Por Manuel Vicent |
¿Eres tú ese niño
de siete años que está en la cala pescando cangrejos, desnudo, con un sombrerito de paja? ¿Eres tú ese chaval que dispara con un rifle amañado en un barracón de feria?
No has olvidado el nombre de esa niña que está a tu lado, con la que cruzaste las primeras palabras de amor. Ella te mira sonriendo mientras tratas de tumbar el patito
que el feriante te premiará con un paquete de cigarrillos Bubi. En el álbum se suceden las fotos de amigos de la peña en una mesa llena de copas, las de aquellos días felices en la primera Ibiza
con la pequeña barca de vela cangreja, las del viaje con la novia a Florencia.
En efecto, esas imágenes vulgares hoy te parecen un milagro, como lo fueron en medio de una posguerra miserable las azules y soleadas olas del mar de tu infancia. En una foto
estás en la almena de un castillo junto a un laurel que ha brotado en una grieta entre sus sillares corroídos cuya semilla fue transportada por el viento o los pájaros.
Puede que ahora seas un viejo. Basta con mirarte al espejo. Cada una de esas grietas de tu rostro tiene su historia, un amor, una deserción, una victoria. Entre las nubes de abril
se ha producido una herida de sol que ilumina aquel castillo en el que ahora estás encerrado por la pandemia. Si un día sales a la calle sano y salvo corónate con aquel laurel que guardas en tu memoria.
© El País (España)
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