Por Andrés Malamud |
No se le podía pedir mucho más: si la Argentina zafa del default, algo que se definirá en estos meses, sabremos desde qué base planificar el futuro.
Y si
no zafa, lo que se diga ahora pronto será papel mojado. Como sugiere la politóloga Paula Canelo, la gestión de Alberto podría titularse "esperando a Guzmán".
Primero fueron los nombres. El presidente citó dos veces a Raúl Alfonsín, una a Juan Perón y a Néstor Kirchner y ninguna a Cristina Fernández.
De los próceres mencionó tres veces a Manuel Belgrano. No hubo alusiones a Juan Manuel de Rosas, de cuyo cuadro se desembarazó hábilmente hace unos días. En cambio, es difícil encontrar
referencia más sarmientina que "educar, educar y educar para que haya futuro". Alberto Fernández es un presidente peronista que interpela a los radicales como nadie hizo antes. Desconocer este desafío
puede ser buena política, pero es mal análisis.
Varios tramos del discurso estuvieron poblados de guiños hacia sus sectores de apoyo. Para los gobernadores hubo reiterados mimos subliminales: un "país federal",
"sentido federal", "criterio federal", "perspectiva federal", "equilibrio federal", "desarrollo económico federal". A los empleados públicos -los llamó
"trabajadores del estado"- los endulzó con propuestas de jerarquización administrativa, incluyendo el relanzamiento del cuerpo de administradores gubernamentales y el fomento de la innovación.
A universitarios e investigadores les prometió "un gobierno de científicos", aunque la versión escrita del discurso es más modesta: "un gobierno con científicos". Mencionó
innumerables veces a los trabajadores, pero nunca a los sindicatos, y se detuvo en dos temas de alta intensidad emotiva: Malvinas y el ARA San Juan.
El agradecimiento expreso al papa Francisco no impidió que el Presidente reafirmara su propuesta más caliente: la legalización del aborto. La promesa incluyó
un programa de educación sexual y de prevención del embarazo no deseado. Si se implementa con moderación, esta estrategia solo puede reportar ganancias para el Gobierno: seduce al electorado progresista,
divide a la oposición y tiene mínimo costo fiscal. La alianza con el Papa neutraliza el costo de enfrentarse a las jerarquías eclesiásticas locales, que se resisten con tesón al siglo veintiuno.
Ausente con aviso la macroeconomía, más allá de la renegociación de la deuda, algunas políticas sectoriales recibieron énfasis. Llamó
la atención que la condena al extractivismo viniera acompañada de "una batalla nacional por el gas y el petróleo" y una oda a la minería, pero ninguna mención a las energías
renovables. Al campo le ofreció moderación y diálogo, aunque no le mostró los números. Y, coherente con el nombre de su frente electoral, por la inflación nos responsabilizó
a todos.
En política internacional apuntó a la diversificación, pero lo más jugoso fue su alusión al Mercosur como "hogar común". No hubo referencias
a la Unasur, que Néstor presidió, ni a la Celac, que la Argentina aún integra. América Latina fue, en el discurso, algo práctico: producción, inversiones, aduana, estándares
comunes. Ausente estuvo toda mención al neoliberalismo, el colonialismo o el imperialismo. Si ésta es la nueva izquierda latinoamericana, no se diferencia demasiado de la europea, donde la prosperidad permitió
el lujo de la moderación. Vista la situación económica, es difícil creer que en la Argentina pueda durar.
© La Nación
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