Por Manuel Vicent |
Ha bastado con la aparición en escena de la covid-19, que apenas mide cien millonésimas
de milímetro, para que los pilares de la historia en apariencia se hayan venido abajo.
Este ente, que limita con la nada, ha convertido a todos los líderes políticos en muñecos confusos que dan garrotazos de ciego a una piñata; ha transformado
la bomba de neutrones, los misiles nucleares en pura antigualla y los desfiles militares en el desafío infantil de la cucaña; ha hecho que el Papa de Roma se pasee como un fantasma inerme por un Vaticano desértico
sin saber a qué ser omnipotente hay que atribuir este daño infernal; ha diluido en la inanidad Juegos Olímpicos, ligas de fútbol, ferias de arte, fiestas populares, corridas de toros, procesiones
y romerías, y ha devuelto el orgullo del Homo sapiens a la perplejidad del mono científico. Vale, la historia se ha ido a la mierda.
Esta pandemia es un avance de lo que podría ser pasado mañana el fin de la raza humana. ¿Qué tal si nos tomamos una caña? Hay que volver a comenzar por
el principio. La luz del sol, el agua, la tierra, el aire, el fuego.
Puede que estos elementos primordiales presocráticos hayan creado a la humanidad como una aventura química sin sentido. Pero ¿qué tal si esa caña de
cerveza deja que la espuma bien fría nos moje el esternón en una terraza junto al mar bajo este sol de primavera?
© El País (España)
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