sábado, 4 de abril de 2020

¡Qué suerte para la desgracia!

Por Carlos Ares (*)
En la galería más profunda de la mina de carbón, el día se desmorona sobre mi cabeza. “Estamos bien los tres”, pienso. Tendido en el socavón, bajo el peso de un silencio a punto diamante, el ensueño juega al billar.

Hace carambolas imposibles. En suspenso, inmóvil, contengo la emoción. Ni respiro, casi, para no interrumpir.  

Me deslizo atrás de Tony y Doug por el túnel del tiempo. Caemos en la cubierta del Titanic con el diario del día siguiente. Tratamos de convencer al capitán: “¡Loco, doblá, te vas a comer un iceberg!”. Ordena arresto. Nos persiguen. Alguien activa la aspiradora del túnel. Nos traen de regreso a una casa con televisor en blanco y negro. Los tres chiflados toman el poder. Habla Larry, el ministro de Salud. Moe le da coscorrones. Curly les ladra los críticos, “ruff, ruff”. Moe le da un cachetazo.

Con patente de corso, el pirata Sigfrid navega océanos de miseria en helicóptero. La Matanza es nuestra, son años de peronismo, observa. Anuncia que van a terminar el hospital que la jefa de Kaos inauguró en 2015. Maxwell Smart, Superagente 86 de Control, le dice a la 99: “Ajá, como en el Indec, el viejo truco del parche en el ojo para ver las cosas por la mitad”.

El miserable empresario Bruce Wayne despide a Alfred y huye del hambre en el batiavión. Aterriza en Esquel. Espera la señal en el cielo de una comisión razonable. Un grueso Tapia, Robin, embutido en una camiseta de San Lorenzo, se excita al verlo: “¡Santo cheto, Batman!”. El Guasón Aníbal aspira su oportunidad. Dos Caras Solá revolea una moneda y se la guarda. Gatúbela afila las garras en el sillón, come de sobrecitos y escapa por los techos. “Idiotas”, maúlla.

A supervelocidad, el periodista Clark Kent acomoda el discurso. Acusa de “estúpidos” a los indefensos. Con la superlengua hace sexo oral a los poderosos. Le teme a la debilidad de auspicios y contratos que produce la kriptonita verde pasada a pesos. Sabe que ni Superman puede alejar del planeta la bomba económica que está al caer.

Indio Toro se acerca al galope de su caballo Pinto. En la grupa, ríe Luisa Lane. “Ella estar recaliente –me cuenta Toro–, porque Clark Kent no tocar. Indio, harto de solitario, rescatar”. “¿Toro no bancar más al Llanero?”, pregunto. Trato de que no se me note la angustia. Como si me borraran de la memoria a Perfumo y Basile.

“Son muchos días ya, Kimosabi”, explica Toro. “El Llanero tener bala de plata, hablar con caballo Silver”, se da mano y maña. “Yo necesitar mujer, Kimosabi”. “Entiendo”, le digo. Nuestros caballos se frotan la cabeza y los lomos. Simulamos un abrazo. Luisa Lane me tira besos. Se la ve feliz. “Guárdese y tenga cuidado con banda suelta, Kimosabi”. “Gracias, Toro, amigo –le digo–, los conozco, son muchos años de trotar estas pampas”.

A la tarde hago la gran Bonanza, limpio el rancho. Meto sopapa y lavandina hasta en la cámara séptica. Deshago cantidad de Massa trenzada, enroscada. Cuesta olor y dolor rebajarla a valores de salarios razonables. Lleno bolsas de residuos tamaño consorcio con gifs de Los Simpsons, mensajes de voz, videos, cantantes de balcones, series en pausa y proyectos vencidos. Las botellas vacías van a las cajas de papel higiénico. Con los rollos alcé columnas de estilo jónico. A modo de capitel, las crucé arriba con los de cocina.

No todas las noches son tan entretenidas. A veces despierto aterrado. La dictadura todavía me persigue. Una turba de fanáticos religiosos y políticos llena la plaza virtual. Claudio María Domínguez me retiene con las rodillas sobre mi pecho y babea mantras. Sin otro dios a quien recurrir, porque hasta el Papa reza por mail, enfrento a los fantasmas invocando a Pepe Biondi.

El milagro sucede. Mi abogado defensor, Pepe Curdeles, “abogado, jurisconsulto y manyapapeles”, amenaza a los que contagian el virus del fascismo. “Rajen de acá o les doy un cacerolazo legal por la cabeza y patapúfete, se pudre todo”.

Pepe Galleta, “el único guapo en camiseta”, los espanta con su sola presencia. Cuando se van, me dice: “Encima estos, ¡qué suerte para la desgracia!”.

(*) Periodista

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