Por Claudio Jacquelin
En solo tres semanas, Alberto Fernández constató que el mundo ya no es ancho y ajeno, ni siquiera para el presidente electo de un país periférico, estragado
por los problemas y de muy relativo aporte al producto bruto mundial. Por el contrario, supo de primera mano que todo es demasiado estrecho y cercano. Y que las demandas estallan al ritmo de la realidad virtual.
Su visita a México fue mucho más pedagógica de lo que presuponía una agenda donde abundaban baches y recorridas turísticas.
Las reuniones fuera de agenda del presidente electo con los dos representantes de Donald Trump le dejaron en claro tres cosas: 1) la interrelación que existe en asuntos de política
internacional, 2) cómo lo que haga hasta el jugador aparentemente menos relevante puede importar en el tablero mundial y 3) cuánto exceden a los conflictos regionales los temas que a Washington le interesa discutir
con países como la Argentina.
La cuestión china fue la invitada sorpresa a esas mesas y, en algún momento, hasta relativizó urgencias obvias, como la crisis de la deuda argentina con el FMI y
los acreedores privados, la situación de Venezuela y la inestabilidad político-social del sur del continente. No influyó que en Bolivia todavía no hubiera habido golpe y que Lula aún no hubiera
sido excarcelado. La improvisación no abunda en las misiones de los enviados de Estados Unidos, aunque sean funcionarios del tuitero espontáneo más poderoso del mundo.
A la comitiva argentina le quedaron en la cima de los temas abordados la inquietud y la precisión que sobre las relaciones con China le expusieron al próximo presidente.
La cuestión, dicen, apareció tanto en la reunión que se hizo pública con Mauricio Claver-Carone, responsable para la región en el Consejo Nacional de Seguridad, como en la que previamente
Fernández había mantenido a solas con Elliot Abrams, asignado a la cuestión venezolana. El primero es un anticastrista de manual, que estuvo acompañado por un argentino casi norteamericano que asesora
al titular de la OEA. El segundo, un verdadero halcón yanqui, que trabajó para Reagan, Bush padre y Bush hijo, quien, tras indultarlo por una condena por su participación en el escándalo Irán-contras,
lo tuvo entre los ideólogos de la segunda guerra del Golfo.
En el equipo de Fernández afirman que no hubo vetos a las relaciones comerciales con la segunda economía mundial. La preocupación pasó por la cuestión
tecnológica, la ciberseguridad y el control del espacio exterior. Por un momento, los peronistas se vieron en el centro de la escena de otra guerra fría. Como actores de reparto, es cierto, pero dentro de la
filmación. No hubo planteos muy distintos de los que Macri recibió al respecto de la administración Trump, pero sí pareció haber más urgencia o más inquietud. El mundo siempre
se mueve más rápido que la Argentina y un gobierno justicialista es una fuente absoluta de incertidumbre para EE.UU. La plasticidad de los presidentes peronistas para pasar de las relaciones carnales a los alicates
que cortan vínculos no se olvida.
La inminencia de la implementación de la tecnología 5G para las telecomunicaciones fue uno de los dos temas que los norteamericanos plantearon. El avance chino en la materia
es considerado una amenaza para EE.UU. En la Argentina, la asignación depende del Gobierno. La seguridad y los negocios nunca son escindibles para las grandes potencias. El otro asunto que sigue preocupando a Estados
Unidos y que los enviados de Trump expusieron sin eufemismos es la estación espacial china en Neuquén, hija de un convenio que firmaron, con anexos reservados, Xi Jinping y Cristina Kirchner. La capacidad de
interceptación de comunicaciones y de control satelital desde allí ha llevado el asunto al Congreso norteamericano a principios de este año. Hace más de medio siglo que para Estados Unidos su soberanía
se juega también en el espacio exterior. No son pocos los que hacen analogías con la guerra de las galaxias de Reagan, que aceleró el colapso de la Unión Soviética.
El origen de aquel convenio entre la Argentina kirchnerista y China aumentó la preocupación norteamericana desde el 27 de octubre. Quieren evitar que sea peor a partir
del 10 de diciembre.
La disputa existente puertas adentro del Frente de Todos sobre quién retendrá el control de las relaciones con China eleva las alarmas, aunque en el equipo de relaciones
exteriores del albertismo se empeñen en negar que Cristina ya se haya reservado ese vínculo. Otro tanto pasa con Rusia. Sus prolongadas estadías en Cuba agigantan temores y excitan la imaginación.
