Por Guillermo Piro |
En el pasado, los sombreros se usaban para distinguirse socialmente y para protegerse de la lluvia, el frío y el sol mientras uno se desplazaba de un lugar a otro, a pie, en carruaje,
a caballo o en tren y tranvía. La teoría más aceptada es que las cosas cambiaron con la introducción y la difusión del automóvil. Los techos y las capotas eran demasiado bajos como
para poder conducir con el sombrero puesto, de modo que el accesorio se volvió rápidamente incómodo e inútil, y su destino terminó siendo el de toda cosa incómoda e inútil.
Según Pomroy, el abandono del sombrero fue paralelo a la difusión del automóvil, y, al igual que la difusión del automóvil, fue muy lento. En los años
20 menos del 1% de los estadounidenses poseía auto, en 1940 lo tenía una persona de cada cuatro, en 1970 el porcentaje saltó al 55% de la población total. Esta popularidad gradual vino acompañada
de la no menos gradual desaparición del sombrero.
Otra razón fue el rechazo de quien había combatido en la Segunda Guerra Mundial: habían llevado sombrero por años como parte del uniforme militar, y la cosa
les traía malos recuerdos. Una investigación que en 1947 hizo la Hat Research Foundation (una fundación que investiga todo lo referente a los sombreros) descubrió que el 19% de los hombres no lo
llevaba porque “para llevarlo ya estaba el ejército”.
En 1946 la Fundación había tratado de frenar la crisis de ventas con una campaña publicitaria que decía: “Hace falta un sombrero para hacer magia”,
lo que a todas luces sigue siendo cierto, pero la cosa no funcionó. Entonces los fabricantes entendieron que era el fin, y que como los viajes y el amor el destino de los sombreros también era terminar.
Así, en 1953 nació en Estados Unidos la Semana Nacional del Sombrero: es sabido que solo se trata de promover lo que está en desuso o moribundo.
Muchos creer que hubo un hecho decisivo que llevó al abandono total del uso de sombreros: el día que John F. Kennedy asumió la presidencia, el 20 de enero de 1961.
Hasta ese momento todos los presidentes estadounidenses habían llevado sombrero para la ocasión, ejemplo de formalismo y solemnidad. Kennedy llevaba uno, pero prácticamente no lo usó. Fue su figura
carismática e innovadora, considerada por muchos la imagen de la nueva era, la que liberó a los estadounidenses del sombrero.
Robert Krulwich, un periodista hijo de un fabricante de sombreros, opina otra cosa: según él la culpa habría sido de Dwight Eisenhower, predecesor de Kennedy. Eisenhower
nunca salía sin sombrero, pero hizo construir un vasto sistema de rutas y autopistas en los Estados Unidos que hicieron que quien podía permitírselo abandonara el tren y el tranvía por los Ford
y los Chevrolet disponibles. Así fue como el accesorio se volvió sacrificable.
“Naturalmente podría haber otros motivos –explica Krulwich–, Kennedy tenía un cabello fabuloso; pero si tenemos que encontrar un presidente al que culpar
(mi padre lo hacía, porque fue en esos años que empezó a languidecer el negocio), es a Eisenhower”.
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