Por Sergio Suppo
La impunidad parece una marca de origen. Cinco años después de la muerte de Alberto Nisman esa huella es imborrable. El documental Nisman: el fiscal, la presidenta y el
espía anticipó por unas semanas el recuerdo de aquel 18 de enero y, una vez más, la enunciación de preguntas en busca de respuestas imposibles.
Apenas sobreviven las especulaciones luego de un punto de partida desde el que los hechos fueron reemplazados por creencias abrigadas en conveniencias políticas o prejuicios ideológicos.
¿Nisman se suicidó o fue asesinado? Esa pregunta sin respuesta es apenas el comienzo de un cuestionario que solo devuelve impotencia a quien lo formula.
El trabajo que puede verse en Netflix en seis capítulos recupera datos, muestra gestos, permite ver la intimidad del escenario del final violento de Nisman sin la carga ni los
complejos de la grieta que divide a la Argentina.
Más que por la cantidad y la calidad de los testimonios y la narración de los hechos, el documental es más útil para confirmar por qué no sabemos lo
que tenemos que conocer sobre la muerte del hombre que se aprestaba a denunciar a la presidenta Cristina Kirchner por el encubrimiento del atentado contra la Amia.
Nisman conduce al ataque a la Amia, y el coche bomba que estalló el 18 de julio de 1994 lleva al ataque contra la embajada de Israel, el 17 de marzo de 1992. Si es difícil
saber cómo murió el fiscal es porque antes resultó imposible juzgar y condenar a los autores intelectuales de ambas masacres. Dos ataques del terrorismo islámico en Buenos Aires en menos de dos
años y medio no solo desnudaron la fragilidad del país y confirmaron su pertenencia a un mundo que parecía distante y ajeno. También expusieron la ausencia de una Justicia sólida con soportes
técnicos y políticos estables para investigar los hechos.
La impunidad es más una garantía que una consecuencia y esos crímenes lo demostraron. A esto se sumó la permeabilidad del sistema político para negociar
con sospechosos. No hubo una negociación con Irán sobre el atentado a la Amia, sino dos. Y ambas terminaron de manera escandalosa durante los mandatos de Carlos Menem y de Cristina Kirchner. No fue una casualidad.
Tampoco es fortuito que Nisman y los fiscales debieran investigar sobre los escombros de otras investigaciones detonadas por pruebas falsas y maniobras procesales que luego se convirtieron en otras causas judiciales.
Detrás de los fiscales y jueces o, más precisamente, sobre ellos, los servicios de inteligencia colaboraron activamente para la confusión. La aparición de
Antonio "Jaime" Stiuso como el prototípico espía argentino en el documental no hace otra cosa que confirmar la manera en la que el sistema político usó a los servicios hasta terminar siendo
tanto víctima como beneficiario.
La exposición de la desesperación previa y posterior a la muerte de Nisman de Cristina Kirchner y de su equipo fue, cinco años atrás, uno de los escasos momentos
en los que los ciudadanos pudieron ver a sus dirigentes sin filtros. Ese ataque visceral contra el fiscal una vez muerto fue más una muestra de la conducta verdadera de la entonces presidenta que una incriminación
en su contra sobre el caso.
El misterio es que no hay misterio. Lo que la Argentina no tiene es justicia como valor ni Poder Judicial como fuerza institucional. Como una película que no terminará
nunca, el final de Nisman es una prueba lacerante de esa impunidad. Quizá no sea la última ni la más reciente.
© La Nación
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