Por Gustavo González |
Hacía tres meses que había desaparecido Julio López, el ex detenido-desaparecido testigo de cargo en el juicio contra Miguel Etchecolatz. Y un mes desde que le había pasado lo mismo a Luis Gerez, también testigo en un juicio de lesa humanidad, quien luego reapareció tras un extraño
secuestro que la Justicia investigaba. Pero López seguía sin aparecer, como sigue hasta hoy.
En medio de los juicios contra militares que entonces tenían lugar, la de-saparición de testigos conmovía a la sociedad en general y a los dirigentes políticos
en particular, que empezaba a transitar un nuevo año electoral.
En aquel enero, publicamos en la revista Noticias una tapa bajo el título “Psicología de un candidato haragán” en la que se veía a Mauricio
Macri distendido en Punta del Este. Se había ido asegurando que competiría por un cargo ejecutivo, aunque no sabía aún si sería candidato a Presidente o a jefe de Gobierno porteño,
que fue lo que al final decidió.
Una sociedad conmocionada, políticos en el centro de la escena, candidatos ya en campaña y el hijo de Franco Macri disfrutando de la arena con amigos. Aquella tapa
de la revista sostenía que Mauricio vivía en una burbuja hedonista.
Fútbol y vacaciones. Ahora, días después de entregar el mando tras obtener el 40% de votos, decidió irse con su esposa al Mundial de Clubes en Qatar. Una parte de sus votantes vive con zozobra la llegada de
Alberto y Cristina al poder, temerosa de que con ellos regresen las persecuciones a los que piensan distinto, la demagogia y que la Argentina se convierta en Venezuela, que al menos eran los peligros de los que advertía
Macri. Y todos sufren la crisis del país.
Sin embargo, en medio de ese clima de incertidumbre de su base y de sus propios dirigentes, quien debería contenerlos y liderarlos se fue con su esposa a ver la final Liverpool
vs. Flamengo para después regresar a pasar las Fiestas en Buenos Aires y preparar las valijas para seguir de vacaciones en el Sur.
En su lugar dejó a Patricia Bullrich, convertida en la voz excluyente de la oposición macrista a Alberto Fernández...
Se podría decir adicionalmente, que en sus cuatro años de mandato Mauricio Macri se tomó 150 días de descanso, y que hasta poco antes de dejar el cargo,
se tomó otro par de minivacaciones, primero en Chapadmalal y el último fin de semana largo de noviembre en Córdoba.
Pero nada de eso importa en sí mismo, importa en función de lo que simboliza. Y de cómo hizo y de cómo hará para representar a una importante porción
de la sociedad a la que antes no parecía chocarle ese tipo de actitudes, que otros podrían considerar como falta de empatía con quienes en sus cuatro años de mandato se empobrecieron, perdieron
el trabajo o directamente viven al margen de la sociedad.
La relación de Macri con la política nunca fue pasional. Es un ingeniero al que no lo enamora la política, sino lo que se puede hacer a través de la política.
Lo mismo le pasa en su relación con la sociedad.
Sus estrategas electorales siempre sostuvieron que los verdaderos destinatarios de los timbreos no eran los votantes, sino el propio Macri. Explicaban que el objetivo era que el
contacto cotidiano con las personas le otorgara una sensibilidad que no le era innata. Habrá que reconocer que en alguna medida lo lograron: el último Macri de las marchas por todo el país parecía
capaz de emocionarse y de interactuar con cierta naturalidad con las personas comunes.
Durante estos años, fue el sector más político de Cambiemos quien intentó educar su sensibilidad. Incluyendo en esa tarea a Marcos Peña, a quien
se lo estigmatizó como un autómata a su servicio y en realidad, era quien más lograba suavizarlo.
No es que haya sido un presidente desalmado que solo benefició a los suyos, como lo muestra el relato de la grieta. Su mayor problema fue la incapacidad para entender la diferencia
entre el Excel y los efectos del Excel. Y cómo luego mostrarse sensible frente a ellos.
Hedonismo en tiempo de crisis. La cuestión es si esas características personales con las que sedujo primero al votante porteño, y en 2015 a una mayoría nacional, le alcanzarán para convertirse en jefe de
la oposición.
En 2015, su perfil de gerenciador frío y exitoso tras su paso por Boca y por la Ciudad de Buenos Aires, resultó un atributo para cierta mayoría cansada del grito
apasionado de las tribunas kirchneristas y de sus relatos épicos y confrontativos.
Que mostrara poca sensibilidad social incluso podía ser sinónimo de alguien no contaminado por la hipocresía de los políticos tradicionales, que se conmovían
por los que menos tienen, pero dejaban al país con un 30% de pobreza y estaban asociados a bolsos repletos de dólares.
Hoy la realidad es muy distinta.
Porque ya gobernó cuatro años la Argentina y la mayoría de los indicadores sociales que dejó son notoriamente peores que la mala herencia recibida. Ahora,
seguir mostrándose frío y distante, más que un atributo puede ser considerado una falta de compromiso con lo que dejó y un de-sapego frente al sentimiento de temor que recorre a una parte importante
de quienes lo siguieron acompañando con su voto.
El Macri de 2015 corporizó una representación tardía de la posmodernidad, cuando ese clima social ya estaba en retroceso en el mundo acuciado por el regreso
de la modernidad.
El hedonista de aquella tapa de Noticias de 2007, reflejaba bien esa satisfacción individualista típica de los vestigios de la posmodernidad. Y no es que el hedonismo
esté en crisis. Lo que está en crisis en un país en recesión durante ocho años y tras el fracaso del macrismo, es la exposición pública del goce personal y de la búsqueda
del placer como fin superior.
El ex presidente tiene todo el derecho y los recursos para seguir paseando, pero si su intención es ejercer un liderazgo opositor y eventualmente retornar al poder, debería
reperfilar su sensibilidad para entender mejor el cambio de época.
Liderazgo vacante. Lo mismo le toca a quienes podrían sucederlo en ese rol. Incluso a María Eugenia
Vidal, quien también decidió irse a París para descansar y celebrar su flamante noviazgo.
Es cierto que ella siempre estuvo en las antípodas de la superficialidad festiva de su jefe, pero mantener la representatividad social en una provincia y en un país
golpeado por la crisis, implica sacrificios que no se le piden a cualquiera.
El desafío de un futuro líder opositor será representar a un republicanismo social que tenga la autoridad ética suficiente para controlar al nuevo gobierno.
Con la empatía necesaria para entender la sensibilidad del momento y la decisión de dejar de cavar en la grieta como método de construcción política.
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