Por Sergio Suppo
La tormenta no llegó, pero las medidas para prevenirnos ya nos golpean con una fuerza destructiva y avasallante. El freno y el aislamiento social recetados en la Argentina bajo
un cierto consenso global generan sus efectos contraindicados antes de que pueda comprobarse su efectividad para detener al coronavirus.
¿Se equivocó el Gobierno al disponer una cuarentena completa un mes antes de la llegada de la ola grande de casos? Una mayoría de expertos aseguran que no y enarbolan
el viejo lema de los sanitaristas: "Mejor prevenir que curar".
Alberto Fernández decidió ganar tiempo y afrontar las consecuencias de un colapso productivo. Es durante estas semanas de encierro que se arma de apuro una red sanitaria
de emergencia. Hoteles convertidos en hospitales, más capacidad en las terapias intensivas, compras urgentes de respiradores, ingreso apresurado de personal médico.
El coronavirus promete su aparición masiva para principios de mayo. En abril se jugará la suerte del plan argentino para morigerar su daño. El punto de partida exhibe
un sistema de salud precario, insuficiente y desigual. La brecha social está reflejada en la salud y también en las distancias de desarrollo de un país fraccionado. Buenos Aires y La Matanza son caras
opuestas de esa moneda. No son las únicas. No es lo mismo la salud en Formosa que en Mar del Plata, no es igual ser asistido en la Puna que en la pampa gringa. El desborde de casi todos los sistemas sanitarios del mundo
es un consuelo menor si se repara en lo que gastan los argentinos en sostener la mixtura de hospitales públicos, obras sociales y medicina prepaga.
Las voces de los médicos ya se mezclaron con las advertencias de los economistas. Y las contraindicaciones de la cuarentena comenzaron a ser algo más que una estadística.
El encierro en las villas es una olla a presión más allá de la contención que intenta el Gobierno. El cierre de las empresas de todos los tamaños ahoga a las más chicas, convertidas
en el principal grupo de riesgo, si se utiliza la jerga de estos días. Y pone en una tenebrosa pausa a la actividad, que no venía siendo precisamente floreciente en los últimos seis años.
Los falsos gurúes tienen un doble desafío de imposible cumplimiento: establecer el daño humanitario que provocará el coronavirus y anticipar la dimensión
del daño que provocará la cuarentena.
Alberto Fernández repite que la relación entre pandemia y crisis económica es un falso dilema. Ambos términos son, en realidad, parte de un mismo problema,
en cambio y retroalimentación constante. Debajo de esos dramas, descansa la suerte política del Presidente, hoy saludada en los sondeos que muestran su imagen positiva en alza. Pero todavía no muestran
la reacción que generarán sus choques con los empresarios y la consecuencia de elevar a la categoría de ejemplo nacional a Hugo Moyano. No será eso lo más importante. La salud política
de Fernández todavía no pasó por la prueba del pico de casos de la pandemia ni los síntomas dramáticos de una recesión profunda. El país y su presidente apenas si se asoman
a lo peor.
© La Nación
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