Por Gustavo González |
Pero es cuando el capitalismo cruje que los economistas de todo el mundo se suelen acordar de Keynes.
Y la duda inicial sobre qué tan a fondo y qué tan rápido
hay que aplicar su teoría va desapareciendo con el correr de los días.
Roosevelt y Trump. La década del 30 en los Estados Unidos estuvo signada por una crisis sin precedentes
y por las medidas originales que se tomaron para salir de ella: obras públicas, acción sobre los precios, subsidio por desempleo y pensiones a la vejez.
Pero contra lo que se menciona habitualmente, al cuarto año de comenzado el New Deal, la crisis continuaba. En 1937, tras una leve recuperación, la economía
volvió a derrapar y como ya existía una depresión, hubo que encontrarle otro nombre para llamar a una depresión sobre otra depresión. Entonces se empezó a hablar de recesión.
Fue recién a fines de esa década, y con el segundo New Deal que comenzó con el segundo mandato de Roosevelt, que el gobierno decidió ir verdaderamente
a fondo con su política de gasto público, entendiendo que solo medidas excepcionales lograrían terminar con una crisis excepcional. Fueron esas medidas las que rompieron con el circuito recesivo y son
las que desde entonces ha usado el mundo capitalista, sin distinción de ideología, ante crisis graves.
Keynes. Lo que pasó con el crack internacional de la década del 30 contrariaba las leyes económicas
que indicaban que no era posible que la economía encontrara un equilibrio en situación de crisis y desempleo.
Aquella pandemia económica demostraba, por el contrario, que la crisis se podía mantener estable durante años. Como un círculo vicioso que los mercados
por sí solos no podían resolver, pero tampoco un Estado que solo usara paliativos leves de reactivación por temor a afectar el déficit fiscal.
Roosevelt en los Estados Unidos y otros líderes en el mundo comprendieron, tarde, que solamente si se aplicaba un fuerte electroshock económico se podía controlar
la arritmia de un planeta enfermo.
Siguieron los consejos de la recién publicada Teoría general (1936) de Keynes, el libro que por su influencia histórica se compara con La riqueza de las naciones,
de Smith (1776), y El capital, de Marx (1867).
Keynes entendía que, frente a una recesión, las políticas correctas de resguardo fiscal debían dejarse de lado, recurriendo al gasto público, incluso
más allá de los ingresos disponibles. Es curioso que quien más aportó desde la teoría para rescatar al capitalismo de sus crisis recurrentes todavía sea señalado como marxista
por ciertos economistas.
Keynesianismo global. Hoy, ante la actual pandemia económica, la mayoría parece encaminada a aplicar
sus consejos.
Trump acaba de promulgar el mayor paquete de ayuda económica de la historia (2,2 billones de dólares), que incluye ayuda a hospitales, préstamos a las áreas
y empresas más damnificadas y la entrega de 1.200 dólares para quienes tengan ingresos inferiores a 75 mil dólares anuales. El FMI plantea inyectar 2,5 billones de dólares en los mercados emergentes.
La Unión Europea aprobó la suspensión de las reglas presupuestarias de control del déficit y la deuda. La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde (ex FMI), decidió aportar
1,1 billones de euros para comprar deuda pública de los países, aboliendo la cláusula que le impedía superar la compra del 33% de cada emisión. Alemania presentó el mayor plan de reactivación
económica de su historia, quebrando la norma constitucional que le exige un equilibrio presupuestario.
En Argentina, el Gobierno también parece entender la necesidad de una intervención del Estado, con medidas como el aumento de planes sociales, el pago de 10 mil pesos
a los monotributistas y alivio fiscal para sectores como el turismo o la gastronomía y para pequeñas y medianas empresas.
El problema es que, como en los Estados Unidos del 37, el país ya venía de una depresión. Y lo que hizo el coronavirus es sumarle una depresión más
grave a esa depresión. Entonces, medidas que podían ser razonables para atender a una crisis pueden ser insuficientes para responder a una doble depresión.
Melconian y Leyba. Desde que asumió, Alberto Fernández demostró una actitud muy cauta desde
lo económico. Con un ministro de Economía como Martín Guzmán, que atinó a un keynesianismo leve para responder a la crisis que ya existía en el país, quizá tratando de
ser lo más políticamente correcto posible para negociar con la lógica fondomonetarista de aquel momento.
Pero la lógica del Fondo y del mundo cambió en un mes.
En el país casi no hay economistas que no crean que llegó la hora de una intervención más fuerte del Estado. Dos de los entrevistados de esta semana por
Jorge Fontevecchia en FM 101.9 Radio Perfil opinaron eso. Fueron economistas con posiciones tan distintas como Carlos Melconian y Carlos Leyba.
Melconian: “No hay más debate sobre si es gradualismo o shock. Es shock. El Estado debe
intervenir ya con ayuda fiscal, debe intervenir para el pago de sueldos en las empresas, para mantener el empleo, con profundización del control de cambios y relajamiento monetario.”
Leyba: “Los objetivos iniciales de la gestión Fernández han pasado a segundo orden.
Las políticas de contención del gasto e incremento de la presión tributaria producirían efectos catastróficos. Sostener la actividad (pago de salarios, financiamiento de la producción,
incentivos a la exportación) implica más gasto público y más moneda en el mercado. Para aplanar la curva de la recesión es imprescindible el estado de excepción en la economía”.
Segundo New Deal. El FMI acaba de estimar el aporte excepcional que los Estados llevan invertido hasta ahora para paliar esta crisis. Estima que Canadá ya invirtió
el 3,6% de su PBI, Alemania el 4,5% y Francia el 15%. El Brasil manejado económicamente por Paulo Guedes, el último Chicago boy del continente, destinó a la crisis el 2,5% del PBI.
Solo el paquete de medidas aprobado el viernes por Trump representa el 10% del PBI y es el triple del que se usó durante la crisis de 2009.
En cambio, el FMI calcula que el Estado argentino lleva destinado el 1% de su producto bruto a esta coronacrisis.
Alberto Fernández enfrenta el dilema que habrá enfrentado Roosevelt en el 37: continuar con una intervención del Estado superior a la que sus países estaban
acostumbrados, o asumir la lógica keynesiana de implementar un shock masivo y contundente de fondos públicos sobre la economía.
Un segundo New Deal.
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