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miércoles, 6 de mayo de 2020

A quién se le ocurrió inventar la cuarentena

Por Pablo Mendelevich
Cuando llegó desde China la noticia de que había una epidemia letal, y que los chinos no conseguían controlarla, muchas personas se inquietaron. Seguramente hubo quienes se asustaron con el coronavirus. Pero la mayor parte pensó algo más o menos parecido a lo que en enero último verbalizaba el ministro de Salud Ginés González García: no hay ninguna posibilidad de que la epidemia china nos llegue.

Primero se extendió por la India, Siria, Egipto, Asia Menor. Después, los barcos venecianos y genoveses que llegaban desde el Mar Negro llevaron la peste a Europa. Fue un desastre nunca visto, ni antes ni después. Murió uno de cada tres europeos. Era el año 1347.

Gracias a que Colón ni siquiera había nacido, la peste negra o peste bubónica, la más letal de la historia, con un saldo calculado hoy en hasta 85 millones de muertos (sobre una población mundial de aproximadamente 450 millones), no incluyó a América. También se salvaron los africanos subsaharianos.

Por razones que los epidemiólogos hoy siguen estudiando, en ciertas partes de Europa, como Rumania, Moldavia y Bielorusia, casi no se sintió. La pregunta tan en boga de por qué el Covid-19 produjo devastación en Irán y no en la vecina Irak, por qué se ensañó con Nueva York y no con Los Ángeles o qué les permitió a algunos países europeos salir bastante más airosos (si bien ahora están los contrastes estadísticos, antes inexistentes) no sería tan original.

Lo ocurrido en la Edad Media fue al parecer una enfermedad producida por el yersinia pestis, un bacilo trasmitido por las pulgas de las ratas y otros parásitos. No está tan claro el foco. Se cree que la peste bubónica (bubones eran las manchas negruzcas, causadas por hemorragias subcutáneas) salió de China por la ruta de la seda. Se sabe con certeza que llegó a Italia desde Crimea. Más concretamente, la llevaron las ratas, pulgas y navegantes que iban en doce galeras genovesas cuyo punto de partida fue el puerto de Caffa, hoy la ciudad rusa de Feodosia. Los genoveses repartieron ratas, marineros enfermos y cadáveres infectados por Chipre, Creta, Génova y Mallorca. En Italia la peste entró primero por Messina, al noreste de Sicilia.

Podría decirse ahora que Caffa fue a su vez foco de la primera infodemia, como se empezó a llamar hace poco a las corrientes huracanadas de fake news que dentro de una epidemia se potencian por el auge de tres constantes que todavía marcan a fuego a estos crueles períodos anormales: impotencia, incertidumbre, miedo. Los mongoles convertidos al Islam habían llevado la peste a Caffa, el principal puerto de los asentamientos genoveses del Mar Negro, al que asediaron a través de los tártaros. En esa batalla, con el fin de contagiar a los genoveses que estaban en la fortaleza, los tártaros habrían utilizado como proyectiles cadáveres infectados.

La versión de que los tártaros lanzaban los cadáveres con catapultas, la conclusión de que esa fue la primera arma bacteriológica de la historia, no consiguió suficiente verificación en los documentos disponibles del siglo XIV, pero igual resistió el paso del tiempo y hasta sirvió para interrumpir el sopor de algunas enciclopedias. Esta "fake-news", previa al formato de noticia, tuvo, como es frecuente en el género, un trasfondo cierto. Aunque recordarlo ahora, con la liberación de presos peligrosos de las cárceles argentinas, podría estremecer: contagios intencionales hechos por moribundos sobrecargados de resentimiento sí que hubo, existen abundantes relatos, no sólo en la peste negra sino en otras pandemias. La infección como arma individual, aunque quizás no en forma de misil, lleva varios siglos.

