Por Fernando Laborda
Para crecer primero hace falta creer. Y para creer hay que ver.
Han transcurrido casi tres meses desde la asunción presidencial de Alberto Fernández y una duda carcome a no pocos agentes económicos: ¿cuánto tiempo
se puede aguantar sin datos acerca del plan para la recuperación de la economía?
El presidente de la Nación y su ministro de Economía insisten en que, primero, debe concluir la renegociación
de la deuda pública y alcanzar el acuerdo con el FMI y los bonistas privados.
Dentro de pocos días, se conocerá la propuesta de canje de bonos por parte del gobierno nacional, que incluirá una reprogramación de vencimientos y una quita.
El problema es que a los acreedores, más que los términos de esa oferta, que ya imaginan, les preocupa la hoja de ruta que indique de dónde sacará el Estado argentino los dólares que necesitará
para empezar a pagar la deuda luego de los dos, tres o cuatro años de gracia que le concedan. Y no pueden dejar de angustiarse cuando el propio ministro Martín Guzmán les comunica que no hay margen para
eliminar el déficit fiscal primario en los próximos años.
Muchos países desarrollados y no tanto tienen deudas públicas mayores a la argentina en términos de porcentaje del PBI. Y eso no les significa un inconveniente,
porque simplemente pagan de manera religiosa los intereses anuales y refinancian en forma constante el capital adeudado. Con las bajísimas tasas de interés internacionales, una deuda soberana no debería
constituir un problema en el mundo actual. Y tampoco lo debería ser para la Argentina, si no fuera por la desconfianza que inspiran el país y su dirigencia política.
Distintos analistas locales e internacionales coinciden en que el problema de la Argentina no es la deuda, sino la falta de confianza. Y observan que, en casi noventa días, el
gobierno de Fernández no ha hecho prácticamente nada para recuperarla.
El primer mandatario, al hablar el miércoles último ante empresarios reunidos por el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp), expresó que
"estuvimos muchas veces en situaciones como estas y nos vamos a levantar, como ya lo hicimos", luego de anunciar que "frenamos el colectivo al borde del precipicio". La dificultad es que los mercados no
se mueven por actos de fe.
Funcionarios del Gobierno y el propio jefe del Estado pueden vanagloriarse de que, en lo que va de su gestión, lograron que las tasas de interés descendieran desde el 63%
hasta alrededor del 40%, lo cual no es poco, aunque es insuficiente para que aparezcan brotes verdes, mientras los inversores parecen perdidos en el bosque de la incertidumbre.
No se escuchan anuncios de inversiones . Sí, de desinversiones, como las que vienen teniendo lugar en la estratégica Vaca Muerta , donde dos años atrás operaban
74 equipos y hoy hay 50. O como la industria automotriz, cuya producción cayó en febrero de este año un 20% con respecto al mismo mes de 2019.
Un estudio de Orlando Ferreres estimó que durante el primer mes del año la inversión bruta interna se contrajo un 5,2% en términos de volumen físico
respecto de enero del año anterior. Y el parate podría prolongarse si las negociaciones por la reestructuración de la deuda no concluyeran el 31 de marzo, como lo planificó el Gobierno.
Todos los agentes económicos están en una situación de "wait and see". Siguen a la espera de algo. Que no necesariamente supone esperanza. Y aún
parece estar muy lejos el momento en que la codicia sea mayor que el miedo.
© La Nación
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