Por Roberto García |
Todes. Faltan otros todes, sin duda. Esas fracturas incesantes estallaron con el kirchnerismo, que decidió
incorporar por su cuenta un capítulo a la pieza, alejado del contenido original, en el que se ovaciona a Cristina, a Néstor, a la gloriosa JP y a los desaparecidos. Si los K se atrevieron a modificar el Nunca
más, menos significativo era contaminar la marcha de un autor anónimo –aunque se presume que fue un célebre inventor de jingles, quien, por razones comerciales, evitó estampar su firma–,
aprovecharse de un emblema para sublimar su propio relato.
Una vejación, claro, a la tradición peronista. Finalmente parece una misma canción, pero no lo es. Lo que hasta ahora no han podido alterar los revisionistas
del kirchnerismo es apagar la famosa grabación de quien fue perseguido por cantarla, Hugo del Carril, tampoco la versión menos difundida de un gardeliano de la época, Héctor Mauré, otro condenado por las listas negras después del 55. Son un obstáculo para ellos, como el mismo Perón.
Usura y valores. Parece anecdótica esta división musical, la usura kirchnerista sobre los valores
de otros, pero interesa debido a que esa separación se ha advertido en los actos del nuevo gobierno, en asunciones y juras, con gente que entonaba una marcha y otra que declamaba la suya. No solo pasa por el pentagrama
la diferencia, nítida por ejemplo en la provincia de Buenos Aires, entre los cantores del gobernador y los de los intendentes. Más cuando se sabe que Cristina solo recita la nueva versión y, en cambio,
Alberto hace equilibrio entre la marcha original y la complementaria para mantener estable la relación con su vice, Nuestra Señora en La Habana, según Graham Greene. Y como ella regresó molesta con algunas situaciones de gobierno, Alberto se anticipó con un par de reportajes aterciopelados en los que repitió su devoción por la dama (ella siempre ha sido sensible a ese tipo de exteriorización, solo basta entender la cercanía de Oscar Parrilli). Demasiado obvio, tal vez, reiterando curiosamente entrevistas semejantes del pasado, cuando al breve mandato de Adolfo Rodríguez Saá quisieron convertirlo
en la vanguardia del proletariado por intereses de facción. De colegio primario.
Los otros. Nadie sabe si le alcanzó el bálsamo a Alberto, pero es público que son varios los
que no cantan la misma marcha en el Gobierno. 1) Berni tiene la suya y otra la Frederic (objeto de acechanzas también por hackeos y dañinos operativos en internet). 2)El ministro De Pedro, que es Cristina, habla de liberar a los presos políticos, como Hebe de Bonafini, al revés del Presidente, que utiliza otra metáfora para negar la existencia de presos políticos. 3) Massa, el auxilio y consultor más importante del Ejecutivo, discrepa
en público con el cristinismo: para él, Nisman no se suicidó, casi una temeridad insolente su declaración.
Cada uno canta su marcha, no son siquiera una orquesta: hasta fallan las designaciones, no hay firma autorizante, Cafiero y Beliz demoran los permisos por revisiones extenuantes
y, aun así, hubo tres personas para jurar en un mismo cargo en el Ministerio de Trabajo, ubicaron un chef y un médico en el directorio del Banco Nación y, por si no alcanzara, nominaron a un embajador en el Vaticano, y el Papa no concedió el placet apenas le llevaron el historial (y no fue porque se trataba de un divorciado). Era un rechazo cantado.
Y está la nueva interna en la Cancillería, en la que el número dos despliega un poder superior al número uno, sea en Personal o Finanzas.
Todo por Axel. A Cristina no le gustaron las penurias parlamentarias que atravesó uno de sus delfines, Kicillof, para
sacar una ley: supo que el primo de Macri era más concesivo con la norma que el tándem Salvai-Ritondo, quienes se impusieron casi sin consultar a la presunta jefa de ambos, María Eugenia Vidal, ya distraída de la política efectiva por un largo
tiempo –un consejo de sus asesores para reservarla en futuras candidaturas– y dedicada a protagonizar la segunda temporada de su serie Heidi, ya crecidita en esta etapa de amor y sexo.
Debió gratificarse más Cristina con otro título: se fue Marx, entra Lavagna. Cuando partió a Cuba ya sabía del alejamiento de Daniel Marx de la negociación por la deuda, por temor a juicios posibles debido
a que podían imputarle presencia en los dos lados del mostrador, mientras un Roberto Lavagna refulgente con el discurso económico se apresta a comandar el remanido Consejo Económico y Social. Para quienes
no respetan la edad, su próximo salto se ampara en el ingreso de varios de sus conmilitones al Gobierno.
Lo más notable del nuevo reperfilamiento económico es el saldo de ganancias en el mercado: pocas veces se ganó tanta plata en tan poco tiempo, más del
140% en pesos en apenas treinta días. Es el reino de la patria financiera que los FF iban a reemplazar para beneficiar a los jubilados. Con Macri, esto no pasaba: solo se perdía.
Bronca. Cuesta discernir el nivel de bronca en la cúpula, justo antes del envío de 4 leyes al Congreso
y de un viaje doble del Presidente al exterior, una visita a Francisco y otra a Israel. Si no hay declaraciones desatinadas, volar a Tel Aviv revela un gesto amistoso no solo al gobierno israelí, sino fundamentalmente a Donald Trump. Casi como apoyar los drones que liquidan militares en Irán,uno de los países con más fuerte intercambio comercial con
la Argentina.
Lo del Papa tiene otro sentido: al margen de afinidades para cantar una de las marchas, es posible que a Fernández lo comprometan con un reclamo pontificio de pacificación
y olvido, alguna forma de amnistía. Tal vez no fue casual el envío de cincuenta rosarios para ancianos militares presos sin condena (son más de mil, se quedó corto el cura), tampoco la demanda para aliviar a empresarios comprometidos en las coimas o ex funcionarios kirchneristas, incluyendo a la propia Cristina. No se sabe si esta posible
novedad pondrá contentos a los de la otra marcha.
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