¿Del gobierno chino se dice ahora que modificó las cifras de muertos por el Covid-19? ¿Que otros gobiernos, como los de Irán o Venezuela, no están diciendo toda la verdad sobre cómo los viene impactando la pandemia? También es añeja la mentira, no la de entrecasa, obvio, que probablemente arrancó con Adán y Eva, sino la institucional pandémica, de las autoridades de territorios devastados por las pestes a sus pueblos, con el objeto de subestimar el drama, esencialmente por razones económicas. Por lo menos hasta que la evidencia se termina imponiendo. Sucedió, por ejemplo, en Inglaterra cuando los campesinos comenzaron a desaparecer y los pocos que quedaban pretendían salarios mucho más altos.

Bocaccio deja descripto en la introducción de Decamerón el impacto de la peste en Florencia, lo que hizo que la ciudad de los Médici quedara tan asociada a la peste negra. Pero, ¿por qué no imaginar la próspera Venecia de 1347, la ciudad estado de ciento diez mil habitantes, más grande que París, acaso tres veces mayor que Londres? De allí viene la cuarentena, quaranta giorni, aunque el aislamiento como paliativo, sobre todo para la lepra, ya tenía más de tres mil años. Lo de cuarenta días no fue una medida científica, ya que en general los períodos de incubación de las enfermedades son más breves. Es probable que el cuarenta, un número de resonancias bíblicas y que entre otras cuestiones define a la Cuaresma, surgiera del ámbito religioso, entonces dominante. Con el tiempo la cuarentena dejó de significar estrictos cuarenta días de aislamiento.

Aunque hoy la palabra cuarentena es frecuentada con intensidad por todos los estratos sociales, en la Argentina quedó reservada a los hablantes. El Estado usa su propia terminología, dice aislamiento social, preventivo y obligatorio, y renueva cuarentenas de catorce días. Las renovaciones inspiran infinitas disputas, tanto públicas como privadas, ilustradas como parroquianas. No sólo están los cuarentenistas y los anticuarentenistas, sino que un mismo opinante puede ser ambas cosas, no en forma simultánea, tal vez, sino consecutiva. Pues bien, este debate tampoco es nuevo. De un modo u otro apareció en anteriores pandemias al advertirse que el aislamiento mitigaba los daños, pero producía angustia, contratiempos de todo tipo, dramas diversos (mientras los sacerdotes que administraban los sacramentos se convertían en agentes de contagio). Y encima, igual que ahora, arruinaba la economía.

También sucedió antes que ahora, por cierto, el fenómeno de yuxtaposición de crisis prexistentes con pestes. La crisis del siglo XIV, por caso, era anterior al brote de 1347, el primero. Comprendía un estancamiento del desarrollo económico y social y la crisis religiosa. Claro que una cosa es entender que las pandemias se montan sobre los procesos históricos en curso y otra acusar al neoliberalismo por la aparición del coronavirus. En su documentado libro "Por qué fracasan los países", Daron Acemoglu y James A. Robinson explican cómo la peste negra tuvo un impacto transformador en el aspecto social, económico y político de las sociedades europeas medievales. "A finales del siglo XIV -dicen-, Europa tenía un orden feudal, una organización de la sociedad que apareció primero en Europa occidental tras el declive del Imperio romano. Se basaba en una relación jerárquica entre el rey, los señores (que ocupaban el estrato medio) y los campesinos (que formaban el estrato final). El rey poseía la tierra y la concebía a cambio de los servicios militares. A continuación los señores asignaban tierras a los campesinos, a cambio de lo cual ellos éstos debían trabajarlas para ellos sin obtener remuneración y estaban sujetos a múltiples multas e impuestos". Los campesinos, relatan después Acemoglu y Robinson, denominados siervos, eran muchos y hacían fluir la riqueza a un número reducido de señores.

"La enorme escasez de mano de obra que originó la peste negra sacudió violentamente los cimientos del orden feudal. Animó a los campesinos a exigir que cambiaran las cosas". Y páginas más adelante concluyen: "La peste negra es un ejemplo claro de una coyuntura crítica, un gran acontecimiento o una confluencia de factores que trastorna el equilibrio económico o político existente en una sociedad".

© La Nación

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