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lunes, 18 de noviembre de 2019

Los malos existen

Por Carmen Posadas
Me sorprende que en un mundo tan justiciero y políticamente correcto, en una sociedad que se empeña en decirnos lo que debemos opinar, lo que tiene que gustarnos o no, lo que está bien o mal según unos cánones que nadie sabe quién establece, pero que todos acatamos, no se repare en ciertos mensajes subliminales nada edificantes. Hablo, por ejemplo, de los cuentos infantiles. De aquellos con los que nosotros nos educamos, pero que ahora, según la moral imperante, resulta que son machistas, xenófobos, violentos y poco sensibles con la diversidad y con los discapacitados.

¿¿¿Cómo que Blancanieves vive con siete enanitos??? Será más bien que comparte casa con personas aquejadas de acondroplasia. ¿Y cómo que es ella quien se ocupa de lavarles la ropa y hacer las camas? Las labores domésticas han de realizarse entre todos los miembros de la comunidad. ¿Y qué demonios es eso de que un príncipe desconocido que pasaba por ahí la despertó con un beso? ¿Acaso no es este un clarísimo caso de sexo no consentido? En cuanto a la madrastra malvada del cuento, habrá que averiguar por qué era mala, sus razones tendría. ¿¿¿No??? Seguro que tuvo una infancia traumática.

Lo que más me llama la atención de la doctrina imperante es que los Torquemada que la imparten sean tan intransigentes para unas cosas e incomprensiblemente laxos para otras. En este momento, en las carteleras de los cines, dos cintas, Maléfica y Joker, compiten por convertirse en la película más taquillera. La primera es la historia del hada mala de La bella durmiente, la segunda relata la vida del malo malísimo del cómic Batman, y ambas están íntegramente dedicadas a contar su pasado y explicarnos por qué se volvieron malvados. En el caso de Maléfica porque el padre de la bella durmiente, que le había prometido amor eterno, la dejó por otra. En el de Joker, porque fue un niño maltratado por su madre y vejado por la sociedad, de modo que se convirtió en un psicópata asesino.

Hasta aquí todo bien, ninguno de los dos argumentos es muy novedoso. Lo nuevo es que, según la sensibilidad reinante auspiciada por esa corrección política que tanto vela por nosotros, en ambas películas la propuesta consiste en exculpar el proceder de estas dos pobres personas. Un ejercicio peligroso, a mi modo de ver. Bastante más pernicioso, digo yo, que el hecho de que Blancanieves haga las camas de los enanitos o que un príncipe desconocido le plante un beso de tornillo cuando está dormida. Pero no. Como según la sensibilidad actual la maldad no existe, debe haber una explicación para su comportamiento, de modo que si mengana o fulano hacen semejantes maldades, ha de ser porque su mamá no lo quería, su papá le pegaba y/o los niños en el cole se reían de él. Como si todos los niños que han tenido una infancia triste acabaran convirtiéndose en psicópatas o en asesinos, como si no existiese responsabilidad personal alguna y uno no fuese capaz de elegir hacer el bien o hacer el mal.

El otro día pude comprobar este fenómeno a la salida del cine. «Con todas las perrerías que le han hecho a Joker, yo me los hubiera cargado mucho antes», comentaba un chico de unos 18 años a sus amigos. Otro entre ellos intentó decir que nada justificaba el ir por ahí matando gente, pero no tuvo ningún éxito. La peli había creado tal empatía con el personaje que nadie se tomaba la molestia de analizar más allá. No caeré yo en el error de proponer que películas de esta índole sean prohibidas, ni siquiera cuestionadas. Pero alguien debería alertar a los Torquemada de la moral ajena de que la mala hierba del buenismo que ellos siembran ha crecido igual de alta e intrincada que las zarzas con las que Maléfica envolvió el castillo de la bella durmiente, y tiene sus efectos colaterales. Si lo que ellos desean es proteger a los jóvenes de conductas no recomendables, no estaría de más que entre tanto sermón antimachista y antirracista introdujeran otro que, por cierto, siempre ha estado presente en los cuentos infantiles: los malos existen. Y lo son no porque hayan tenido una infancia desgraciada, blablablá, y estén traumados, blablablá, sino porque la naturaleza humana es así, capaz de todo lo mejor y también de lo más abyecto.

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