Por Roberto García |
No fue así y, como es una mujer intensa, de tiempo completo, en una impresionante blitzkrieg de siete días recuperó lo que parecía yacente, lo dio vuelta,
se adosó privilegios e impuso un nuevo perfil para el futuro gobierno. Muchas ilusiones albertistas quedaron al margen, como las de los sastres que habían diseñado trajes para funcionarios que jamás
van a jurar.
A saber:
1) Le afeitó a AF el atrevido sueño de que “yo pongo a quién quiero en el Gabinete y Cristina no tendrá ninguna injerencia”. Con un breve bombardeo
demolió candidatos (Randazzo, Bossio, Gorgal, Redrado) y, si alguno perdura, está más agonizante que vivo (Vilma Ibarra, por ejemplo, autora del libro que más daño le hizo a la ex presidenta.
Si conceden que Ibarra llegue al Gobierno es por conveniencia táctica, para que el texto de su pluma no trascienda más y se convierta en un best-seller).
Dicen que en una reunión, ante el panorama de designaciones que no aprecia, Cristina señaló: “Les dejé todo para que armen un gobierno y me llenan los
casilleros con los que me odian. Empecemos de nuevo”. Parece verosímil.
2) Borró de un plumazo la amenazante influencia federalista, esa fantasía esbozada por AF en Tucumán: “Voy a gobernar con 24 gobernadores”. Hoy ni los
puede llamar por teléfono y al tucumano Manzur, que alardeó de que “el peronismo tiene un nuevo jefe”, le retiraron hasta la tarjeta de crédito. No lo salvan ni una alarma colectiva de las
embajadas ni el empresario que más contribuyó en la campaña del Frente, atento a poder colocar una vacuna a través del nuevo Ministerio de Ganadería y, quizás, a su hijo en la embajada
de España. Por suerte para él, Cristina le guarda confianza.
3) Otro fulminado por la dama fue Sergio Massa, al principio de peso creciente en la diarquía del poder, con óptimo y renovado vínculo con el ahora “Maxi”
(por Máximo Kirchner), pero que repentinamente se devaluó (al menos, sus postulantes recomendados) con la velocidad de un bono argentino. Ahora hasta debe distraerse para no atender la versión de que el
derrengado Gioja quiere ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados.
4) También Cristina está en otros detalles. Considera, por razones históricas, cierta prevalencia en áreas como YPF, esa empresa que su marido compartió
con un empresario privado (Eskenazi) al que luego ella desalojó para endeudarla con Galuccio y Kicillof. Todo vestido con la bandera nacional, claro. Hoy parece que a Guillermo Nielsen, de metódica cercanía
con Alberto, ni siquiera lo habilitarían para ese cargo luego de haberlo apartado como eventual ministro de Economía. No se conoce el desenlace, pero uno de los pocos amigos de la viuda ya sabe que le corresponde
hacerse cargo de una rama de la compañía. Más que verosímil.
5) Otros menesteres conocidos de Cristina son el tejido que desarrollo en el Senado, sin una grieta bajo su mando, proscribiendo gobernadores, levantando a otros y con personal alineado
a su conducción. Dueña total: necesita esa escritura por bienestar personal: ordenar a la Justicia, liquidar magistrados, expandir el número de la Corte Suprema. El lawfare al revés de la época
macrista. Pieza clave en este ejercicio será Zannini en la Procuración del Tesoro, acumulando la UIF y la Oficina Anticorrupción, más de uno teme por este dominio planetario del “vamos por
todo”.
A Fernández, entonces, Cristina no solo le hizo cambiar candidatos, también de criterios y el sentido mismo de las designaciones (Seguridad, por ejemplo). Otros intereses,
otros pensamientos, en suma un disparate. En la vacancia de Economía se ha advertido una crisis improvisada: demorados los FF, con vanos espejismos como el profesor de Columbia, Martín Guzmán, quizás
en Finanzas, que será de Stiglitz pero no reúne características totalizadoras para la gestión. Se conjetura de nuevo con un favor de Lavagna –luego de la premiación al hijo Marco en
el Indec–, quien juró no aceptar un cargo ministerial, y tampoco lo tienta perder el tiempo en un Consejo Económico y Social. Menos participar de un plan en el que no tuvo participación. Pero siempre
prometió ayudar y está convencido de que la herencia no es la tierra arrasada denunciada por el nuevo gobierno, ni se parece al desastre que hubo en el 2002. Vuelven a coquetearlo porque hubo vetos de Cristina
y no quiso aceptar Mercedes Marcó del Pont la cartera, a pesar de promover las principales ideas que rodean a Fernández y a Cristina –colaboró como socia con Héctor Valle, el mítico
propagador de lo que le costaba expresar a Rogelio Frigerio abuelo como desarrollismo– y ser la tutela ideológica del trío económico que rodea a Fernández desde hace meses: Kulfas, Todesca
y su marido Abeles (esta última pareja tampoco parece convencida de participar ambos en la administración, en una casa no todos ponen los huevos en la misma canasta y en este caso el marido dispone de un ingreso
razonable en Cepal). Con la misma honestidad, el propio Kulfas manifestó también que el superministerio deEconomía era una exageración para su persona, más bien prefiere dedicarse a lo que
se ha especializado, Producción, Pacto Social.
A ningún ministro le gusta hacerse cargo de algunas medidas que toman sus secretarios de Estado, un legado administrativo maldito que deja Macri.
Por encima de estos episodios puntuales de reserva, una confesión de Alberto alude a las dificultades que ha tenido para invitar gente caracterizada a su próximo gobierno:
en la mayor parte de los casos, la negativa a acompañarlo obedece al temor de las derivaciones judiciales que implica trabajar en el sector público. Y eso que invitaba cuando estaba sesenta a cuarenta en su proporción
de dominio sobre Cristina, no como ahora que algunos lo bajaron a treinta mientras la ex mandataria y su dedo admonitorio se elevaron a setenta. En el dilema de poder y no poder, llega lesionado al Gobierno en una semana,
justo cuando necesitaba estar más entero.
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