También en esto Alberto prefiere eludir definiciones públicas y encasillamientos. En el equipo del presidente electo están convencidos de que la inestabilidad regional ofrece una oportunidad en varios
frentes. Por eso, al tiempo que se muestran receptivos a las preocupaciones norteamericanas, el propio Fernández desafía y cuestiona a Washington por el caso boliviano. Dicen que la reacción se debió
no solo a las expresiones de Trump, sino también a supuestas acciones u omisiones de su embajada en La Paz. El ya famoso carácter explosivo albertista y el cálculo habrían pesado en partes iguales.
La invitación a Evo Morales a cambiar su exilio mexicano por la Argentina habría que analizarla entre esos dos polos habitados por el enojo y los guiños al progresismo
interno y externo más que a un plan concreto y viable. Alberto Fernández pareció reafirmarlo tácitamente cuando sus allegados le advirtieron sobre los riesgos que implicaría una movida de
esa naturaleza. Por ejemplo, que una inestabilidad mayor en Bolivia derive en una oleada migratoria sobre la Argentina. La crítica situación social que recibirá Fernández no es un buen punto de
partida para sumar un problema de esa índole.
Por otra parte, la relación entre Fernández y Morales no es comparable con la que el argentino tiene con Lula, por quien hasta puso en dificultades el vínculo con
el principal socio comercial del país. "Para Alberto, Lula es Mandela. En cambio, Evo es Ego Morales", dicen con sorna en su entorno. No solo buscan marcar diferencias, que hacen a una personalidad u otra;
también refieren a las distintas problemáticas político-institucionales que, a su juicio, anidan en cada situación. Sutilezas. El sueño invencido del no alineamiento está en los genes
de todo peronista, sea por fidelidad doctrinaria o por pragmatismo. El albertismo está convencido de que puede volver a recurrir a él en su beneficio, sin temor al riesgo de apelar a categorías de otra
época para abordar problemas de nueva generación. El reciente recibimiento de Jair Bolsonaro a Xi Jinping, repleto de halagos, en el contexto de la reunión de los BRIC, despertó el interés
del equipo de relaciones exteriores de Fernández y retroalimentó la visión pragmática. Si el principal aliado y émulo de Trump en el vecindario se lo permite, todos toman nota. También
para evaluar posibles consecuencias negativas para la economía argentina de la nueva gestualidad del presidente brasileño.
A pesar de las inquietudes norteamericanas, o gracias a la especificidad de los planteos, el contexto lleva a renovar las esperanzas de que lleguen soluciones económico-financieras
desde Oriente. Aunque desde que empezaron a acunarse, los sueños siempre han sido más gratificantes que los crudos despertares. Otra vez la asistencia financiera vuelve a asomar entre expectativas y urgencias,
tanto como las obras de infraestructura (algunas postergadas durante el macrismo por cierta flojedad de papeles de su origen kirchnerista). Ahora, además, se suman con fuerza algunos proyectos productivos de diversa
índole. Entre estos aparecen inversiones cruciales para Vaca Muerta. Habrá que ver los intereses que pueden tocar y afectar.
También esperanza al albertismo la idea del trasvasamiento de buena parte de la producción de carne de China a la Argentina, apalancada en las limitaciones sanitarias de
ese país. En el proyecto aparece un poderoso empresario de los medicamentos de estrecho vínculo con Fernández. El atractivo de la iniciativa es tal que diluye el tiempo, el esfuerzo, las consecuencias
y las decisiones previas que requerirá un proyecto de semejante magnitud antes de dar beneficios. Ya se lo advirtieron al equipo del presidente electo. Pero en medio de tantas penurias nadie cuestiona las eventuales
cualidades curativas a una medicina, por más experimental que sea. Menos si proviene de un laboratorio amigo. Los vínculos con China para este y otros proyectos ya estarían aceitados. La designación
del embajador en Pekín puede ser decisiva. Sobre todo, para comprobar quién manejará esa relación. En las últimas horas, en las cercanías de Fernández pusieron en duda la designación
en esa legación de Sabino Vaca Narvaja, tío de Elena, la nieta de Cristina Kirchner. El joven es un reconocido estudioso en el plano universitario de las relaciones con China.
© La Nación
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