Pandemia. En principio es una cuestión sanitaria pero afecta también otros órdenes. (Foto/AFP) |
En sus Fábulas fantásticas (también traducidas como Fábulas feroces), el escritor y periodista estadounidense Ambrose Bierce (1842-1914) cuenta la historia
de un forajido que asalta a un viajero al grito de “¡La bolsa o la vida!”. El hombre responde: “Según usted, mi dinero salvará mi vida o mi vida salvará mi dinero. Tomará
una de las dos cosas, pero no ambas. Le ruego entonces que tome mi vida”.
Desconcertado, el asaltante dice: “No puede salvar su dinero renunciando a su vida”. Y el viajero replica: “Tómela de
cualquier modo, porque si no sirve para salvar mi dinero, no sirve para nada”. Sin su vida no necesitaba el dinero y sin dinero no encontraba razón para vivir. Fascinado por este razonamiento, el ladrón
le perdonó la vida, se hicieron socios y con la bolsa fundaron un periódico.
El breve relato de Bierce, pluma feroz e indomable, quien desapareció misteriosamente en México y fue autor prolífico de verdaderas joyas reunidas en libros como
El diccionario del diablo, El club de los parricidas o El puente sobre el Río del Búho, aplica en cierto modo a una antinomia que el coronavirus puso en la picota. Salud o economía. Expresado así,
es un enunciado abstracto, desprovisto de todo rastro de empatía, comprensión, compasión y sentido común. Salud y economía nada significan si no se relacionan con seres humanos. Son las personas
quienes padecen enfermedad o gozan de salud, son ellas quienes producen, comen, crean, proyectan y expresan capacidades y dones a través de una suma de complejos y variados procesos que se denominan economía.
Si se toma en cuenta el lado humano de la dicotomía, en el caso de que haya que eliminar uno de los términos para que cuaje la ecuación, lo que se estará sacrificando, en definitiva, son vidas humanas.
El filósofo británico Nigel Warburton, de la Universidad de Bristol y doctorado en el Darwin College, de Cambridge, dedicó su libro Pensar, de la A a la Z a las
falacias lógicas, esas trampas del razonamiento que atentan contra el pensamiento crítico. Y define la “apelación a la autoridad” como una de ellas. Consiste, según Warburton, en “tener
por verdadero un enunciado simplemente porque una autoridad en la materia ha afirmado que es verdad”. Cuando no se sabe hay que recurrir a los expertos, advierte, pero aun en esos casos un grado de escepticismo puede
ser saludable, dado que incluso la opinión de un especialista puede partir de premisas falsas, de un razonamiento erróneo o de intereses creados. Los expertos lo son en un área específica, dice
Warburton, y hay que cuidarse de creer que porque saben de un tema saben de todo.
El coronavirus es, en principio, cuestión sanitaria, pero los efectos de la pandemia y de la cuarentena subsiguiente son también económicos, sociales, psicológicos,
vinculares, ecológicos, laborales y éticos. Cuando se apela a opiniones de especialistas solo en una de esas áreas para decretar medidas que afectan a millones de personas, y se excluye de los “comités
de expertos” a quienes son conocedores de las demás facetas, es probable que se incurra en una falacia lógica. En la exhaustiva entrevista que el Presidente de la Nación otorgó a Jorge Fontevecchia,
el mandatario dejó una frase de fuerte poder comunicacional, pero discutible. Una suerte de sofisma. “Prefiero un 10% más de pobres y no 100 mil muertos”. Los 100 mil muertos son una especulación
incomprobable, pero los efectos de la pobreza no lo son. También provocan muertos el hambre, las enfermedades infecciosas derivadas de condiciones ambientales precarias, la depresión, infartos y suicidios por
pérdida de empleos, de ahorros, de proyectos de vida o por una caída súbita y extrema en la escalera social. ¿Alguien quiere un 10% más de eso? Las estadísticas no miden estas muertes
y quienes desde sus cómodos aislamientos piden mano dura en la cuarentena (o la festejan), convirtiendo a todos los demás en sospechosos, tampoco las registran. La antinomia entre salud y economía puede
ser falaz, y no hay ganancia en ninguna de las alternativas si se las desgaja de las personas y de su dignidad. Por supuesto, esta historia no terminará, además, en la fundación de un periódico.
(*) Escritor y periodista
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