Por Héctor M. Guyot
Entrevistado por Hugo Alconada Mon, el profesor Frank Snowden , mayor experto mundial en la historia de las epidemias, dijo que las pestes son un espejo. Allí la humanidad puede
reconocerse y tomar conciencia de la necesidad de un cambio. Escribí sobre esto en la columna del sábado pasado: de nada vale salir de esta crisis global para volver al mundo tal como lo dejamos antes de la irrupción
del coronavirus .
"Estamos lidiando con organismos vivos que requieren de ciertas condiciones para prosperar y somos nosotros quienes les damos esas condiciones", afirma Snowden . Es decir,
el virus es obra nuestra. Esta observación, junto con otras de esta excelente entrevista, me confirma en mi percepción de que la epidemia es fruto de una civilización que sacrifica el planeta en el altar
de un consumo desquiciado que enriquece a pocos, adormece a la mayoría y relega a muchos en la pobreza y la exclusión.
Ante la magnitud de la prueba que vive el mundo, la comunidad internacional debe hacerse cargo de lo que este espejo revela. También cada país. Y, en un fuero más
íntimo, cada persona en cada rincón del globo. A todos nos interpela el virus con su espejo. A todos nos desnuda, al tiempo que cuestiona cómo estamos viviendo.
"Las epidemias nos muestran si nuestro mundo se preocupa por la gente más necesitada", señala Snowden. Cuando leí esto, pensé en la Argentina. Los
pobres se han vuelto aquí más visibles. Y son objeto de preocupación, especialmente aquellos que viven en las villas del conurbano, donde el hacinamiento y las condiciones de higiene ofrecen un ambiente
muy propicio para la propagación del virus. "En un mundo globalizado, lo que ocurre en una favela de Río nos pasará a todos", dice el experto. Traducido, lo que pase en las villas de La Matanza
o Moreno nos pasará a todos. El espejo del virus quizá enseñe a la fuerza, incluso a cínicos y egoístas, que los pobres son parte de nuestra comunidad y no bocas a las que alimentar a cambio
del voto.
Además de la pobreza, el coronavirus puso en primer plano la precariedad sobre la que estamos parados para enfrentarlo. La Argentina llega a la peste con un país castigado
de antemano: déficit habitacional, infraestructura sanitaria insuficiente, falta de reservas y de crédito para el aumento del gasto que la pandemia exige. Este paisaje refleja la magnitud de la deuda que tienen
los políticos con un pueblo que, una y otra vez, los vuelve a votar luego de haber sido traicionado tantas veces, y siempre para quedar un poco más pobre.
Pero nuestra clase política odia el espejo. No quiere ver esa deuda que el pueblo le reclama, con cacerolas o sin ellas, y se aferra a sus privilegios. La protesta no viene de
la antipolítica, como dicen los que gobiernan. Señalar que un senador cuesta 171.000 euros mensuales (diez veces lo que cuesta en España, según ilustra Roberto Cachanosky) es cuidar la política.
Y denunciar el curro, una actividad considerada "ejemplar" aquí, que concede fortuna y honores, según vimos esta semana en un acto surrealista donde el verdadero homenaje fue para la prepotencia y la
extorsión.
Tampoco el Presidente asume esa deuda. Cometió estos días una falta muy costosa, que es avivar la confrontación cuando el desafío de la pandemia había
despertado en la ciudadanía una vocación de unidad que él incluso promovió la semana anterior. En medio de la incertidumbre, había un aire fresco y reparador. Incluso los que no lo votaron
habían empezado a mirar a Fernández con otros ojos. Cálculo mediante o no, echó todo por la borda con un insulto que sugiere que sigue jugando un partido intrascendente para la gravedad de la hora.
Por supuesto, se expuso así a que le recordaran la forma en que accedió al poder, la riqueza evaporada en bolsos voladores durante los anteriores gobiernos kirchneristas y el pacto de impunidad cerrado con su
vicepresidenta, de tal modo que el insulto le volvió como un búmeran para terminar calzado en su cabeza. ¿Hacía falta semejante retroceso después de haber tomado medidas y actitudes correctas?
"Contamos con algo que no tienen los microbios: nuestra inteligencia y nuestra capacidad de colaborar, si así lo deseamos. Por eso, espero que como humanidad colaboremos
entre todos", dice Snowden. Entre todos, sin divisiones. El virus no discrimina por ideología o clase social. Sabe que somos un solo cuerpo de cuya energía se alimenta dejando muertos a su paso. Por eso,
el Presidente debe abandonar la política facciosa y el cálculo mezquino. Tiene enfrente un tablero muy distinto del que tenía cuando asumió, hace apenas unos meses. Es tiempo de sumar y no de dividir.
Al menos si queremos salir lo más enteros posible de esta prueba durísima que nadie esperaba y que vino a cambiarlo todo. Tal vez Fernández deba dejar de ser lo que era. Ser, en parte, otro. Como todos.
Y si no cambia por la pandemia, será cambiado por el voto.
© La Nación
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