Por Claudio Jacquelin
"Estamos librando dos guerras al mismo tiempo: la sanitaria y la económica". La sobreutilización de las metáforas bélicas en el Gobierno no es solo
un lugar común de tiempos de incertidumbre. Refleja, además, la visión y el impacto en el ánimo de los principales funcionarios frente a la situación desatada por el Covid-19. También
explica reacciones y prenuncia políticas en curso.
Después de dos semanas de confinamiento, la opción entre vida y economía va perdiendo entidad, fuera de la narrativa tribunera, ante la parálisis casi total
de la mayoría de las actividades y con sus consecuencias visibles y previsibles. Allí aparece la elección de las imágenes guerreras. Sirven para unir, atacar y defenderse. En juego están
la defensa del interés general, la preservación de un bien superior y la vigencia de un estado de excepción. Como ocurre en las guerras.
Con ese marco conceptual, en los principales despachos oficiales empezó a instalarse y a difundirse una máxima: hay sectores económicos que están jugando
en contra (del interés nacional, del pueblo, de las mayorías) y en defensa de sus intereses particulares. Por convicción o como estrategia discursiva. Por conveniencia política o por prejuicios.
Cualquier opción es válida. El factor ideología no aparece tan nítido, al menos en las decisivas oficinas del primer piso de la Casa Rosada.
Los voceros del Presidente relativizan, matizan o individualizan (contra cualquier generalización) las expresiones que parecen acercarlo al cristinismo del que alguna vez se fue.
Sin embargo, la suma de enojos públicos de Alberto Fernández en la última semana arroja un resultado elocuente del partido que se empezó a disputar en paralelo con el desafío sanitario. Fue
una dura derrota por 3 a 0 para el equipo de los empresarios, banqueros y comerciantes.
Los funcionarios, en cambio, terminaron con un envidiable invicto en público, a pesar de algunos notables yerros exhibidos. Para ellos solo trascendieron reproches en la intimidad
de Olivos. Ginés González García, Miguel Pesce y Alejandro Vanoli agradecen la deferencia.
Fernández pareció completar la arquitectura de su nuevo andamiaje dialéctico, parido por la emergencia sanitaria, con dos claras definiciones en una entrevista con
el periodista kirchnerista Horacio Verbitsky.
Por un lado, expresó su complacencia con sendos proyectos para gravar las grandes fortunas personales y a quienes se acogieron al último blanqueo de capitales, aprobado
por el Congreso durante el gobierno de Mauricio Macri. Los autores de esas iniciativas son el jefe del bloque de Diputados oficialista e hijo de la vicepresidenta, Máximo Kirchner, y el sindicalista Hugo Yasky. En cambio,
manifestó un rechazo de plano a las propuestas de rebajas de sueldos de funcionarios, lanzadas tanto desde la oposición como por parte de su aliado y presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa.
En el entorno de Fernández insisten en minimizar el valor de algunas de sus expresiones: "No podía aparecer confrontando en público con Máximo. Pero
la creación de esos impuestos no está en la cabeza de Alberto", dijo a La Nación uno de sus hombres de confianza. El equilibrista no descansa.
Hoy Massa deberá abordar esos temas en la reunión virtual que se propone tener con los jefes de las bancadas de la cámara que preside, lo que incluye al heredero
del exmatrimonio presidencial. Habrá que ver cómo se zanjan las contradicciones entre los dichos públicos y las aclaraciones privadas. Un objetivo del titular de Diputados es que esa cámara escenifique
la flexibilización de la cuarentena y que sesione el miércoles 15. En el oficialismo tampoco hay consenso al respecto.
Como su hijo, la presidenta del Senado, Cristina Kirchner, también discrepa de Massa. Consecuencias inevitables de coaliciones por conveniencia. Pero las diferencias se diluyen
ante el peligro. El enemigo cohesiona y ofrece oportunidades.
Guerra y economía
El paralelismo de la lucha contra el coronavirus con la guerra no es una mera construcción de la narrativa política. También existen analogías concretas desde
la perspectiva económica.
El exrector de la Universidad Torcuato Di Tella Ernesto Schargrodsky lo graficó en una interesante conferencia virtual sobre el Covid-19, compartida con la especialista en salud
pública Marina Kosacoff. "Las consecuencias de una pandemia se parecen a las de una guerra: se producen bajas, hay presión sobre el sistema de salud y el Estado desplaza al mercado", advirtió
Schargrodsky, antes de trazar también similitudes con las crisis financieras.
