Por Gustavo González |
Es que el futuro siempre fue, por sobre todas las cosas, impredecible. Incluso para los dioses.
Deseos incumplidos. Durante la campaña, los estrategas del macrismo y algunos analistas políticos intentaron convertir las hipótesis sobre el futuro en hechos científicos
e irrefutables.
Por ejemplo, se dio por cierto que confrontar con Cristina conduciría a la reelección de Macri. La alta imagen negativa de ella le imponía un techo que la haría
perder en un ballottage porque la mayoría de los argentinos no toleraría un regreso al pasado y a la corrupción peronista. No había necesidad entonces de una tercera alternativa electoral que le
sacara votos al kirchnerismo como en 2015, ya que, además, eso implicaba el riesgo de que esa tercera vía terminara ganando.
Con el mismo énfasis luego se aseguró que Alberto Fernández era un mal candidato porque cargaba con la misma mala imagen de su jefa más el déficit
de no ser tan conocido, de ser considerado un títere o, por el contrario, alguien poco confiable para el votante cristinista por haber traicionado a Cristina.
El principal problema de un análisis no es errarlo, sino confundir la necesidad de que algo ocurra con el deseo de que ocurra como uno quisiera. Y después confundir ese
deseo con la realidad.
Anti vs anti. Las personalidades y las opiniones se construyen a la par de las personalidades y opiniones de los demás. Tanto para plegarse a unas como para oponerse a las otras.
Una parte de los casi 11 millones de argentinos que votaron a Macri lo hicieron guiados por un rechazo visceral al modus operandi de un peronismo que relaciona el poder a un coto de
caza y la caja del Estado al bolsillo de los funcionarios.
Están convencidos de que Cristina y el peronismo son la representación política del Mal pero, como los estrategas macristas, creían imposible su triunfo,
confiados en que una mayoría social no toleraría volver al pasado.
Al igual que el peronismo, el antiperonismo también se construye de relatos simples, que pueden ser fácilmente entendidos y repetidos.
Así como unos piensan que Perón y Evita son los salvadores del pueblo trabajador y Néstor y Cristina sus mejores herederos, los otros traducen esos nombres como
adoradores del fascismo, la violencia, el populismo y la corrupción.
Ambos imaginarios están basados en hechos reales (de lo contario no perdurarían), pero están agigantados por la necesidad atávica de afianzar las propias
creencias, los prejuicios históricos, los sesgos culturales, los intereses económicos de cada sector y el miedo frente a lo que no se conoce bien o a lo que el otro representa.
Grieta sobre grieta. El imaginario antiperonista de hoy no es muy distinto del que se escuchaba y leía en los años 50: el enriquecimiento de sus líderes (todavía
se busca la supuesta fortuna que Perón acaparó durante su paso por el poder), la demagogia discursiva, las manifestaciones pagas u obligadas, las persecuciones políticas, la violencia real y simbólica.
Es un imaginario sustentado en infinidad de ejemplos comprobables y que son la base de un odio que abarca a los líderes controvertidos del peronismo, pero se extiende a los que defienden el imaginario opuesto (también
basado en ejemplos concretos), a las millones de personas que entienden que un gobierno de ese signo sigue siendo la mejor opción para el país.
Algunos sociólogos asocian al antiperonismo con el temor inconsciente de los sectores medios al avance de los más humildes, o al desprecio de las clases altas hacia los
nuevos ricos del sindicalismo y la política. O como la respuesta de las franjas más ilustradas frente al “antirrepublicanismo” de ciertos grupos.
Pero ese antiperonismo generó como espejo invertido posiciones antirrepublicanas, similares o más graves: apoyos a golpes de Estado, a la proscripción del peronismo,
a los bombardeos a la población civil. O un odio irracional hacia sus líderes de la misma magnitud que el que muchos peronistas sienten hacia los líderes “gorilas”.
Es la grieta que unos y otros vienen cavando desde hace décadas y que los dirigentes profundizan imaginando que así será más fácil liderar, controlar
y conseguir los votos de cada grupo.
Enigma Alberto. Lo de Fernández es un misterio a revelar, salvo para aquellos expertos que, de un lado y otro de la grieta, están seguros de que con él volverá
la alegría y la prosperidad del pueblo o que será el responsable de convertir al país en otra Venezuela.
Su historia está asociada a un kirchnerismo que hizo de la grieta una política de Estado, pero durante la campaña se cansó de repetir (en público y
en privado) que había que superar ese enfrentamiento.
Quienes no le creen sospechan que solo se trató de una estrategia electoral y que su gobierno recreará la violencia del kirchnerismo extremo, que se volverá a perseguir
a los medios críticos y se presionará a los jueces para que absuelvan a los ex funcionarios procesados o condenados. Empezando por Cristina.
Es cierto que Alberto ocupó un cargo clave cuando el kirchnerismo daba miedo, pero también es cierto que tras renunciar sufrió en carne propia el castigo mediático
y político que se le aplicaba a los disidentes.
Juan José Sebreli reeditó este año una de sus obras cumbres, Los deseos imaginarios del peronismo, en el que señala cómo desde 1955 el peronismo desarrolló
un relato histórico y político que lo intentaba explicar y justificar. Sebreli está seguro de que el peronismo es una variante nacional del fascismo, que “Cristina es una psicópata que cree
en su delirio”, que Alberto es un cínico que no cree en nada y que “nada bueno saldrá de esto”.
Oportunidad. Son opiniones más cercanas al Sebreli polemista que al filósofo que solo sabe que no sabe, pero reflejan bien a ese importante porcentaje de la sociedad que
asocia al peronismo con el Mal y espera lo peor de lo que viene.
En cualquier caso, el próximo presidente tendrá una nueva oportunidad de confirmar los prejuicios del imaginario antiperonista.
O demostrar, de una vez, que puede representar a una sociedad aburrida del juego bobo de la grieta, preparada para dialogar, ponerse de acuerdo o no, dejar de ver al otro como un enemigo
al acecho. Madurar.
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