Por Roberto García |
En su lugar, privó otro concepto popular: “Es preferible pecar en exceso a quedarse corto” en materia de libertades individuales.
Una forma de satisfacer, además, el reclamo de una sociedad que exige mano dura, castigo, aun contra sí misma, adicta al pensamiento único y a pesar de que más
adelante tal vez facture ciertas decisiones como si no hubiera sido cómplice de ellas.
Además, hay otros factores menores que adornan el decreto del púlpito de la Rosada: de la desaprensión advertida en la gente con las recomendaciones sanitarias
a los probables alborotos callejeros que algunos imaginan por las restricciones oficiales. Pero fue la matemática conclusión del progresivo curso epidémico para el 16 o 17 de abril la que selló
un estado de sitio virtual, titilante por ahora, a partir de la cero hora de ayer, en la lapicera de Fernández. Se acopló la Argentina a un mundo que se ha detenido.
Si uno toma advertencias como las que se vaticinan en España –dos millones y medio de casos infectados para el 10 de abril, si no se respeta el confinamiento, según
un centro de estudios de Valencia que no ha sido desmentido–, el panorama argentino sería más alentador (alrededor de dos por ciento de ese volumen para una fecha semejante) aunque prematuro: los recorridos
de la plaga son distintos, y en Europa empezó antes.
Naturaleza. La naturaleza del virus también promueve comportamientos diferentes y poco explicables que genera todo tipo de sensaciones: en apariencia no se viraliza en la India
–otra conducta sería una catástrofe adicional para el mundo–, opera con saña en el País Vasco o la región madrileña pero daña poco en la Cantabria, localidades como
Bergamo registran fatales y espantosas bajas pero se atenuó el impacto en las vecindades, Alemania registra infinidad de afectados pero muchas menos bajas fatales que otros países cercanos de la comunidad. Así
abundan más ejemplos del contradictorio y pertinaz virus.
A las distinciones geográficas se suman otros elementos, profesionales y políticos, en ocasiones engarzados. Estas divergencias se advirtieron en el gobierno de los Fernández
desde que no se consideró peligrosa a la peste (al menos frente al flagelo del dengue) o se imaginó que llegaría más tarde y hasta con un antídoto quizás. Soberbia evidente que retrasó
la prevención para habilitar hospitales o camas de emergencia, la compra de elementos como kits o respiradores y la concentración en el Malbrán como único organismo para hacer los test en un país
que se suponía federal.
Drama. El mayor drama de AF es la impotencia para no poder atender un eventual aluvión de la crisis. Y no alcanza con echarle la culpa a Macri: con el relato no se cura. Aquella
desidia inicial del Gobierno es comparable a la de Donald Trump, quien al principio se burló de la pandemia (apoyado por el mayor experto de EE.UU.), o el insolente Johnson en Gran Bretaña (también acompañado
por un equipo de renombrados especialistas) diciendo que los que se van a morir son los que se iban a morir. O el grotesco Bolsonaro en Brasil promoviendo aglomeraciones y desafiando instrucciones médicas a favor del
encierro, único medio que ha logrado reversiones.
Por no hablar de otros obtusos característicos: el atrevimiento tropical de Maduro y el cubano Díaz Cannel pontificando con mínimo fundamento sobre el éxito
de una vacuna propia. O, lo más penoso, el presidente mexicano López Obrador sosteniendo en actos públicos que “no pasa nada” a pesar de la multitud de casos, que hay que abrazarse entre los
ciudadanos y no poner distancia social, y que el mejor escudo protector son las estampitas que dicen “honestidad” o “detente”. No son fake news, son los mandatarios del mundo.
Completan los locales: Fernández y Katopodis pidiendo distancia de dos metros y exhibiéndose, cheek to cheek, en un video en el helicóptero, copia repetida por la
ministra Frederick y Wado de Pedro. O Massa y Negri a los besos cuando ofrecían consejos para no contaminarse. O el ex ministro de Macri (Loscri) enfrentando a una patrulla por la cuarentena y, un plato especial del
interior, el influyente y cristinista ex gobernador Rovira, quien a las risas le dijo al periodismo: “No quiero decir de dónde vengo de Europa porque me van a confinar en mi casa”.
Científicos. A no desesperar: también reconocidos científicos, uno de Stanford (John Ioannidis) y otro de Harvard (Marc Lipsicht) discrepan sobre el coronavirus,
uno advirtiendo sobre el fiasco final de su actuación como depredador, sugiriendo evitar medidas draconianas, y el otro contrariando esa teoría y vaticinando un eclipse universal por la enfermedad. Hasta señala
que no es cierto que el virus aparece y desaparece como en otras oportunidades.
Esta suma de controversias y dislates, resumidas en las altas cumbres de gobiernos y universidades, provocaron una desorientación económica que se expresó en los
mercados, todos a la baja, hasta psicológicamente exhaustos, en los que no se compra ni oro, considerado el refugio de última instancia.
Tampoco alcanza la tasa en cero, la plata regalada o la promesa de subsidios de todos los gobiernos y a todos los sectores: reina una catástrofe depresiva que, para muchos, recién
empieza.
Aunque las estadísticas sobre muertes por la crisis del virus no constituyen un fenómeno tan nefasto para desatar esta hecatombe descomunal (17 muertos por cada millón,
mientras la gripe anoto 10 mil por cada millón).
El mayor miedo está por venir y sin recetas ni explicaciones plenas, sin siquiera tomar en cuenta la vuelta atrás que los chinos le han aplicado al virus en la misma provincia
donde se expandió y donde ya comenzó, de nuevo, un proceso de recuperación industrial y económico.
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