Por Norma Morandini |
Una cosa es que apelen a nuestra responsabilidad ciudadana como parte de una comunidad solidaria y otra que nos esperen
con el Código Penal en la mano para encerrarnos a la fuerza si no cumplimos con la cuarentena necesaria para proteger y protegernos. Peor aún que alimentemos al comisario que llevamos dentro en lugar de convertirnos
en ciudadanos responsables y solidarios, y ayudemos a persuadir al infractor. Ya no sirve argumentar que los argentinos no cumplimos con las reglas. No hay mejor domesticador que el miedo: la lección que nos dejan Italia
y España. La responsabilidad individual y la solidaridad con los otros son, por ahora, la más eficaz medicina para evitar la propagación del virus.
Estoy en cuarentena; como ya tengo síntomas, me someto obediente a las recomendaciones de las autoridades españolas, acato el aislamiento y el "distanciamiento
social". En tanto, leo, escribo y trato de sacar lección de esta pandemia del siglo XXI. La literatura es rica en ficciones y ensayos que hacen de las enfermedades una metáfora moral. Sin originalidad, también,
acudí a la extraordinaria novela La peste , menos por sus excepcionales valores literarios que por el humanismo de Camus, el escritor que sabía que "en
los seres humanos hay más cosas dignas de admiración que de desprecio". El mensaje esperanzador de humanidad y heroicidad que atraviesa una novela escrita 70 años atrás, a la sombra del nazismo,
y hoy se actualiza para recordarnos que toda ciudad puede convertirse en una Orán, infectada por las ratas. Sin eludir las miserias de los que lucran con las necesidades ajenas, todo el simbolismo de la novela está
puesto en la solidaridad. La vida puesta en suspenso, expuesta en su fragilidad y por eso acentuado su verdadero sentido.
Mi aislamiento forzado es también una oportunidad para conocer mejor a Madrid ya que, como bien advierte Camus, las ciudades se muestran en el amor, en el trabajo y en la
muerte. Cuesta hoy reconocer la Madrid de bares, tapas, terrazas, "cañas" y fiestas, con sus calles vacías, sus museos, restaurantes y colegios cerrados. Suspendidas todas las fiestas populares, de
las Fallas a las procesiones de Semana Santa, algo que no sucedía en Sevilla desde 1933. En general, los españoles parecen haber escuchado al personaje principal de la novela de Camus, el doctor Rieux, que sentencia:
"Las plagas se combaten con decencia". ¿Qué significa hoy ser decente? No mentir, ser racionales, respetar a los otros. Sin el virus del oportunismo político ni la intolerancia ideológica
que envenenan la convivencia. El virus carece de ideología y nacionalidad. Necesitamos que la política se subordine a los expertos médicos y sanitarios, que se ponga el poder del Estado al servicio de
ese bien público que es la salud de todos, que los gobernantes sean transparentes y desechen el Twitter para comunicarse con la población, como se aconseja por aquí. La misma decencia que debemos reclamar
a los ciudadanos y a los que infectan con noticias falsas, burlas y mentiras las redes sociales. Ahora es cuando se pone a prueba la verdadera función de la prensa y la calidad de sus periodistas. No propagandistas
de los gobiernos, sino servidores de la ciudadanía.
Cuando la pandemia pase y regresemos a las calles, las fiestas y las soberbias, tal vez podremos reconocer la inutilidad de amenazarnos con el futuro laboral, porque de golpe las
máquinas ya nos reemplazan, forzados al teletrabajo y al tiempo libre, no por ocio sino temor. Deberemos aprender a vivir con esta nueva realidad y desear que cuando las fronteras caigan, no levantemos muros contra
los extranjeros. El coronavirus desnudará también el sistema de salud que supimos conseguir y la calidad de los gobernantes. Cuando las democracias carecen de autoridad para persuadir a los ciudadanos, se corre
el riesgo de la imposición por la fuerza. Es nuestra gran oportunidad para reconocernos fraternos, iguales en la adversidad y ciudadanos responsables con derecho a la información transparente, aunque por un tiempo
se nos limiten los derechos.
© La Nación
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