlamentario de discursos cínicos.
No hay, a simple vista, nada más de lo que cualquiera que haya hecho su vida acá ya sabe. Un sistema montado hace años para el saqueo alevoso e incesante del Estado.
Funcionarios que ocupan y reparten cargos con el único mérito de haberse hecho los boludos, como explicó Felipe Solá. Cantidad de abrojos que sobreviven pegados al que gana, hasta que pierde. Otro
tanto de dirigentes sindicales y empresarios que llevan años acumulando fortunas. Malversación, desfalco, robo.
Un choreo estructural que perdura desde el siglo pasado. A la distancia de los días que se suceden iguales, nada parece cambiar nunca. Tal vez tenemos que retroceder los años
que sean necesarios. Mirar desde ahí y volver a preguntarnos: ¿qué es lo que no estamos viendo en la escena del crimen?
(*) Periodista
© Perfil.com
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