jueves, 2 de abril de 2020

Coronavirus: la unidad nacional, también en cuarentena


Por Claudio Jacquelin

Vengo a cerrar la grieta y a unir a los argentinos. Fue la promesa de campaña y el compromiso expresado una decena de veces por Alberto Fernández en su discurso de asunción como Presidente. Un principio que en las últimas 48 horas pareció quedar relativizado.

En medio o en la antesala de una crisis sanitaria y económica probablemente sin precedente para el país y el mundo por el coronavirus , las antinomias pueblo-antipueblo, oligarquía-trabajadores, empresarios-sindicalistas volvieron a instalarse en el espacio público alentadas desde el propio micrófono presidencial. Toda una paradoja. Al menos en apariencia.

La moderación y el equilibrio, atributos con los que a Fernández le agrada ser identificado, entraron en cuarentena. La acusación de "miserables" a algunos empresarios, seguida de la oda a Hugo Moyano , sorprendieron en medio de los constantes llamados a la unidad nacional para enfrentar la pandemia.

"En contra de sus declamaciones previas, en dos días se posicionó más cerca de Cristina Kirchner que de Raúl Alfonsín , en quien busca referenciarse", señaló un agudo analista.

La primera consecuencia de estas reacciones, más allá de los propósitos presidenciales, se tradujo en la recreación de la grieta. Fernández, Paolo Rocca, Hugo Moyano, oligarquía, gremialistas, corrupción, millonarios, autoritarios, miserables, alimentaron las redes sociales hasta convertirse en tendencia. Previsible e inexorable (pero evitable) en un contexto de extrema sensibilidad social, elevado consumo de noticias y extrema centralidad de la figura presidencial.

En la oposición y en el empresariado las expresiones de Fernández dispararon la preocupación y encendieron algunas alarmas por la crispación y el espíritu confrontativo.

Temores

El temor a una deriva autoritaria, al amparo y el aval del estado de excepción que habilitó el Covid-19, convive con las especulaciones sobre el propósito estratégico de tales manifestaciones. No faltan razones y antecedentes, ni tampoco prejuicios para agitar los temores.

Entre los objetivos estratégicos que le atribuyen al Presidente aparecen la necesidad de satisfacer a sus aliados más duros ante la certeza de que las mieles de su popularidad pueden tornarse tragos amargos en no demasiado tiempo. La opinión pública suele ser volátil.

El escenario no será el mismo cuando empiecen a sumarse las víctimas del coronavirus y las consecuencias económicas se asomen al umbral de la tragedia para muchos trabajadores y también para empresarios que no están entre "los más millonarios del mundo". Todos lo saben. Oficialistas y opositores.

En el oficialismo exponen razones más pedestres y más tácticas. El carácter del Presidente, la presunción de estar ante un desafío a su autoridad, la respuesta a sus aliados y la consecuencia no deseada de un exceso de aparición pública aparecen entre las explicaciones que más se escuchan en el albertismo.

Al margen de la obvia sobreexposición de Fernández, esas razones se traducen en cierta propensión al enojo o a la explosión emocional, errores de timing de los empresarios, una sucesión de malos entendidos y la satisfacción de un pedido de Axel Kicillof de agradecimiento a Hugo Moyano por haber ampliado la capacidad de atención sanitaria del gobierno bonaerense.

A ello algunos oficialistas prominentes suman cierta sobreactuación a las que suele ser proclive Fernández cuando se trata de compensar a quienes le prestan un servicio tras haber sido perjudicado o desfavorecidos por él. El camionero venía acumulando facturas por los cargos que pidió y no les dieron a los suyos después del 10 de diciembre. Es lo que se conoce como la doctrina Felipe Solá, a quien Alberto compensó con la Cancillería luego de haber sido el artífice de la frustración de varias aspiraciones de su ahora ministro. Memoria, culpa y conveniencia.

Entre los opositores también aparecen como explicación y temor, al mismo tiempo, un encandilamiento con su centralidad y con los efectos que causa su palabra en la sociedad, que le dio un liderazgo sin las sombras que lo desdibujaban antes de la llegada del coronavirus. Y todo líder necesita un enemigo.

"Temo que empiece a ejercer la impunidad de palabra. Que crea que basta su voz para detener o hacer marchar el país", expresó un prominente dirigente opositor, que sintetizó lo que piensan muchos en Juntos por el Cambio.

Incomodidad

La incomodidad por al aislamiento al que están sometidos muchos de los opositores contra la libertad de movimientos de la que gozan los funcionarios oficialistas agiganta las diferencias.

No obstante, al final del día, Fernández logró aplanar la curva del conflicto con medidas de asistencia a las empresas. Un hecho que no borró el impacto de las palabras, pero que compensaron en parte sus consecuencias.

"Preferimos pensar que fue producto de un momento. Las medidas de hoy parecen ser una señal del Presidente para dejar atrás los chisporroteos. Aunque todavía son limitadas y sus efectos tardarán en hacerse efectivos, implican un reconocimiento de que la situación es grave y que lo será aún más", concluyó un alto dirigente de una de las principales entidades empresariales del país.

Desde las cercanías del Presidente admiten que hubo algún exceso verbal.

Las expresiones de buenas intenciones no faltan, pero la frontera de la concordia se corrió un poco más , en medio de la superposición de aplausos y cacerolas. La unidad nacional sigue en cuarentena.

© La Nación

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