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jueves, 14 de mayo de 2020

Así es como terminan las pandemias

Un brote infeccioso puede concluir en más de una forma, 
dicen los historiadores. ¿Pero, para quién termina y quién 
lo decide?

Un fresco siciliano de 1445. En el siglo anterior, la peste negra mató por lo menos 
un tercio de la población de Europa. (Foto/Werner Forman/Universal Images Group/Getty Images)
Por Gina Kolata (*)

¿Cuándo y cómo terminará la pandemia de la COVID-19?

Según los historiadores, las pandemias tienen dos tipos de final: el médico, que ocurre cuando las tasas de incidencia y muerte caen en picada, y el social, cuando disminuye la epidemia de miedo a la enfermedad.

“Cuando las personas preguntan: ‘¿Cuándo se acabará esto?’, preguntan sobre el final social”, dice Jeremy Greene, historiador de medicina en Johns Hopkins.

En otras palabras, un final puede ocurrir no porque la enfermedad ha sido vencida sino porque las personas se cansan de estar en modo pánico y aprender a vivir con ella. Allan Brandt, historiador de Harvard, dijo que algo similar está ocurriendo con la COVID-19: “Como hemos visto en el debate sobre la apertura de la economía, muchas preguntas sobre lo que se llama el final están determinadas no por los datos médicos y de salud pública, sino por procesos sociopolíticos”.

Los finales “son muy, muy desordenados”, dice Dora Vargha, historiadora de la Universidad de Exeter. “Mirando hacia atrás, tenemos una narrativa débil. ¿Para quién termina la epidemia y quién lo puede decidir?”

En el camino del miedo

Una epidemia de miedo puede ocurrir aún sin una epidemia de enfermedad. La doctora Susan Murray, del Royal College of Surgeons en Dublín, lo vio de primera mano en 2014, cuando era miembro de un hospital rural en Irlanda.

En los meses anteriores, más de 11.000 personas en África occidental habían muerto de ébola, una enfermedad viral aterradora que es altamente infecciosa y a menudo mortal. La epidemia parecía estar disminuyendo, y ningún caso había ocurrido en Irlanda, pero el miedo público era palpable.

“En las calles y en las salas, la gente está ansiosa”, recordó recientemente Murray en un artículo en el The New England Journal of Medicine. “Tener el color de piel errado es suficiente para ganarte una mirada reprobatoria de tus compañeros de viaje en el bus o en el tren. Tose una vez, y los verás alejándose de ti”.

Se advirtió a los trabajadores de los hospitales de Dublín que se preparasen para lo peor. Estaban aterrorizados y preocupados por la falta de equipos de protección. Cuando un hombre joven llegó a la sala de emergencias desde un país con pacientes de ébola, nadie se le quería acercar; los enfermeros se escondieron, y los médicos amenazaron con dejar el hospital.

Solo Murray se atrevió a tratarlo, escribió, pero su cáncer estaba tan avanzado que todo lo que pudo hacer fue ofrecerle cuidados paliativos. Unos días después, las pruebas confirmaron que el hombre no tenía ébola; murió una hora después. Tres días después, la Organización Mundial de la Salud declaró que la epidemia de ébola había terminado.

Murray escribió: “Si no estamos preparados para luchar contra el miedo y la ignorancia de manera tan activa y reflexiva del modo en que luchamos contra cualquier otro virus, es posible que el miedo pueda causar un daño terrible a la gente vulnerable, incluso en lugares que nunca ven un solo caso de infección durante un brote. Y una epidemia de miedo puede tener consecuencias mucho peores cuando se complica por cuestiones de raza, privilegio e idioma”.

La peste negra y recuerdos oscuros

La peste bubónica ha golpeado varias veces en los últimos 2000 años, matando a millones de personas y alterando el curso de la historia. Cada epidemia amplificó el miedo que vino con el siguiente brote.

La enfermedad es causada por una cepa de bacteria, Yersinia pestis, que vive en las pulgas de las ratas. Pero la peste bubónica, que se conoció como la peste negra, también puede transmitirse de una persona infectada a otra persona infectada a través de gotitas respiratorias, por lo que no puede ser erradicada simplemente matando a las ratas.

