Kicillof. El uso del pasado en su discurso asomó como una arenga de barricada estudiantil |
Allá por el año 385 antes de Cristo el poeta griego Agatón invitó a cenar a sus amigos Fedro, Pausanias, Erisímaco, Aristófanes y Sócrates
(maestro de ellos y de muchos más). Durante el convite cada comensal habló sobre la esencia y la naturaleza de la belleza y del amor. Hacia los postres llegaron Alcibíades y el médico Erixímaco.
Este encuentro ficcional fue imaginado y reproducido por Platón en El banquete, uno de sus célebres y fundamentales Diálogos. El dueño de casa, Agatón (448-400 a.C.), era admirado por su
belleza física y considerado el más importante dramaturgo luego de Esquilo, Eurípides y Sófocles, padres de la tragedia como género teatral. Y a él se debe esta terminante sentencia:
“Ni siquiera los dioses pueden cambiar el pasado”.
Quizás sea demasiado pedir que nuestra clase política y nuestros gobernantes hayan tenido algún contacto con las fuentes y los orígenes filosóficos
de Occidente, pero no les vendría mal repasar la afirmación de Agatón. Por exceso de presencia, o por ocultamiento, el pasado parece ser siempre la guía de sus acciones. Para el caso de arribar
al poder unos proponen regresar a él, reinventándolo previamente mediante un relato mítico, y otros prefieren olvidarlo para prometer un futuro volátil y sin cimientos. Mientras tanto, así
nos va.
Una vez que despertó de su opiáceo sueño de optimismo pueril sobre el futuro, el gobierno saliente cargó las tintas sobre el pasado (“70 años”,
“Pesada herencia”) para tapar su mala praxis y mantener abierta la grieta que finalmente se lo tragó. A su vez, los elegidos para gobernar durante los próximos cuatro años inventan para sí
pasados gloriosos y endilgan al reciente la culpa por el posible incumplimiento de sus promesas de campaña. En algunos casos, como en el discurso del gobernador electo de la provincia de Buenos Aires en la noche victoriosa,
ese uso del pasado asomó como arenga digna de barricada estudiantil (especialidad del nombrado) y despojada de toda calidad o grandeza política.
De este modo el pasado, que es inmodificable (remember Agatón), termina por abonar una visión determinista del futuro. Mientras se siguen cavando grietas en el terreno
de lo pretérito, y en esas grietas se cuecen, añejan y fermentan resentimientos, el porvenir debe esperar. La sociedad, anclada en el pasado, ve cómo el tiempo sigue su marcha hacia adelante, el mundo
se aleja y cualquier visión transformadora sólida y fundamentada queda cada día a mayor distancia. ¿Qué nos pasa a los argentinos?, es la pregunta frecuente durante este anclaje. Y a la hora
de buscar razones y culpables de “eso” que nos pasa se hurga en… el pasado.
Las palabras con que se habla del pasado expresan qué puede esperarse del futuro, dice el antropólogo francés Marc Augé. No se lo puede ignorar, acota en
su ensayo titulado Futuro, y sería peligroso y absurdo negarlo, tanto en la vida de las personas como de las sociedades. “Pero, concluye Augé, reducir a él toda explicación, convirtiéndolo
en actor único, es correr el riesgo de ignorar lo que en relación con el tiempo escapa a la historia o, más exactamente, a la determinación histórica: la intuición, la creación
el comienzo, la voluntad o el encuentro”. Tanto la religión como la política y el psicoanálisis, subraya este pensador, ubican en el pasado el pecado original que inmoviliza el presente y desdibuja
el porvenir.
Una detenida y sincera reflexión sobre este tema no solo mejoraría la calidad de la política. También sería oportuna para esos grandes sectores de
la sociedad que después de las elecciones, ya sea por la desilusión de la derrota o por una vivencia prepotente del triunfo, siguen escarbando en el pasado para extraer de allí más combustible para
atizar enfrentamientos. El inglés Harold Pinter (1930-2008), uno de los grandes dramaturgos contemporáneos, autor de El sirviente, El amante y Regreso al hogar, entre una treintena de obras, advertía que
“el pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences en recordar, o lo que pretendes recordar”. O sea que, después de tanto insistir en el pasado, es probable que ni siquiera estemos
hablando de la misma cosa.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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