Por Pablo Mendelevich |
Heráclito no imaginó cuántos interrogantes produciría su metáfora fluvial al aplicársela al peronismo, movimiento político exclusivo de la Argentina que sostiene su persistente edificio mediante un verbo maestro. De prosapia tanguera, ese verbo sigue intacto mientras
el factor doctrinario flaquea: volver es para el peronismo, que nació en las entrañas del Estado, una causa en sí misma, por lo menos desde la década del sesenta, los años de la resistencia
peronista, cuando la P de Perón era cobijada por la V de vuelve en un épico desafío, finalmente efectivo, a la proscripción implantada
por los militares. Hoy, precisamente, por enésima vez, se reitera la promesa recurrente, de atávicas resonancias revanchistas, el peronismo vuelve.
Juras de presidentes peronistas ya hubo trece (Perón tres veces, Menem dos, Cristina Kirchner dos, más Cámpora, Lastiri, Isabel Perón, Rodríguez Saá, Duhalde y Néstor Kirchner), pero las llegadas del peronismo al poder desde el llano fueron cuatro: la fundacional de Perón, con dos mandatos consecutivos (1946-1955), el llamado tercer gobierno peronista (1973-1976), la década
de Menem (1989-1999) y los 14 años que se abrieron en diciembre de 2001 con el encumbramiento de Rodríguez Saá, siguieron con Duhalde y se cristalizaron en la larga era de la república matrimonial
(2003-2015). De modo que el peronismo vuelve hoy al poder por quinta vez con Alberto Fernández, décimo presidente peronista.
El movimiento nacido el 17 de octubre de 1945, hace 74 años, gobernó en total durante 37, exactamente la mitad de su existencia. A partir de ahora, huelga decirlo,
la hegemonía temporaria aumentará cada día un poco, como mínimo hasta que esté avanzada la próxima década. Aunque esa intensa permanencia en el poder no fue superada por ninguna
otra fuerza política desde mediados del siglo pasado, el peronismo acostumbra a empaquetar a los demás como si se aunaran en monocorde contracara. Los mimetiza con los gobiernos militares y sugiere que son suyas
las culpas por la pobreza, la indigencia, la inflación, la falta de desarrollo y los demás problemas endémicos de la Argentina. Gobernamos de maravillas, siempre a favor del pueblo, se ufanan los herederos
del general, pero los otros cada tanto nos interrumpen. Eso explica que el desarrollo esté demorado.
El peronismo vuelve, pues, con su consabida impronta mesiánica. Viene a salvar al país de la destrucción producida por las fuerzas malignas, en febrero de 1946
llamadas "contubernio oligárquico-comunista" y luego oligarquía a secas, gorilismo, imperialismo, sinarquía internacional, cipayos, poderes concentrados, la antipatria, los ricos. denuestos hoy
resumidos en una resignificación demoníaca del apellido del presidente saliente, al que se asocia con hambre, hundimiento, miseria y -acá ya es cinismo explícito- corrupción. Son versiones
del mal menos ideologizadas que antes, igualmente tremebundas.
¿La alternancia argentina reedita una y otra vez el cuadro exculpatorio de la herencia recibida sin que nadie se haga cargo de las responsabilidades preliminares ni de las sistémicas?
Macri desechó la enumeración del estado en el que encontró las cosas en 2015 en parte para zafar de la reiteración de comportamientos espejados, esa gran trampa de las antinomias. Ahora se considera
que la omisión del inventario fue uno de los grandes errores de Mauricio Macri. Alberto Fernández, en cambio, arrancó con un diagnóstico antimacrista crudo. Por supuesto que la realidad le ha dado una
enorme mano. Cuatro de cada diez argentinos son pobres. La economía está parada. El cuadro social empeoró debido al fracaso del gobierno que terminó.
Pero cualquiera que sea el tremendismo que se suscriba y la opinión que cada uno tenga acerca de las responsabilidades del presidente Macri sobre la Argentina actual es interesante
observar que los cinco turnos del peronismo en el poder son, en este aspecto, muy parecidos. Reiteran la idea de la salvación, de rescatar a un país al cual "los otros" (fueran militares, radicales,
la Alianza radical frepasista o la coalición macrista-radical-CC) arruinaron. Alberto Fernández repitió este mantra varias veces en las últimas semanas. Dijo que al peronismo siempre le toca volver
para reparar el estropicio producido por otros, aunque no se detuvo a homenajear los hitos fundacionales de Perón, Cámpora y Menem ni a hurgar en sus resultados, mucho menos en su coherencia. Ilustró la
tesis con el año 2003, cuando él era el jefe de Gabinete del presidente al que reivindica, Néstor Kirchner, quien en realidad había continuado el renacimiento económico plantado por Duhalde.
Ese regreso del peronismo, conviene recordarlo, no sucedió a partir de un triunfo electoral, sino de la caída de De la Rúa, a la que el peronismo tampoco había sido ajeno. Para salir de esa crisis,
la mayor que hubo, el Congreso, dominado por el peronismo, seleccionó finalmente al candidato que había sido derrotado en las urnas por De la Rúa. También a un río, pero de montaña
y muy torrentoso, hay que recurrir para graficar la vocación de poder del peronismo.
En los primeros cuatro ascensos (1946, 1973, 1989 y 2001) hubo una combinación de elementos institucionales genuinos y singularidades propias, ya fueran relacionadas con la
tramitación del verticalismo, la impronta contestataria o la acción política que inventó Perón de amalgamar impulsos revolucionarios con rutina democrática sin particular atención
a las normas republicanas. ¿Ahora es diferente? Desde el punto de vista del contexto internacional y del precio de las commodities sí, este ascenso es muy diferente. Por primera vez el peronismo "sube" cuando no hay plata por ningún lado. Pero en cuanto a lo político
las novedades y las constantes se mezclan.
Una novedad se refiere a la fuerza que terminó segunda a apenas 7,96 puntos de distancia del ganador. ¿Tendrá eficacia esa fuerza (y perdurará unida) como
controladora de los excesos de poder clásicos de los gobiernos peronistas? No solo es más voluminosa que los anteriores segundos (exceptuado el ballottage de 2015), sino que se mostró activa después
de la derrota, algo inédito. Su traducción parlamentaria, sin embargo, no será tan vigorosa como se creía porque los bloques oficialistas se robustecen por estos días con legisladores conversos.
La gran constante, en tanto, es la receta movimientista de amplio espectro que el peronismo recicla para acceder al poder. Según la experiencia, el procesamiento de las diferencias
intestinas lejos de ser abolido queda postergado un tiempo. Todo depende del liderazgo. Pero resulta que la fórmula que juró hoy ya trae de fábrica un Fernández moderado -se supone- y una Fernández
radicalizada, con la originalidad de una división preliminar del Ejecutivo y el Legislativo, uno para cada uno.
El modelo dual anterior creado en Santa Cruz ya hacía un reparto de los poderes del Estado, pero lo protagonizaba un matrimonio que se probó muy sólido. Este
tiene a un exsubordinado de la líder como su jefe. Es el mismo río. Pero es otro río.
© La Nación
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