Por Isabel Coixet |
He visto mensajes que ponen los pelos de punta. He visto a personas que me conocen vagamente cruzar rápidamente la calle para no encontrarse conmigo, para que no las vieran saludándome (mi desconcierto al darme cuenta, vago malestar, pena y, sí, algo parecido a la rabia). He visto a gente haciéndose de Telegram de repente y he sabido por qué (gente que no creeríais).
He visto a una mujer con el pelo rubio impecable llevando un bolso de la última colección de Loewe, gritando sola a punto de desgañitarse: «Mossos, gossos» (‘Mossos, perros’).
He olido a quemado muchas noches de octubre. He visto a mujeres mayores que yo reunirse en una plaza para discutir a qué manifestación se unían y dónde
irían a cenar luego; mientras unas abogaban por un bocadillo en una barra, otras defendían la idea de algo más sólido, menos informal (ganaban las segundas cuando me fui). He visto a una ciudad
devastada levantarse y salir a la calle y pretender que aquí no ha pasado nada (y eso me ha dado más miedo que la noche antes, cuando los fuegos y los cánticos y los gritos).
He visto a chicos con la boca tapada dirigirme miradas amenazadoras y desviar la mirada cuando yo no me achantaba. He visto una fotografía de un hámster con una
banderita atada al cuello diminuto. He visto el desconcierto de los que no se imaginaban que esto iba a ser así, pero han seguido, como las novias camino del altar que, de repente, se dan cuenta de que no aman al hombre
con el que van a casarse, pero siguen a pesar de todo hasta el «sí, quiero», el beso, el banquete, todo el lote, porque así lo quiso el destino, mami. He visto libros de reservas vacíos. He
visto buena fe. Y mucha mucha mala fe.
He visto la pura ignorancia en acción. He visto el triunfo de «cuanto peor, mejor». He visto a hombres y mujeres quejarse amargamente (y he pensado: «No
es ahora el momento de quejarse, llegas tarde, ¿por qué no hablaste cuando debías?») y me he callado y he agotado las pocas reservas de empatía que me quedan y me he agotado y ahí sigo
mientras los helicópteros continúan surcando el cielo, atronadores, y me aguarda otra noche en blanco y sólo me salva el último libro de Patrick Modiano, Encre sympathique, porque me recuerda que hay vida y mundo y melancolía más allá del ruido y del fuego y de los gritos y del silencio.
© XLSemanal
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