"El virus de la indigencia económica ya está instalado y para crear su propia y trágica pandemia, cuenta con la complicidad del COVID-19". |
Un proceso que comenzó cuatro décadas atrás terminó con el Estado de bienestar surgido tras la Segunda Guerra y fue convirtiendo a los gobiernos del mundo
occidental en meros administradores de la política dictada por los mercados (entidades abstractas, inaprensibles, dedicadas al terrorismo económico y a la depredación económica y social, cuyos responsables
permanecen ocultos e impunes).
Los Estados devinieron sucursales de esas corporaciones y los gobernantes pasaron a funcionar como sus gerentes. En calidad de tales, son ejecutores de las políticas que mandan los accionistas
y carecen de autonomía de decisión. Privados de poder político real, enfrentan un interrogante: ¿de qué manera simular ese poder y aparentar interés por el bien común, para el
que se supone que gobiernan?
En un diálogo epistolar que sostuvieron en 2013, y que recoge el libro Ceguera moral, el politólogo lituano Leónidas Donskis y el sociólogo y filósofo
polaco Zygmunt Bauman (ambos fallecidos, el primero en 2016 y el segundo en 2017, lamentablemente para la reserva moral del mundo) plantean esta cuestión. Allí Bauman, con la lúcida visión que lo
caracterizara, dice que la salida encontrada por los gobiernos para aparentar poder es abocarse a la gestión de los miedos imperantes y futuros, explícitos u ocultos, genuinos o imaginarios. Miedos provocados
por amenazas externas, como catástrofes naturales, invasiones, inseguridad urbana, terrorismo, conductas antisociales, pérdida de posesiones o pandemias.
La inseguridad surgida de estos miedos, señala Bauman, está diseñada para devolverle al Estado, al menos en un área, el monopolio de la gobernanza perdido
en todas las demás, y para desviar la atención de la inseguridad “económicamente generada”, frente a la cual los gobiernos y Estados apenas pueden hacer nada o no están dispuestos a
hacer algo. Para que esto funcione, argumenta el gran pensador polaco, la gravedad y la dimensión de los peligros (reales o imaginarios) que acechan a las personas deben ser presentadas en los tonos más sombríos
y dramáticos posible, de manera que si las amenazas finalmente no se cumplen los gobiernos puedan alardear de que fue gracias a su gestión, mientras se permiten saltear obligaciones republicanas y constitucionales
y acentuar mecanismos de control sobre la población.
Siete años después de aquel libro, el coronavirus, la pandemia y las cuarentenas actualizan de un modo notable la advertencia de estos dos filósofos (Donskis era
filósofo político y él mismo llamaba a Bauman “filósofo de la vida”). La versión local de aquella visión general podría traducirse de la siguiente manera. Dado que
el gobierno no ha mostrado tener un plan económico (ni consecuentes planes B y C) que vaya más allá de la negociación de la deuda, y en vista de que el escenario internacional se presenta sombrío
a mediano plazo, sin vientos de cola ni commodities en estado de gracia, con cero posibilidad de ayuda externa, se improvisa la estrategia de enfatizar y sobreactuar la cuarentena y la obsesión epidemiológica
hasta convertirla en tema excluyente (y quien lo cuestione será considerado traidor a la ciencia y a la patria). Si no podemos hacer nada con la economía, convirtámonos en campeones de la salud. Y termine
como termine esto, diremos que fue gracias a nuestra acertada gestión (si hubo pocos muertos porque fueron pocos y si hubo muchos porque pudieron ser más y lo evitamos). Como diría James Joyce, el escritor
irlandés, autor de Ulises, si no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación. Pero resulta que el virus de la indigencia económica ya está instalado en el futuro de millones de compatriotas
y, para expandirse y crear su propia y trágica pandemia, cuenta con la complicidad del Covid-19, que distrae la atención (con una importante ayuda de demasiados medios poco imaginativos, poco creativos y nada
inclinados a la reflexión) y abona la ilusión de una gestión eficiente. Para consolidarse, dice Bauman, el poder político necesita de la incertidumbre, la vulnerabilidad y la obediencia ciudadana.
Los ingredientes están. La sucursal atiende.
(*) Escritor y periodista
© Perfil.com
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