Por Fernando Savater |
Ahora no es Dios propiamente quien nos castiga, sino las contradicciones del capitalismo, y los pecados se llaman consumismo, individualismo, heteropatriarcado, rechazo al diferente, ecocidio, afán de lucro... En cualquier caso, retornan los flagelantes: “¡Arrepentíos, el día se acerca...!”.
Algunos escépticos señalan que, si se trata de castigos, Dios o sus franquicias no tienen buena puntería porque fulminan a quien menos lo merece. El gran terremoto
de Lisboa (1755) ocurrió la mañana de un día festivo y los fieles que estaban en misa perecieron bajo los escombros de las iglesias. Según Voltaire, si se trataba de escarmentar a los ateos hubiera
sido mejor un seísmo a la hora punta de tabernas y burdeles. Por cierto, también Voltaire lanzó un lema que animará a los que hoy lamentan su encierro: “Le paradis est où je suis”.
El terror viral se alimenta de conspiraciones. Antaño, los judíos envenenando las fuentes públicas, los curas repartiendo caramelos ponzoñosos a los niños...
Hoy, los americanos difundiendo pandemias antichinas, la derecha recortando la sanidad pública para favorecer a la privada, etcétera... En la web inventan una nueva todas las semanas.
¿Cambiarán los humanos sus vidas, como exigen los clérigos? Afortunadamente, lo dudo, pues no vivíamos tan mal: el cambio más deseable es acabar con
la epidemia. Por lo demás, como dice el viejo chiste, “¡tranquilos, que no panda el cúnico!”.
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