Por Nelson Francisco Muloni |
¿Era necesaria más muerte para que las vísceras ciudadanas tuvieran algún tipo de dinámica de la indignación en medio de la generalizada indiferencia? Otro niño murió en Salta. Por hambre. Por ocultamiento. Por necedad. La llamada “gobernanza” es, ni más ni menos que un giro de sofisticación que deviene, precisamente, en falsedad.
Ese otro niño muerto (sea del chaco salteño o de un barrio periférico citadino) es un nuevo desgajamiento de la moral de esta sociedad anegada de mediocridad, insolidaria, irrespetuosa y totalmente afín al estiércol político y/o ideológico que enmarca la cotidianeidad de esa misma sociedad.
Ahora se levantan algunas voces (no muchas) con la estridencia de aquella indignación de sacrosantos personajes, a enrostrar más indignaciones de las que la mayoría carece, para afligir a otros por las muertes que circundan y por el hambre que se extiende por los sinsentidos de la pobreza. Son los mismos, claro, que hace unos años se silenciaban, unos por despreocupación, algunos por pereza, muchos por complicidad y otros porque les importaba un carajo.
Descubren, asombrados y ofendidos opinadores a la carta, que el hambre no es solamente una sensación gástrica que se soluciona con un pedazo de pan, sino que, en el caso de esta provincia (y de otras que pertenecen al ensamble geográfico que conforma la hambruna norteña), es una patología derivada de la vesanía política de quienes se apoltronaron en los sillones de la inmoralidad institucional. Y, por supuesto, ante tal descubrimiento, ante tal iluminación celestial, van trasegando la bilis de su “dolor” hacia el resto indolente del cuerpo social.
¿Una exageración? Veamos: desde hace 30 años, Salta tiene una media de mortalidad infantil que oscila entre el 14 y el 11,8 por mil, este último dato según UNICEF del 2017(https://www.unicef.org/argentina/media/416/file/Salud%20infanto%20juvenil.pdf). Casi todo el norte argentino tiene índices similares. El Centro de Estudios e Investigación Social “Nelson Mandela” viene exponiendo las atrocidades del hambre en Chaco, Formosa y Salta, principalmente. Incluso, en enero de 2015, denunció que el gobierno salteño de Juan Manuel Urtubey cambió los índices de medición antropométrica de los niños, para falsear los datos de desnutrición en la provincia.
Pero, las “buenas gentes” de hoy y la progresía pseudorrevolucionaria, despiertan a la “nueva” realidad y pretenden convertirse en cruzados de una moral social en la que solamente creen si son útiles a sus propios fines, casi siempre espurios. Cuando antes callaban, andan ahora con los estados alterados ante las muertes, con la tradicional argumentación peroniana de culpar a extraños de los errores propios, se asumen como faros de humanidad o, al menos, descubridores del mal contra el que nunca van a luchar más allá de malgastar saliva y tiempo en discusiones vanas.
Estos estados alterados se modificarán, seguro, con otras novedades. Que los alterarán más o menos, pero serán distintos. Y habrá, entonces, nuevas cruzadas, nuevos enojos, nuevas indignaciones. O, finalmente, se apaciguarán cuando obtengan cargos, prebendas o, simplemente, las redes sociales los enmarquen como transgresores o constructores de nuevos paradigmas. Y serán, siempre serán, “buenas gentes”. Pero, esta vez, claro, sin estados alterados.
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