La reciente polémica respecto de la injerencia del Estado en el sistema de salud privado o el inminente decreto que dará poder de policía a los intendentes para
controlar y sancionar las subas de precios podría resultar un ejemplo perfecto del paso de lo conceptual a lo práctico.
En esa conferencia, el economista también hizo mención a un inquietante estudio reciente realizado por tres investigadores de la Universidad de California, Davis, para
el Banco de la Reserva Federal de San Francisco. En ese documento se revela que las consecuencias económicas negativas de las grandes pandemias de la historia han persistido hasta cuatro décadas después.
Mucho más que las de las guerras. Al final los autores dejan una luz de esperanza, dadas algunas particularidades sin precedente del mundo actual que podrían atenuarlas. Nadie querrá esperar 40 años
para comprobarlo. Mucho menos, gobernantes cuyos mandatos duran la décima parte.
Con tales antecedentes, que la matriz política del actual gobierno celebra, no deberían sorprender las medidas ni las declamaciones que corren las fronteras del sector
público sobre el espacio de la actividad privada. Las discusiones en el seno de la administración de Fernández y de la coalición gobernante son cuestiones de grados. Ni más ni menos que eso.
Para estar atentos.
Las constataciones sobre las realidades de otros países que empezaron a padecer la pandemia antes que la Argentina, sumadas a los análisis de los expertos y las presunciones
políticas de lo que puede ocurrir, sobre la base de algunas percepciones, ayudan a entender las ideas que ganan terreno en la Casa Rosada. "A pesar de lo que se declama sobre la cooperación internacional,
lo que vemos es que cada país busca preservarse y salvarse, que acumulan insumos y que protegen sus economías. Eso le quedó claro a Alberto en la reunión virtual que mantuvo hace 10 días
con los líderes del G-20. La excepción son algunos europeos, que expresaron su preocupación por la llegada a África del Covid-19. Aunque es cierto que hay mucho de defensa propia. Lo que pase en
los países africanos primero impactará en Europa", explicó uno de los funcionarios más cercanos a Fernández.
El avance del proteccionismo también es advertido por la mayoría de los especialistas. Sus consecuencias para la Argentina son materia de discusión, tanto como las
medidas que deberían adoptarse para enfrentar el nuevo escenario. El Presidente tiene una visión pesimista, basada principalmente en la brusca desaceleración de la economía china y la recesión
en Brasil, destinos cruciales para los bienes exportables argentinos. Y apuesta en consecuencia a revitalizar, cuando todo pase, el mercado interno. Lo dijo en la entrevista de ayer.
Las miradas a la Argentina de posguerra son recurrentes en muchos asesores económicos del Gobierno. El '45 nunca desaparece en la memoria colectiva peronista, aunque los intérpretes
de hoy niegan intenciones (y posibilidades) de recrearlo. La ilusión se sustenta en que se abra una oportunidad de subirse a la cuarta revolución industrial a partir del nuevo mundo que surgirá post-Covid-19.
Siempre y cuando la Argentina se salve del colapso que pronostican para los países emergentes economistas como la estadounidense Carmen Reimnhart, experta en crisis financieras.
Algunos economistas consideran que pueden llegar a abrirse algunas oportunidades para el país. Entre otras, una mayor demanda de alimentos. El modelo agroexportador sigue en pie.
La situación y las perspectivas de la industria, en cambio, parecen justificar el pesimismo presidencial. Mientras tanto hay que atravesar las contingencias de una crisis cuya magnitud y extensión aún
ni siquiera empezaron a prefigurarse. Las quiebras, los defaults, la destrucción de empleos y la aparición de cuasimonedas aparecen en casi todos los escenarios que elaboran y consumen economistas, empresarios
y políticos.
No solo preocupa qué empresas sobrevivirán, sino también en manos de quiénes quedarán. Empresarios argentinos, el Estado, fondos de inversión
y compañías extranjeras están en el tablero. El Covid-19, el mundo de inversores locales y foráneos, pero también (y muy especialmente) el gobierno nacional serán decisivos.
La respuesta es incierta, como casi todo desde que empezó el fatídico 2020. Una de las pocas certezas es que el Gobierno está convencido de librar una guerra en
dos frentes simultáneos. El enemigo sanitario es invisible, pero conocido. El económico está en construcción.
© La Nación
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