Por Sergio Sinay (*)
Sidney Morgenbesser (1921-2004) fue un filósofo pragmático, catedrático en la Universidad de Columbia, célebre por sus así llamadas “ocurrencias
filosóficas”. Según una de ellas, así como dos negaciones en una frase significan una afirmación, no hay frase en idioma alguno en la cual dos afirmaciones constituyan una negación.
Del mismo modo, sostenía que el pragmatismo funciona muy bien en la teoría, pero no en la práctica.
A un alumno que decía no entender lo que él exponía, le respondió: “Si
usted me entendiera tendría una ventaja sobre mí”. Un día, a fines de los años 70, el filósofo israelí Avishai Margalit despedía en el aeropuerto de Tel Aviv a Morgenbesser, quien antes de subir al avión le señaló que lo más importante de una
sociedad no es que sea justa, sino que sea decente.
A Margalit aquella idea lo revoloteó incesantemente y se convirtió en el germen de su libro La sociedad decente. La define como aquella que no humilla a sus integrantes.
Margalit establece una diferencia entre la sociedad civilizada y la decente. En la primera sus miembros no se humillan los unos a los otros, en la segunda las instituciones no humillan a las personas. Con vistas al futuro,
y en el nacimiento de un nuevo gobierno, quizás éste pueda decirse exitoso si al cabo de su gestión pone los cimientos para que la argentina sea una sociedad tanto civilizada como decente, dos de sus más
graves y añejos defaults morales y políticos.
Desde estas concepciones la sociedad argentina podrá considerarse civilizada cuando las personas sean capaces de convivir en el disenso, cuando comprendan que el respeto a
la diversidad no puede terminar en discursos políticamente correctos sin una práctica que los acompañe y los confirme, que los conflictos son parte de la vida en comunidad y que hay formas de gestionarlos
que transforman las diferencias en canteras de nuevas opciones. Cuando, en fin, no se discrimine, descalifique, insulte, ataque y humille de variadas maneras a quien piensa, actúa y elige de manera diferente, cuando
la Regla de Oro pueda ser expresada de este modo: “Trata al otro como te gustaría ser tratado, aunque no comulgues con él”. Porque una sociedad civilizada deja atrás el momento tribal de su
historia, la fragmentación y el enfrentamiento inclemente entre “ellos” y “nosotros”, y acepta vivir en el gris (el color con una gama más amplia) antes que en el blanco o el negro mutuamente
excluyentes.
Y la sociedad argentina podrá considerase decente cuando sus instituciones (con la Justicia a la cabeza, seguida del Congreso, del propio Poder Ejecutivo y de todas las instancias
burocráticas menores y dependientes de aquellos poderes, como las fuerzas policiales, los juzgados, las agencias recaudadoras, las prestadoras de servicios, etcétera) honren su razón de ser y no humillen
a los ciudadanos con medidas arbitrarias, postergaciones mortificantes, políticas que olvidan el factor humano y lo hunden en el hambre y la pobreza, procederes facciosos, maquinaciones mafiosas y ejercicio perverso
de la pequeña porción de poder que detentan funcionarios intermedios y menores.
En su mayor medida la responsabilidad en la construcción de una sociedad civilizada está a cargo de los ciudadanos, buena parte de los cuales siguen enzarzados en agrietamientos,
resentimientos y revanchismos peligrosos y desalentadores. Garantizar una sociedad decente es, a su vez, responsabilidad mayor de quienes gobiernan a través de los poderes republicanos, y será desde este mirador
desde donde los observará la historia cuando el tiempo filtre lo anecdótico, no desde los resultados o las maniobras y estratagemas coyunturales de la baja política y la baja economía.
Una sociedad puede creerse democrática porque cumple con procedimientos formales de la democracia, pero eso no significa que sea civilizada ni decente. Llegar a serlo es una
misión que llevará tiempo y acaso más de una generación, porque tampoco la incivilización y la indecencia se alcanzaron en un día. Pero la sociedad y el Gobierno tienen cuatro años
por delante para demostrar que comenzaron la tarea.
(*) Escritor y periodista
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