Por Pablo Mendelevich |
La política se estructura sobre la base de líderes y partidos que se postulan para solucionar los problemas colectivos. De allí la promesa como motor del proselitismo
electoral.
Un político es alguien acostumbrado a prometer soluciones públicas (si son eficaces o no, si luego cumplen o defraudan, es otro cantar). De arranque, la pandemia, una enfermedad contagiosa para la
que no hay tratamiento probado ni vacuna y que se propaga rápidamente de un continente a otro, no se puede resolver desde el poder. Sólo existen atenuantes. A nivel social la cuarentena, que ya fue llamada así
en la Edad Media, es el mitigador más importante.
Podría visualizarse lo incómodo que resulta esto para un político imaginándolo en una arenga en la que ofreciera con tono ardiente sus recetas de atenuación.
"Nosotros sí, con decisión y coraje, vamos a atenuar...!". Absurdo. Lo único menos cautivante que el verbo atenuar sería convertir en himno la invocación "aplanaremos la curva".
Por no mencionar promesas más lúgubres, como la mayor abundancia de terapias intensivas o la menor cantidad de muertos, horizontes que pueden ser explicados con gráficos, pero difícilmente motiven
marchas con pancartas. Las metas epidemiológicas responden a una lógica que no es la de la política, reacia, en general, a ofrecer lo menos peor aún cuando lo menos peor es lo único posible.
Sin embargo, les toca a autoridades políticas, acá y en todo el mundo, conducir a la sociedad en estas crueles emergencias. ¿Cómo articular ambas lógicas?
El gobierno nacional optó por el camino paternalista. Puso la causa de cuidar a la población, cuidarse, cuidarte, en el centro de la comunicación oficial, con la idea de amalgamar autoridad y participación.
Bajo recomendación del comité científico decretó una cuarenta relativamente temprana, en principio eficaz, cuya extensión, sin embargo, trajo fatiga. Los epidemiólogos habían
anticipado la fatiga: el deterioro de la economía y los efectos psicológicos del encierro prolongado, dijeron con claridad, hacen que las cuarentenas estén reputadas como recursos de uso restringido.
Pues bien, aquí estamos. Justo en el comienzo del ascenso de la curva preguntándonos si no está siendo demasiado larga la cuarentena argentina. ¿Quién
debe contestar a esta pregunta? ¿El científico que asesora al gobierno o el líder que conduce al país en la emergencia? Contestó el líder con tono político: la cuarentena va a
durar lo que tenga que durar. ¿Y eso cuánto es? No lo dijo. Pocas horas después Ricardo Lorenzetti, juez de la Corte Suprema, advirtió que la cuarentena generalizada no puede ser permanente.
Alberto Fernández podría pensar que una mayoría de los que objetan la duración y calidad de la cuarentena no son dueños de pymes en quiebra ni personas
que perdieron todos sus ingresos, sino militantes del anticuarentenismo, alineados ideológicos de raigambre opositora. Esa percepción lo llevó de a poco a posicionarse enfrente como el primer cuarentenista,
defensor a ultranza del encierro irrestricto e indefinido, pese que en distintos momentos de estas exigentes semanas había dado muestras de considerar que tanto la economía como los costos psicológicos
merecían flexibilizaciones dosificadas.
El sábado, cuando se le preguntó por la gente que está "angustiada" y las "consecuencias emocionales" de la cuarentena, Fernández tuvo
una reacción para nada sanitarista. Despachó un contraataque de factura política. "Dejen de sembrar angustia", fustigó, casi enojado, presuntamente refiriéndose a quienes acababa
de mencionar, "los periodistas y los medios". Digámoslo todo: la pregunta había estado mal formulada. Huelga decir que a las conferencias de prensa (felizmente restauradas por un gobierno peronista-kirchnerista)
no se las convoca para que los periodistas expresen sus pareceres sino para que le formulen preguntas al Presidente sobre asuntos que requieren precisiones, profundizaciones o, en todo caso, para auscultar la opinión
presidencial.
Es probable que el tropiezo en la formulación de una pregunta que ciertamente era pertinente malquistó a Fernández (esto no lo justifica) y lo desbarrancó
hacia un error mayor, como fue negar que entre millones de argentinos encerrados hace semanas exista angustia, para decir que a la angustia la "siembran" los medios y, en definitiva, adoptar una postura cuarentenista
recalcitrante, rotunda, descalificatoria, análoga pero de signo opuesto a la que él les reprocha a los críticos.
"Existen diferentes grados de angustia, que van desde un tipo de malestar social, de aparición corriente, que se intensifica transitoriamente frente a sobreestimulaciones
ambientales, hasta la angustia patológica típica, que se presenta en forma crítica o crónica", dice la Enciclopedia de Psiquiatría de Vidal, Bleichmar y Usandivaras, en la que a la angustia
se le dedican cinco páginas. El encierro prolongado seguramente constituya una sobreestimulación ambiental. Eso no significa que todos los argentinos que permanecen encerrados están angustiados. Mucho
menos, que quienes sufren algún tipo de angustia votaron por Macri. Los efectos colaterales de la cuarentena, el trastrocamiento de la normalidad, las ausencias lacerantes, la imposibilidad de abrazarse, los nietos
alejados, la cancelación de toda socialibilidad, los impactos del hacinamiento, los costos escolares, la desatención de la salud o el de descuido de los tratamientos, más el deterioro económico,
la amenaza de perderlo todo, el miedo a un futuro temerario, son coherentes con el coronavirus que les dio origen: no discriminan ideologías ni alineamientos partidarios. Hay angustiados que seguramente simpatizan con
la forma en la que el Gobierno viene manejando la crisis sanitaria.
La ayuda estatal supone un gran esfuerzo para las arcas públicas (otro tema son las consecuencias de la emisión), pero es como la mismísima cuarentena respecto del
tema de fondo, un paliativo. No cura. Al afirmar que existen amenazas mucho mayores que el encierro hogareño Fernández parece caer en la equivocación de igualar una acción voluntaria -compartir
o no las razones que da el Gobierno para la cuarentena- con una afectación psicológica.
Es cierto que para un sector de la población que se hace sentir sobre todo en las redes sociales el Gobierno estaría aprovechando la cuarentena para llevar adelante ciertas
medidas que en situación normal -suponen- no progresarían. Entre ellas, la parálisis del Poder Judicial o despidos y nombramientos del kirchnerismo en reparticiones públicas provinciales y nacionales.
Tal vez haría bien el Gobierno en quitarle argumentos a ese sector sensible, cosa que exigiría en primer lugar demostrar que no es cierto que en lo que va de la cuarentena la vicepresidenta Cristina Kirchner
logró mediante múltiples gestiones reservadas o recursos tribunalicios avanzar hacia la caída de los procesos judiciales que la tienen como imputada o procesada como nunca antes.
Por lo menos hay alguien a quien la angustia se le va pasando.
© La Nación
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