Los historiadores describen tres grandes olas de plaga, dice Mary Fissell, historiadora en Johns Hopkins: la Plaga de Justiniano, en el siglo VI; la epidemia medieval, en el siglo XIV; y una pandemia que golpeó a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.

La pandemia medieval comenzó en 1331 en China. La enfermedad, junto con una guerra civil que estaba en su apogeo en ese momento, mató a la mitad de la población de China. A partir de ahí, la plaga se trasladó a lo largo de las rutas comerciales a Europa, África del Norte y el Oriente Medio. Entre 1347 y 1351, mató al menos a un tercio de la población europea. Murió la mitad de la población de Siena, Italia.

“Es imposible para la lengua humana contar la horrible verdad”, escribió el cronista del siglo XIV Agnolo di Tura. “De hecho, alguien que no vio tal horror puede ser llamado bendito”. Los infectados, escribió, “se hinchan debajo de las axilas y en las ingles, y se caen mientras hablan”. Los muertos fueron enterrados en fosas, en pilas.

En Florencia, escribió Giovanni Boccaccio, “No se le dio más respeto a la gente muerta que el que hoy en día se les daría a las cabras muertas”. Algunos se escondieron en sus casas. Otros se rehusaron a aceptar la amenaza. Boccaccio escribió que su forma de afrontarlo era “beber mucho, disfrutar la vida al máximo, cantar y divertirse, y satisfacer todos los antojos cuando surgiera la oportunidad, y descartar todo como si fuera una gran broma”.

Esa pandemia terminó, pero la plaga volvió. Uno de los peores brotes comenzó en China en 1855 y se extendió por todo el mundo, matando a más de 12 millones de personas solo en India. Las autoridades de salud de Bombay incendiaron barrios enteros intentando librarlos de la peste. “Nadie sabía si servía de algo”, dijo Frank Snowden, historiador de Yale.

No está claro qué hizo que la peste bubónica desapareciera. Algunos estudiosos han argumentado que el clima frío mató a las pulgas portadoras de enfermedades, pero eso no habría interrumpido la transmisión por las vías respiratorias, señaló Snowden.

O tal vez fue un cambio en las ratas. En el siglo XIX, la plaga no era llevada por ratas negras sino por ratas marrones, que son más fuertes y agresivas y tienen más probabilidades de vivir alejadas de los humanos.

“Ciertamente no querrías una de mascota”, dijo Snowden.

Otra hipótesis es que la bacteria evolucionó para ser menos mortal. O tal vez las acciones de los humanos, como incendiar las aldeas, ayudaron a calmar la epidemia.

La peste nunca se fue realmente. En Estados Unidos, las infecciones son endémicas entre los perros de las praderas en el suroeste y pueden transmitirse a las personas. Snowden dijo que uno de sus amigos se infectó después de una estadía en un hotel en Nuevo México. El anterior ocupante de la habitación tenía un perro, que tenía pulgas que transportaban el microbio.

Tales casos son raros, y ahora se pueden tratar con éxito con antibióticos, pero cualquier informe sobre un caso de peste despierta el miedo.

Una enfermedad que realmente terminó

Entre las enfermedades que han llegado a un fin médico está la viruela. Pero es excepcional por varias razones: hay una vacuna efectiva, que protege de por vida; el virus, Variola major, no tiene huésped animal, por lo que eliminar la enfermedad en humanos significó la eliminación total; y sus síntomas son tan inusuales que la infección es obvia, permitiendo cuarentenas eficaces y rastreo de contactos.

Pero mientras todavía arrasaba, la viruela era horrible. Epidemia tras epidemia barrió el mundo, por al menos 3000 años. Las personas infectadas por el virus tenían fiebre, después una erupción que se convertía en manchas llenas de pus, que se incrustaban y se caían, dejando cicatrices. La enfermedad mató a tres de cada 10 víctimas, a menudo después de un inmenso sufrimiento.

En 1633, una epidemia entre los nativos americanos “irrumpió en todas las comunidades nativas en el noreste y, ciertamente, facilitó el asentamiento de los ingleses en Massachusetts”, dijo David S. Jones, historiador de Harvard. William Bradford, líder de la colonia Plymouth, escribió un relato sobre la enfermedad en nativos americanos, diciendo que las pústulas rotas pegaban la piel de un paciente a la estera en la que yacía, solo para ser arrancada. Bradford escribió: “Cuando los giran, todo un lado se desollará, por así decir, y quedarán ensangrentados, muy temibles para ser contemplados”.

