Por Fernando Savater |
La Constitución fue un derroche de buena fe que por sí sola no podía remediar siglos de clericalismo cazurro y anticívico, hoy llamado “identitario”.
Las componendas cortoplacistas nos han traído al pantano, con el beneplácito proactivo de quienes han preferido ser muy de derechas o muy de izquierdas antes que sencillamente
españoles demócratas. ¡Antes muertos que sencillos! Bueno, pues que se vayan muriendo ellos mientras nos esperan.
Al menos ya está todo claro y ni Luxemburgo ni nadie puede convencernos de que la putrefacción sea irreversible ni inevitable. Hay que sacar las almas antes de que se oxiden
del todo, recuperar las voces, desconfiar de los mediadores que todo lo que es valioso nos lo compran con kilo y medio de diálogo, insistir en los espacios políticos que podamos abrir, no abandonar los jóvenes
a quienes se aprovechan de su entusiasmo sin experiencia, volver a las calles… Y a espabilar, por muy desengañados que estemos, que es fin de año.
© El País (España)
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