Por Gustavo González |
Pero el problema no son los economistas. El problema son los que venden sus servicios, como si fueran profesionales de una ciencia exacta y quienes les compran, como si le estuvieran
comprando un cálculo matemático a un ingeniero.
Es que el futuro es por sobre todas las cosas impredecible, pero las personas nos negamos a aceptarlo. Y son los empresarios y políticos (que necesitan asirse a algún tipo
de certeza para proyectar las vidas de quienes de ellos dependen) los que caen más fácil en la tentación de asociar la economía a una ciencia exacta.
Incluso, hay políticos que llegan a confiar tanto en lo que le dicen los economistas, que les confían a ellos el manejo del país.
Horóscopo 2019. En diciembre de 2018, el Banco Central hizo su habitual Relevamiento de Expectativas reuniendo a 32 consultoras y centros de investigación, 13 entidades
financieras y cuatro analistas extranjeros. Un abanico amplio. En promedio, estimaron que un año después la inflación alcanzaría el 28,7%; el PBI acumularía una baja de 1,2%; las Leliq en
pesos tendrían una tasa del 38% y el dólar finalizaría en 48,3 pesos.
El diario El Cronista también recurrió a los que saben para su encuesta anual de expectativas. El resultado: el dólar terminaría 2019 en 49,25 pesos; la inflación
en 27,5%; las Leliq en el 35% y el PBI caería un 1,5%.
La calificadora de riesgo Moody’s predijo para 2019 una reducción del PBI del 1,5% y una inflación del 32,8%.
El JP Morgan fue más optimista en cuanto a precios, calculó que aumentarían un 25,9%. El FMI proyectó una baja del PBI de 1,62%. El Banco Mundial -1,7%. La
OCDE -1,9%. La Cepal -1,8% (para América Latina dio un crecimiento de 1,7%, lejos del 0% en que estaría terminando).
Doce meses después de aquellos pronósticos se sabe que la economía nacional cayó más del 3%, alrededor de un 100% por encima de lo anunciado por la
mayoría de los especialistas. La inflación también se acercaría al doble de lo estimado. Cepo mediante, el dólar estuvo un 30% por encima de lo que terminó siendo el valor oficial
y casi un 70% por arriba si se toma el dólar blue o turista. Y la tasa de las Leliq estuvo un 50% más alta de lo previsto.
Deseo y necesidad. No está escrito cuánto sería un desvío estadístico aceptable, pero seguro que no es ni el 50, ni el 70 ni el 100%. Por un margen
de error mucho menor, podría quebrar una empresa. O un país.
Igual fue una mejora con respecto a las proyecciones de 2018. En aquel momento, la prognosis promedio sobre el PBI de ese año estaba en torno al 2,5%.
Solo que los economistas estimaron que sería con signo positivo y en realidad terminó siendo negativo.
Michael Hasenstab es director del fondo Templeton, “un maestro del dinero”, según Forbes. En 2019 vaticinó que la Argentina formaría parte de los países
con mejores perspectivas. (También predijo que a Macri le iría bárbaro en las elecciones).
Es cierto que se suele desear lo que se necesita, pero en el caso de Hasenstab se trataba de hacer y decir todo lo que fuera necesario para que eso de verdad ocurriera: venía
de apostar más de US$ 2 mil millones en bonos argentinos en pesos. No le fue bien. Bloomberg estimó que solo en el tercer trimestre del año pasado, perdió US$ 3 mil millones.
Es magia. No menciono uno por uno a todos los profesionales que fallaron en sus estimaciones. Es una lista tan interminable que la cuestión no es quién se equivocó
esta vez, sino que se volvieran a equivocar en forma masiva.
Es que cuando la economía deja de ser una fascinante ciencia social que está detrás y explica estructuras sociales tan disímiles como la cultura, la religión
o la Justicia, y se hace pasar por una ciencia exacta con ansias de predecir el futuro, se asemeja peligrosamente a la magia. Bastardea a los economistas serios y también a los magos.
Porque el problema no es Malthus fallando al analizar la falta de alimentos de un mundo que imaginaba superpoblado, o Marx previendo el fin del capitalismo, o Keynes no anticipándose
a la gran recesión del 30 o Bernanke que no vio venir la crisis de las hipotecas.
En el terreno del análisis económico, vale desarrollar las hipótesis macro que después se podrán verificar, o no.
Por eso el punto no es quiénes se equivocaron otra vez. Sino la perseverancia en el error de pretender que la economía es una ciencia dura capaz de pronosticar con exactitud
lo que sucederá con una amplia gama de variables financieras. En especial en países tan volátiles como el nuestro.
Aunque el negocio quizás siga floreciendo por un acuerdo implícito entre quienes venden el servicio y quienes lo compran. Por aquello de que peor que un mal presagio sobre
el futuro, es enfrentar el abismo de no tener ningún vestigio de lo que vendrá.
¿Errores ideológicos? Algunos, como Alfredo Zaiat de Página/12, creen que no se trata de errores, sino de la intencionalidad de los economistas neoliberales para proyectar
con optimismo los resultados de gobiernos afines, y subestimar los indicadores de gobiernos contrarios: “Ese comportamiento eminentemente político, alejado del análisis riguroso de la dinámica de
los ciclos económicos, los sumerge en fallidos permanentes”.
No descarto que pueda haber algo de eso, pero no creo que a los que yerran se los pueda alinear con un exclusivo perfil ideológico. Por ejemplo, hubo años durante el kirchnerismo
en los que el FMI fue su proyectista más optimista: para 2008 había pronosticado un crecimiento de casi el doble del 4,1% que hubo; y para 2012 proyectó una suba de más de 4%, frente a lo que terminó
siendo una caída del 1%.
Los que sí abundan son los “policy entrepreneur”, como Krugman definía a aquellos especialistas en actuar sobre las políticas públicas, economistas
de cualquier signo político que venden sus servicios a los tomadores de decisiones: “No poseen demasiadas inhibiciones, ofrecen diagnósticos inequívocos y tienen respuestas fáciles”.
Ahora, unos y otros ya lanzaron sus estimaciones de verano. Según ellos, en 2020 el PBI caerá un 1,5%; la inflación alcanzará el 42% y el dólar oficial
los 87 pesos (113 pesos el dólar turista).
La economía es una ciencia maravillosa e inexacta. Se basa en el comportamiento económico que decidan darse los individuos de un país en cierto momento, y en cómo
se da la puja entre los distintos sectores. Importa la confianza de una sociedad y la que se le otorgue a sus líderes y a sus promesas. También importa el estado del tiempo, la casualidad. Importa lo que les
pase a los miles de millones que habitan un planeta globalizado e inestable.
Es seguro que todas esas incertidumbres metidas en un Excel no deberían generar ninguna proyección capaz de predecir lo que viene con la exactitud de dos cifras después
de la coma.
Por eso sería lógico que los pronosticadores se sigan equivocando.
Y ojalá que cuando dentro de un año se vuelva a confrontar lo que dijeron con lo que fue, lo que fue sea mucho mejor de lo que hoy vaticinan.
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