Por Javier Marías |
Una de ellas se llamaba Luisa Viella y en realidad nunca existió, porque ese fue el pseudónimo que las directoras me eligieron para una crónica o reportaje, ignorando que yo lo había escrito.
Así que debo de ser el único varón que, clandestinamente, colaboró en aquella revista, al parecer hoy venerada por las feministas nuevas.
Yo mismo lo había olvidado, hasta leer el mencionado artículo. No hubo por mi parte ánimo de engaño, todo lo contrario: deseo de ayudar a una conocida
que sufría el permanente acoso de su marido, con alguna agresión incluida (estaba separada de él, pero no hubo divorcio en España hasta 1981). Vivía yo entonces en Barcelona, donde nació Vindicación. La mujer en cuestión era amiga de la mujer con la que yo convivía. La acosada se llamaba Nati Lorenzo, y supe tiempo más tarde que había
muerto en un accidente (eso me dijeron) al resbalar desde un tejado. Estaba tan desesperada, y tan desprotegida por la ley, que decidió contar su historia a la revista, con la esperanza de que la airearan las responsables.
Éstas dieron su visto bueno y le encomendaron un texto con el relato de su caso en tercera persona. Pero Nati no sabía hacer eso, darle orden ni expresión ni escribirlo “desde fuera”. Así
que su amiga me pidió a mí que le echara una mano (había ya publicado mis dos primeras y juveniles novelas). Nati me contó, tomé notas, y le entregué una pieza que se publicó
en número y fecha que desconozco, pues en el recorte que guardo en mis viejas carpetas no figuran ni lo uno ni lo otro. Pero sí conservo el texto, debió de formar parte de una sección fija, “El
hecho flagrante”. Se tituló “Una mujer al desamparo de la ley” y comienza así: “El hecho flagrante nos viene relatado hoy por Natividad Lorenzo, de 36 años. Nati es madre de tres
hijos y lleva año y medio separada provisionalmente de su marido Antonio, tras doce años de matrimonio, más que de vida en común, con él”. La crónica es bastante extensa, ocupa
dos páginas impresas en letra apretada y lleva dos ilustraciones: una foto en la que se ve (poco) a Nati y a sus tres hijos, dos niños y una niña, y un fragmento de una “Providencia” del juez
Castro y Ancós, por la cual, entre otras cosas, se prohíbe la entrada al domicilio conyugal de cualquier persona “extraña al mismo”.
Recuerdo que cuando Nati presentó el escrito a las directoras de Vindicación feminista, éstas le preguntaron quién se lo había hecho. Dado que mi abuelo se apellidó Marías de Sistac, le sugerí
que dijera: “Una amiga, Maria Sistac”, que sonaba suficientemente catalán. Así lo hizo, y la respuesta fue: “Bueno, deja que el nombre lo elijamos nosotras”. El texto de Luisa Viella,
pues, termina con estos párrafos, según veo: “Y, sin embargo, el padre y el hermano de Nati se han presentado en su casa: tuvieron ese atrevimiento, y la osadía le ha costado a Nati que se siga contra
ella proceso criminal por desacato a la autoridad. Esto quiere decir que Nati puede acabar con sus huesos en la cárcel durante una temporada (pues a lo mejor para cuando tenga lugar el juicio Antonio se ha retrasado varios meses en el pago de las mensualidades y Nati no tiene con
qué abonar una fianza) por haber sido visitada por su padre y su hermano en el domicilio en el que habita. ¿Y por qué se prohibió la entrada de cualquier persona ajena al domicilio conyugal? El juez, por el mero hecho de ser Nati mujer, da esa orden. ¿Dónde están las pruebas que demuestren que Nati
lleva una vida desordenada? No las hay, pero no importa: Nati es mujer y, por lo tanto, siempre será culpable hasta que no se demuestre lo contrario. Pero nada de esto es desacostumbrado…, porque estas leyes son así para todas las mujeres, la ley es moral y la moral es costumbre… Nati vive encerrada, sin poder pasar una noche fuera o recibir a su propio padre; vive en una especie de libertad provisional, casi en un régimen de prisión atenuada, merced a las resoluciones judiciales de un juez y unas leyes que, una vez más, atentan descaradamente contra la mujer”.
Sería 1976 y tendría yo 24 o 25 años, calculo. En mucho he cambiado, pero podría suscribir las viejas palabras de Luisa Viella, a quien había olvidado.
Entonces sí que eran aún atroces la desprotección y el sometimiento de las españolas. Sería de agradecer que no se fingiera que nada ha variado desde aquellos días. Y que no llamen
machista, “machirulo” y otros idiotas vocablos a quien fue colaborador oculto de la mítica Vindicación feminista, en tiempos mucho más difíciles que estos para las mujeres.
© El País Semanal
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