Por Manuel Vicent |
De pronto los pájaros sorprendidos por un silencio tan extraño han recobrado el territorio natural que habían perdido. Por primera vez se han visto verderones, abubillas,
palomas torcaces, gorriones, estorninos, mirlos y jilgueros bajar confiados al asfalto y la extraordinaria transparencia de la atmósfera ha multiplicado la alegría con que chillan los vencejos. También
los árboles, las plantas, las flores han recuperado una gloria lavada por las pasadas lluvias.
Este esplendor vegetal nos retrotrae en la memoria a los tiempos en que la gente vivía en medio de una austeridad aseada y a una vida sencilla que se correspondía
con un mar limpio, con la luz incontaminada de los días azules.
Pero ahora a ras del suelo, inmersa en un éxtasis de rencor entre bandos, la política se parece a un baile de bastones, en el que el Gobierno da palos de ciego, algunos
en la cabeza de sus propios ministros y la oposición lo azota como lo hacen con el asno los más zafios arrieros. Esta parece ser la tierra prometida de Caín en la que los políticos revientan de
placer si el adversario fracasa.
Para salvarse de este laberinto de rencor solo nos queda mirar el cielo limpio antes de que lo volvamos a emponzoñar cuando el miedo concluya.
Existe una vacuna contra la rabia, pero no contra el odio; contra el cólera, pero no contra el cabreo; tampoco contra el resentimiento, la frustración y la mala baba hay
vacuna en España.
© El País (España)
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