Alberto Fernández |
En las alborozadas horas del desembarco en la administración, el kirchnerismo copó con su estilo y su liturgia cada repartición. Lo hizo (y lo sigue haciendo) con
los mismos modos que le costaron el fastidio de amplios sectores y en parte motivaron su derrota, en 2015.
Aquel viejo recurso de asociar a los adversarios con la dictadura ha sido repuesto en estos días para señalar con el dedo a empleados hasta del nivel más bajo y
llamarlos "colaboracionistas", un mote que a su vez remite a los adherentes a los invasores nazis en Francia y otros países. Nada menos. Trabajar en el Estado y no ser un fanático del kirchnerismo tiene
hoy consecuencias drásticas. Que la situación tenga antecedentes conocidos recientes y lejanos no es una justificación sino, al revés, un agravante.
Fernández habilita la reinstalación de esa vieja cultura y guarda sus formas moderadas para afrontar el complejo desafío de llegar al poder luego de asumir la presidencia.
Por ahora utiliza un poder delegado por Cristina Kirchner mientras espera lograr mandar por sí mismo.
En ese intento encapsulado para no herir a su mentora y disparar una tormenta inoportuna, el Presidente eligió el camino de los resultados económicos. Es el más
complejo, pero es el único que le daría una conexión directa con un electorado propio y una estructura de dirigentes que lo sigan en forma directa.
Es por eso que la renegociación de la deuda es tan significativa para Fernández. Si logra una reprogramación de pagos con el Fondo Monetario y obtiene una quita
importante en los títulos de deuda de los bonistas privados que se atrevieron a prestarle a la Argentina, Fernández conocerá la dimensión y las posibilidades que tendrá con un plan económico.
Es la razón por la que el ministro Martín Guzmán tomó solo medidas en dirección a un acuerdo. El recorte jubilatorio, el impuesto al dólar y
el ajuste tributario apuntan a evitar que aumente el déficit fiscal para seguir cumpliendo con las condiciones del FMI. El verdadero plan económico se conocerá después de que se sepa cuánto
y cuándo deberá pagar la Argentina a sus acreedores.
Es por eso que resulta al menos llamativo que el gobernador Axel Kicillof se haya despegado de la estrategia nacional para amagar con "defaultear" un bono por apenas 250 millones
de dólares. ¿Tiene Kicillof una alternativa superadora a la que Guzmán le propone al Presidente?
Si no se tratase de una jugada concertada entre la Nación y la provincia de Buenos Aires, Fernández estaría frente a un primer desafío político. Los
antecedentes de negociador de Kicillof no lo ayudan mucho: pagó sin quita y con punitorios incluidos la deuda con el Club de París. Sin embargo, el dirigente preferido de Cristina Kirchner expone una política
propia y distinta en un tema estratégico. Dicho de otra manera, Kicillof juega antes de tiempo a ser una alternativa a Alberto Fernández, mostrándose como la variante propiamente kirchnerista del oficialismo.
Las formas cordiales y una coordinación mostrada de apuro para no dejar expuesto el problema no alcanzan a ocultar ese dato político. Fernández nunca sabrá si será más difícil
acertar con una solución económica o tener un lugar cierto y estable en el kirchnerismo. Es su dilema.
© La Nación
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