José Luis Escrivá dice que el aislamiento de los economistas hace que pierdan el contacto con la realidad. |
Enemigo jurado de los economistas, de los gurúes del pensamiento positivo y de la fauna académica que, según él, vive de espaldas al mundo real, el ensayista
y operador financiero libanés Nassim Nicholas Taleb, nacionalizado estadounidense y miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de la Universidad
de Nueva York, considera que existen “campos del conocimiento (por ejemplo, la economía y las ciencias sociales en general) que caen en la charlatanería porque no hay en ellos una asunción de riesgos
que los vincule con la realidad”.
Concienzudo investigador de la aleatoriedad, de lo azaroso y de las leyes de probabilidad, Taleb instaló desde sus trabajos dos categorías en las que profundiza continuamente.
El “cisne negro” (eventos inimaginables y altamente improbables que, sin embargo, ocurren) y la “antifragilidad” (condición de las personas, los eventos y los objetos que resisten a todo tipo
de adversidad y permanecen en el tiempo). En Jugarse la piel, su último libro traducido al castellano, insiste en que no hay que seguir los consejos de quienes se ganan la vida dando consejos, porque estas personas
nunca pagan por las consecuencias de su asesoramiento erróneo, es decir que ponen en juego la piel de otros, pero nunca la propia.
Aunque es economista, José Luis Escrivá, el presidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef), organismo que controla en España las cuentas de toda la administración pública, coincide esencialmente con la mirada de Taleb. “La tendencia al aislamiento de los economistas les hace
perder contacto con las realidades que subyacen al foco de sus análisis”, escribía en una columna para el diario madrileño El País en septiembre último. Crítico de la endogamia
y la cortedad de miras de los economistas en relación con otras disciplinas y con el acontecer del mundo, Escrivá advertía sobre el que considera un problema habitual en su profesión: “La
forma en la que los economistas trabajamos con ausencia de referencias temporales precisas o el reduccionismo del análisis a los efectos de largo plazo, sin trasladar además con frecuencia la enorme incertidumbre
asociada”. Pedía tener cuidado, también, con las predicciones y propuestas a largo plazo que hacen los economistas desde sus laboratorios y que, si bien podrían tener sentido en lo mediato, no lo
tienen en lo inmediato porque no contemplan los costos y fricciones en el corto plazo, que es cuando benefician a unos y perjudican a otros. Los perdedores deben ser rápidamente identificados, señalaba Escrivá,
sus pérdidas deben ser cuantificadas y no desdeñadas, hay que analizar las causas y hay que disponer compensaciones. Todo esto suele ser olvidado cuando los impulsos populistas (o en caso contrario las ortodoxias
ajustadoras) llevan a la toma de medidas e imposición de políticas cuyos efectos no se sufren en los búnkeres blindados de las lumbreras económicas de uno u otro signo, pero sí en donde habitan
seres de carne y hueso y no simples números, papers y planillas.
En Miseria de la prosperidad, ensayo publicado en 2002, cuando despuntaba el siglo, el pensador, novelista y ensayista francés Pascal Bruckner (de la camada de los “Nuevos Filósofos” surgida en los años 70) decía que las predicciones de los economistas “no son más
fiables que las meteorológicas o las del horóscopo. Y, sin embargo, sobre ellas se producen políticas enteras y se redactan programas. ¡Pocas profesiones acumulan un índice tan alto de fallos
y errores impunes!”. Esto ocurre cuando la política se rinde ante la economía, deja de liderarla en dirección de una visión convocante para el interés general y el bien común
y se deja llevar de la nariz por una disciplina que se autocalifica de científica, aunque no cumpla con las condiciones esenciales de la ciencia (experimentación, observación, casuística suficiente,
comprobación, verificación, todo sobre la base de fenómenos concretos). Acaso sea tiempo de que la política, en el camino de la recuperación de su función de armonizar la diversidad
de la sociedad y velar por el bien común, determine a la economía. Si no, se impone la dictadura económica.
(*) Escritor y periodista
© Perfil.com
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