Por Manuel Vicent |
En 1983 la derecha estaba soliviantada ante los rojos que iban a hundir la economía y a destruir España. Hoy el Buñuel
resucitado no habría notado diferencia. El odio corrosivo de la derecha persistía.
En algunos periódicos y telediarios se anunciaba de nuevo el apocalipsis, el golpe de Estado, la destrucción de la patria por parte de los socialistas. Puede que Buñuel,
mientras se daba una vuelta por la ciudad, se hubiera llevado algunas sorpresas. Los urinarios públicos estaban limpios, en las panaderías te daban el pan con pinzas sin manosearlo, habían desaparecido
los limpiabotas y en el bar ya nadie tiraba las cáscaras de mejillones al suelo.
Pero nada sabía de los avances de la biología molecular ni de la inteligencia artificial. De hecho, si en el futuro el guardián de la eternidad le sigue concediendo
a Buñuel un pase de pernocta cada 10 años fuera de la tumba, puede que un día se encuentre con que hasta los berberechos han tomado conciencia y exigen sus derechos. Y no será extraño que
en otra salida le hagan saber que no tiene obligación de volver a la tumba porque la inmortalidad se vende en las farmacias.
¿Realmente merece la pena salir de la tumba? Por mi parte, lo haría para oír La muerte y la doncella de Schubert, leer algunos versos de Dante, contemplar La danza de Matisse, saber si siguen las risas de verano de unos niños en el jardín, celebrar un amanecer en el mar tomando un ron con amigos en un velero.
© El País (España)
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