Por Nicolás José Isola (*)
Diez días en la vida de un argentino son dos años en la vida de un ser humano normal. En su discurso del 10 de diciembre, el presidente Alberto Fernández expresó: "Los marginados y excluidos de nuestra Patria, los afectados por la cultura del descarte, no
solo necesitan que le demos con premura un pedazo de pan al pie de nuestra mesa. Necesitan ser parte y ser comensales en la misma mesa. De la mesa grande de una Nación que tiene que ser nuestra 'casa común'".
En la crítica al neoliberalismo, la cuestión del maltrato a los ancianos ocupa una página especial. La aparente improductividad de los adultos mayores los hace
aún más descartables para el mercado. Ellos y los niños son los más vulnerables.
En la ley de emergencia que se ha votado, la casta política de los expresidentes, los funcionarios públicos de alto rango, los diplomáticos y los jueces han conseguido mantener la movilidad jubilatoria, esa que no mantendrán millones de abuelos y abuelas argentinas que aportaron durante toda su vida.
Los primeros viven en una democracia que los deja viajar en primera; los segundos, son la clase turista en esta historia. En esa "casa común" de la Nación,
parafraseando al presidente, los jubilados siempre están confinados a usar el cuarto de servicio, bien al fondo.
En ese mismo discurso, Fernández señaló: "Debemos salir de esta situación con solidaridad". Le faltó un adjetivo: ajena. La solidaridad, como las
vaquitas de don Atahualpa Yupanqui, son ajenas. Y sí, claro, las penas son de nosotros, los ciudadanos.
En julio de este año, el presidente expresó: "El 10 de diciembre voy a recomponer sus salarios y voy a recuperar jubilaciones porque ese es el modo de volver a
poner activa la economía Argentina y lo voy a hacer porque no hay otro modo. Voy a aumentar un 20% las jubilaciones".
Se hace difícil cuando a las infladas promesas de campaña se las llena de helio y, luego, al llegar la gestión, solo contienen dióxido de carbono. Gases
para la victoria.
Si la intención es poner a la Argentina de pie, es probable que esos jubilados no lleguen a verse erguidos. La Tierra Prometida nunca llega para ellos, el desierto siempre
los deshidrata.
Hace diez largos días, el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero expresó: "no hay más margen para hacer ajustes. Inhumano tendría que ser. ¿A dónde vas a ir a hacer el ajuste? No se puede, es imposible." Parece que de fondo alguien
gritó: ¡sí, se puede! Y se ajustó.
Durante la maratónica sesión de ayer y hoy, el diputado Waldo Wolff le propuso a sus colegas congelar todo el año las dietas y sueldos de los políticos. ¿Cuál fue la respuesta del poder? El silencio, pero
no de los inocentes.
En febrero de 2016, Sergio Massa supo decir sobre el gobierno de Macri: "No podés bajar las retenciones a la minería y no bajar el Impuesto a las Ganancias". ¿Adiviná lo que pasó hoy? La respuesta no
te sorprenderá. Como este hay ejemplos de sobra, como para hacer dulce. Lo importante en la orografía política Argentina no es qué decisiones se toman, sino quién las toma.
El evento solidario que propone Fernández no lo pagarán los políticos. En efecto, mediante la derogación del decreto macrista que impedía nombrar
familiares, ahora podrán rearmar sus estrategias de feudalismo familiar.
Asfixian a los jubilados pero no a ellos mismos: "la redistribución es con la tuya, ciudadano, no con nuestros privilegios". Hablemos de elites del poder, queridos
cientistas sociales.
Los ministros de la Corte, por ejemplo, seguirán sin pagar ganancias. La solidaridad también debería alcanzarlos. No ganan migajas. Es posible que la dirigencia
argentina en su conjunto no esté entendiendo que está yendo a contramano de los signos de los tiempos latinoamericanos. En países como Chile, la ciudadanía está demandando austeridad por
parte de aquellos que tienen posiciones de poder.
Muchos sindicatos han mantenido un silencio atronador durante estos días. Y otros, que se organizaron para arrojar piedras y lanzar proyectiles con morteros hace dos años,
hoy se revistieron de Mahatma Gandhi. Volvieron mejores. Proezas de la perinola ideológica.
En fin, es maravillosa la pirueta discursiva que están haciendo algunos para justificar que esto no se trata de un ajuste. Quizás sea porque no los ajusta a ellos.
El ajuste es del otro.
(*) El autor es filósofo y doctor en Ciencias Sociales
© La Nación
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