Por Sergio Suppo
Durante 79 días, en la primavera boreal de 1947, Eva Perón recorrió Europa en un viaje que la propaganda oficialista de la época bautizó " la gira del arco iris". Durante una semana, en el invierno boreal de 2020, Alberto Fernández viajó por Europa en la que podría llamarse " la gira de la deuda".
De aquel viaje de la esposa de Perón quedó en el imaginario que la Argentina había ayudado con alimentos a la España franquista bloqueada por los aliados que habían ganado la Segunda Guerra. Meses antes de la visita, en reserva, Perón le había otorgado un crédito al régimen español a tasa muy baja para la compra de trigo, maíz y carne. Europa salía de otra posguerra, la segunda de dimensiones colosales en tres décadas, y la Argentina todavía presumía de un potencial que sus propios errores ya habían comenzado a arruinar. Estaba lejos, todavía, la secuencia de endeudamiento, créditos impagos, demonización de los acreedores y pedidos de ayuda que caracterizó al país durante este último medio siglo.
El recorrido por Roma, Berlín, Madrid y París de Fernández no es la primera visita de un presidente argentino en busca de ayuda. Apenas si han cambiado las circunstancias. Raúl Alfonsín fue a buscar respaldo a la refinanciación de la deuda en nombre de la democracia restablecida. Carlos Menem ofreció las empresas estatales de servicios y de energía como una oportunidad de negocios. Fernando de la Rúa llevó la garantía de mantener la convertibilidad y el libre retiro de divisas a cambio de varios blindajes. Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner fueron en busca de ayuda para salir del default. Cristina dictó cátedra sobre cómo gobernar contra el viento capitalista. Mauricio Macri no logró remontar la desconfianza en la Argentina y, como tantos otros, gastó más, pidió prestado y terminó en el FMI.
Alberto Fernández repite viejos itinerarios. Anfitriones como Angela Merkel hace 15 años que escuchan con visible paciencia los planteos argentinos. Otros, como Pedro Sánchez y, en especial, Emmanuel Macron, se entusiasmaron con Macri y quedaron decepcionados. Fernández fue a pedir, una vez más. Y agregó a Francisco a la lista en nombre de una afinidad de la que el kirchnerismo usa y abusa.
El Presidente recibió palmadas en el hombro, promesas de colaboración ante el FMI y recomendaciones concretas. Esos consejos que escuchó Fernández son similares al discurso que Macri había adoptado en su momento, pero que el expresidente no pudo, no supo o no quiso llevar adelante. El resumen es fácil de entender e imposible de lograr: que el Estado gaste de acuerdo con lo que recauda y que su déficit no destruya las posibilidades de crecimiento de la economía real.
La versión más moderada del presidente Fernández prometió seriedad y cambios ante interlocutores que sonrieron menos que él en cada foto de bienvenida. Si algo cambió en estos años de crisis acumuladas es que a los presidentes argentinos cada vez les cuesta más ser creíbles cuando ponen un pie fuera del país.
© La Nación
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