Por Roberto García |
Balcarce. Ni Macri, quien había hecho de la adopción de un ejemplar callejero un recurso para mejorar
su gélida imagen –Duran Barba hizo circular en el inicio de la gestión una foto de Balcarce sentado en el sillón de Rivadavia– se atrevió a conversar con su mascota por la web, le habrá parecido una exageración virtual. Otra
forma de amar, seguramente. Ambos son figuras poco proclive a los gatos, al menos en materia de acompañamiento animal. Es frecuente esta afición de los mandatarios por derretirse con sus cachorros (Perón,
Isabelita, Cristina), con ellos extreman un cariño que tal vez no manifiestan con humanos más cercanos por razones de poder. Baste recordar que desde Alcibíades, los líderes aprovechan la seducción
que el perro genera en la gente: aquel reconocido militar y político griego, bello discípulo y amante de Sócrates, se servía en sus paseos de un exponente de sofisticada raza que provocaba admiración
hasta que un día, superado por la crisis en su función, decidió cortarle la cola a su mascota.
Plutarco narra una distractiva enseñanza política: Alcibíades explicó que después de ese acto, el pueblo hablaba del rabo rebanado y no tanto de
él.
Ajuste. A un mes de gobierno, con menos crueldad que Alcibíades, Fernández ha logrado que el perro
ocupe su lugar en la atención popular: se habla más de Dylan que del brutal ajuste aplicado por el Gobierno, mucho más fuerte que el que le costó el cargo a López Murphy con De la Rúa.
Ni una protesta seria, más notorio el fenómeno si se compara esa ley a la penosa travesía que tuvo otra norma que impulsó en Buenos Aires Kicillof y su jefa Cristina. Para colmo, el gobernador habló
más que la esposa de uno, se desgañitó inútilmente ante cualquier auditorio y, luego, ante las cámaras, se quejó por la violación presunta a la que había sido sometido por la oposición. No es un tema para alardear. Menos cuando hubo un solo rival que le amargó la fiesta desde un departamento en Punta del Este, en el Esturión de Montoya, monitoreando los cambios al proyecto oficialista
e imponiendo condiciones. Fue Federico Salvai, ex monje gris de María Eugenia Vidal, quien ordenó a la bancada crítica, advirtió
sobre los tributos exagerados de Kicillof y hasta debe haber insinuado que se intentaba introducir una reforma agraria por capítulos.
Tuvo ayuda: el ahora diputado Cristian Ritondo, su visitante en el balneario, y una complacencia de los intendentes bonaerenses que reniegan de la conducción partidaria en el distrito por el desprecio que el gobernador les dispensa. El ascenso de Salvai,
por otra parte, indica el agitado proceso por los liderazgos en el PRO, agrupación que tiene a su cabecilla Mauricio Macri en Villa La Angostura, de vacaciones, sin la masajista habitual, pero ahora con profesor de tenis y sin confirmarse aún si en febrero viajará a Australia para
competir en torneos de bridge. Reposo y entretenimiento parecen las máximas del ex presidente, a quien le cabe tal vez aquella observación que André Malraux le endilgó al mandatario Giscard d’Estaing:
no tiene sentido trágico de la Historia.
¿El Patria se lo demanda? Quizás Fernández aspire a esa trascendencia, cierta naturaleza peronista lo invita a esa sublimación. Por ahora, reconoce dos carencias en su gobierno. Una, no haber sido más preciso
y sangriento en divulgar la herencia de Macri, junto con el Instituto Patria consideran impulsar una revisión más crítica del último mandato presidencial, para él una gestión calamitosa.
Habrá lluvia ácida para el ingeniero. Si esta jugada se puede entender como cortarle la cola al perro de Alcibíades, una segunda provisión o deuda lo ocupa más: falta en su gobierno la armonía
de un plan maestro, especialmente en el área económica, y a pesar de que el ministro Guzmán ejerce un protagonismo más intenso de lo imaginado: fue él y no Cristina y su hijo Máximo
quien se opuso a la suba de las naftas alegando razones financieras, contrariando a Guillermo Nielsen (y al propio Fernández quien había consentido la decisión); ha sido una sorpresa como firme parapeto
a las demandas de los gobernadores que se aproximaron a la Casa Rosada reclamando dinero para sus déficits; motoriza cuatro proyectos de ley a ser enviados al Congreso, uno de ellos relativo
a la autonomía de Vaca Muerta; se da por sentado que ya acordó con el FMI y los bonistas privados un entendimiento que implica el perdón del 20% del capital; si bien el congelamiento de precios en servicios
se extiende hasta 180 días, bien podría suceder que en algunos rubros comience el deshielo con anticipación, tipo marzo.
Como se advertirá, parecen medidas sueltas, no engarzadas en un mismo boceto, a las cuales además les falta una comunicación profesional.
Algo así le ocurre a Malena Galmarini en Aysa, a quien Fernández eligió para que lo acompañe en su último discurso bonaerense, quien se olvidó
del chascarrillo que le endosaron (sabe de aguas porque a veces abre la canilla) y le notificó al mandatario que estaba por rescindir contratos en áreas siempre sospechosas, seguridad y limpieza, por suprimir
a una consultora que cobraba dos millones de dólares por año para mejorar la imagen de la compañía. Cara de asombro en Fernández y venia para ajustar sindicalmente a un aparato gremial que
hace un mes cantaba victoria por la llegada del nuevo gobierno y pensaba que podía gastar dinero de un fondo especial para instalar una radio. Seguramente para decir que los impuestos tienen como destino los pobres.
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