Por Manuel Vicent |
En el cementerio su cuerpo produce de noche un fuego fatuo derivado
de la inflamación que emite la materia putrefacta. Por estas fechas, solo los románticos alados llevan flores todavía a su tumba.
Todo cambia, decía Heráclito, de modo que la figura cursi del burlador de Sevilla se ha transformado en la de un choto violador en manada. En nuestra cultura la fiesta
de difuntos viene acompañada con toda clase de dulces de mazapán o de calabaza. Antes se celebraban grandes comilonas sobre las tumbas en los cementerios. Algún finado descarado sacaba el brazo por debajo
de la lápida y pillaba un buñuelo, pero hoy los muertos no comen como antaño, ante el terror que les produce lo que pasa fuera de la tumba, todos los vivos desnudos disfrazados de muertos.
Si por estas fechas tiene la costumbre de tomar buñuelos en honor de los muertos no lo deje para mañana porque es posible que el fin del mundo se produzca bajo la forma
de un otoño plácido con aroma de castañas asadas.
En cualquier lugar de nuestra cultura, desde los poblados más salvajes se oye cantar: “A las benditas almas del purgatorio, que Dios las lleve a descansar”. Fue un
genio de las finanzas quien inventó el purgatorio, un impuesto de peaje a medio camino entre el cielo y el infierno. Ahí está hoy el alma en pena de don Juan Tenorio pagando al barquero el tránsito
hacia el olvido.
© El País (España)
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