Por Laura Di Marco
Jaime Durán Barba está enamorado de la comunicación albertista sobre la pandemia. En una entrevista reciente, afirmó: "Cuando el Presidente dice 'entre
la vida y la economía, yo elijo la vida', es simplemente una frase maravillosa". Traducido: no importa si la frase es verdadera o tramposa (como lo es): lo que importa es que sea efectiva, que la gente la repita
en la calle y que construya los niveles astronómicos de aceptación que hoy tiene el Presidente.
En 2006, había dicho algo semejante sobre Néstor Kirchner, aunque aquel diagnóstico pasó
inadvertido porque el gurú macrista no era tan famoso como ahora.
Recuerdo perfectamente la conversación que tuvimos entonces en una sala de la antigua Redacción de LA NACION porque, si bien ya era asesor de Macri, parecía capturado
por la comunicación de Kirchner. Una comunicación que luego se convertiría en uno de los relatos más eficaces de la historia política reciente. El gurú elogiaba puntualmente el relato
sobre la deuda. Lo explicaba así: "Cuando (Kirchner) pagó la deuda con el Fondo, desde el punto de vista de los economistas, puede ser discutible, pero para el ciudadano común de América Latina,
que es la inmensa mayoría, la Argentina pagó toda su deuda externa, cosa que no es cierta, pero eso no importa: como imagen del Gobierno, es buenísima".
El indicador de que un relato está blindado es la imposibilidad de discutirlo o, al menos, de matizarlo o de dudar. Es una encerrona. Si uno lo discute, queda expulsado del Paraíso,
es un traidor a la patria o defiende los intereses de los grupos económicos. ¿Les suena esta música? "Relajar la cuarentena es para Suiza", dice el Presidente. Indiscutible. ¿O acaso queremos
100.000 muertos? Ante la disyuntiva, como dijo Alberto, es preferible un 10 por ciento más de pobres.
Pero ¿acaso la pandemia económica, que golpeará a la Argentina con más crudeza que en otros países porque ya antes de esta catástrofe era un enfermo
terminal, no pondrá también en peligro miles y miles de vidas? ¿Qué estadística oficial contabilizará esos daños colaterales? Algunas proyecciones económicas en despachos
oficiales indican que la pobreza ya llega al 50 por ciento en el conurbano bonaerense, donde además se está complicando la llegada de comida a las villas, a raíz del escándalo por los sobreprecios
pagados por un Estado destartalado.
Ante este panorama, ¿cuántas vidas pondrán en peligro el hambre, las enfermedades desatadas por la inseguridad económica, los conflictos familiares que traen
los derrumbes o los "accidentes" producidos por el estrés emocional? En La odisea de los giles, film de Sebastián Borensztein sobre 2001, el personaje que encarna Verónica Llinás fallece
en un accidente, en medio de la desesperación por el corralito. Una metáfora de las tantas muertes invisibles que se llevó aquella tragedia económica. En cualquier caso, y ante cualquier error futuro,
el Presidente siempre podrá apelar a su eslogan: "Entre la vida y la economía, yo elegí la vida". Y como subtexto: los protegí de la voracidad de los empresarios, que me presionaban para
relajar la veda porque "la economía se recupera, pero de la muerte no se vuelve". Otra frase imbatible.
Pero ¿tan fácilmente se recupera la economía, en un mundo en recesión global por la pospandemia? ¿O acaso el Presidente está atrapado en un déjà
vu de 2003, cuando -entonces sí- pudimos recuperarnos relativamente rápido, gracias a un mercado mundial que demandaba nuestras commodities? Otros interrogantes en torno al relato oficial: ¿por qué,
al final de la primera etapa de la cuarentena, no convocó a una mesa de diálogo con todos los sectores productivos, como en 2001, para atacar, al mismo tiempo, la pandemia económica y la sanitaria? Así
como llamó a médicos expertos, ¿por qué no hizo lo mismo con economistas? La dureza de la cuarentena, extendida y obligatoria -que indudablemente salvó miles de vidas-, ¿es una medida
política o sanitaria? Dicho de otro modo: ¿cuánto de la ineficiencia del Estado y la carencia de políticas públicas influyó en las decisiones sanitarias?
Con la cuarentena el Presidente está en su zona de confort. La economía, en cambio, lo ubica en el territorio de la incomodidad. Pero ambas pandemias pueden matar por igual.
Países como Alemania, Singapur, República Checa y Japón controlaron el coronavirus con estrategias exitosas, poniendo restricciones, sí, pero sin apelar a un confinamiento total. ¿El secreto?
La presencia de un Estado inteligente, políticas públicas activas y testeos masivos para aislar a los asintomáticos. Un kit institucional exitoso que es justamente lo que aquí falla. Se trata de
las mismas herramientas que ahora serán necesarias para gestionar la salida de la cuarentena. Entrar fue fácil. Lo complejo, en la Argentina, va a ser salir.
© La Nación
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