Por Carlos Ares (*) |
El MedioEvo fue también un período dogmático y oscuro, aunque más breve, que se inició cuando los ejércitos doctrinarios del Imperio Castrochavista
conquistaron culturalmente el centro y el sur de América. Los ciudadanos, como los siervos de la Edad Media, soterrados bajo las promesas de señores feudales, dirigentes políticos débiles, soportaron
y callaron su indignación ante el autoritarismo. la prepotencia y la extorsión de los portavoces de la Iglesia, los empresarios cómplices y las mafias sindicales que se investían de dogmas, invocando
a “Dios”, “el pueblo”, “la patria”, “los trabajadores”.
Las multitudes comenzaron a comunicarse sin intermediarios para exigir nuevos derechos, denunciar actos de corrupción y que se haga justicia en los casos de delitos comprobados.
Los reclamos limitaron el abuso de poder. Obligaron a cumplir con la Constitución y las leyes. Con marchas pacíficas, multitudinarias, violentas en ocasiones, derrotaron a un fascismo que parecía invencible.
Cada persona podía al fin pensar por sí misma. El público contrastaba la información y obtenía datos de fuentes diversas, sin confiar plenamente
en ninguna. Dejaron de adherir automáticamente a las bajadas de línea que los redactores de “relatos” difundían desde las escuelas primarias. Los carteles, las consignas, los mensajes del tipo
“unidos o dominados”, ya no tenían sentido.
Los jóvenes formateados en las nuevas tecnologías se reiniciaban constantemente. Limpiaban sus sistemas de virus, troyanos y gusanos conservadores de cargos, privilegios,
saberes y puestos de conducción y autoridad sobre las clases más pobres y vulnerables, a las que mantenían como clientes sin derecho a otra cosa más que a la espera de un reino en los cielos. Los
aprietes, las amenazas, insultos, pullas y chismorreos de los mercenarios, producían el efecto contrario al buscado. Ya no convencían, ni intimidaban.
El MedioEvo fue mucho más que una mera turbulencia histórica. Todo estuvo a punto de terminar para siempre. Todo. La democracia, el diálogo, la conversación
social, la construcción de una convivencia posible. Todo. El magma oprimido entró en erupción. Dicen los testigos que se sentía abrir la tierra bajo los pies. Las amistades, las casas, los bares,
las mesitas en las veredas, los vasos, las bocas, todo se agrietaba y dejaba ver el fuego que ardía en el interior de cada uno.
Las acusaciones, las denuncias, los gritos, las piedras lanzadas en los debates entre anónimos, conocidos o desconocidos, atronaban. Restallaba, asustaba el odio. Las lenguas
asomaban inflamadas, flagrantes. Tejían telas de sangre las arañas en el globo blanco de ojos que se salían de las órbitas. Nadie quería saber. No se intentaba comprender.
Las contradicciones eran de libro, pero no se reparaba en ellas. El peronismo, nacido y criado golpista, se arrancaba los pelos del pecho y de la frente para poder pegarse etiquetas
de denuncia contra los Golpes de Estado. A su vez, pedía la renuncia de presidentes democráticamente elegidos. Otros fanáticos, nostálgicos de pasadas dictaduras, alentaban la intervención
militar para reprimir a los que solo querían que se escuchen sus reclamos. El Papa, obispos, curas, pastores evangelistas, se ofrecían como intermediarios para reponer el poder de un supuesto Dios.
Las cruces, las torturas, los crímenes, los inquisidores, las denuncias, las hogueras, se reproducían en escenas que remitían al primero y más extenso MedioEvo.
La historia volvía a repetirse, como farsa.
(*) Periodista
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