La última persona en contraer la viruela de forma natural fue Ali Maow Maalin, un cocinero de hospital en Somalia, en 1997. Se recuperó, solo para morir de malaria en 2013.

Influenzas olvidadas

La gripe de 1918 se presenta hoy como el ejemplo de los estragos de una pandemia y el valor de las cuarentenas y la distancia social. Antes de que acabase, la gripe mató entre 50 y 100 millones de personas alrededor del mundo. Fueron presa de ella jóvenes y adultos de mediana edad, dejó niños huérfanos, privó a las familias de quienes ganaban el sustento, y mató tropas en medio de la Primera Guerra Mundial.

En el otoño de 1918, William Vaughan, un prominente médico, fue enviado a Camp Devens cerca de Boston para informar sobre una gripe que estaba arrasando allá. Él vio “cientos de jóvenes robustos con el uniforme de su país, que ingresaban a las salas del hospital en grupos de diez o más”, escribió. “Los colocan en los catres hasta que cada cama está llena, pero otros se apiñan. Sus rostros pronto cambian a un tono azulado, una tos angustiosa produce expectoración manchada de sangre. En la mañana los cadáveres se apilan en la morgue como tablones de madera”.

El virus, escribió, “demostró la inferioridad de los inventos humanos para la destrucción de la vida humana”.

Después de arrasar en el mundo, esa gripe se desvaneció, evolucionando hacia una variante de la gripe más benigna que llega cada año.

“Quizás fue como un fuego que, tras quemar la leña disponible y de fácil acceso, se consume”, dijo Snowden.

También terminó socialmente. La Primera Guerra Mundial había acabado; la gente estaba lista para un nuevo comienzo, una nueva era, y deseosa de dejar atrás la pesadilla de la enfermedad y la guerra. Hasta hace poco, la gripe de 1918 había sido en gran medida olvidada.

Otras pandemias de gripe siguieron, ninguna tan grave pero todas, sin embargo, fueron aleccionadoras. En la gripe de Hong Kong de 1968, murió un millón de personas en todo el mundo, incluyendo 100.000 en Estados Unidos, en su mayoría personas mayores de 65 años. Ese virus aún circula como gripe estacional, y su camino inicial de destrucción, y el miedo que la acompañaba, rara vez se recuerda.

¿Cómo terminará la COVID-19?

¿Eso pasará con la COVID-19?

Una posibilidad, dicen los historiadores, es que la pandemia del coronavirus pueda terminar socialmente antes de que termine médicamente. Las personas pueden cansarse tanto de las restricciones y declarar que la pandemia terminó, aunque el virus continúe ardiendo entre la población y no se haya encontrado una vacuna o tratamiento efectivo.

“Creo que existe este tipo de problema psicológico social de agotamiento y frustración”, dijo Naomi Rogers, historiadora de Yale. “Podemos estar en un momento en que la gente solo dice: ‘Suficiente. Merezco poder volver a mi vida normal’”.

Ya está sucediendo; en algunos estados, los gobernadores han levantado las restricciones, al permitir la reapertura de salones de belleza, salones de uñas y gimnasios, desafiando las advertencias de los funcionarios de salud pública de que tales pasos son prematuros. A medida que crece la catástrofe económica causada por los confinamientos, más y más personas pueden estar listas para decir “basta”.

“Hay este tipo de conflicto ahora”, dijo Rogers. Los funcionarios de salud pública tienen un final médico a la vista, pero algunos miembros del público ven un final social.

“¿Quién puede reclamar el final?”, dijo Rogers. “Si te resistes a la noción de su final, ¿contra qué lo haces? ¿Qué alegas cuando dices ‘No, no está terminando’?”.

El desafío, dijo Brandt, es que no habrá una victoria repentina. Tratar de definir el final de la epidemia “será un proceso largo y difícil”.

(*) Gina Kolata escribe sobre ciencia y medicina. Ha sido dos veces finalista del premio Pulitzer y es autora de seis libros, incluyendo Mercies in Disguise: A Story of Hope, a Family’s Genetic Destiny, and The Science That Saved Them. @ginakolata • Facebook

© The New York Times

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