Por Guillermo Piro |
La cosa no es nueva, ya en 2009 estudiosos de la Universidad de Wurzburgo, en Alemania, habían establecido que el llanto de los bebés alemanes y el de los franceses
era diferente. Hoy, el mismo equipo de investigación la misma universidad perfeccionó los resultados del estudio: luego de analizar 500 mil llantos de neonatos de todo el mundo llegó a la siguiente conclusión:
cada uno llora en su propia lengua.
Un niño alemán, dice el estudio, llora “con entonación decreciente, exactamente como las frases en alemán”, explica Kathleen Wermke, bióloga y antropóloga que dirige la investigación, “y un bebé francés llora con una entonación creciente, exactamente
como las frases en francés”: evidentemente los niños son influenciados por la lengua materna mientras están sumergidos en líquido amniótico en el vientre materno.
Quienes al leer esto ya están afilando las dagas de la denuncia por maltrato deben saber que los neonatos estudiados por la doctora Wermke y su equipo no fueron de ningún
modo inducidos al llanto: jóvenes investigadores diseminados por todo el mundo se colaron en los servicios de neonatología de los hospitales de todo el globo terrestre y, celular en mano, grabaron a los bebés
estudiados. Y como ocurre a menudo, el material recolectado sirvió para descubrir cosas inesperadas, como por ejemplo que en los países en que se habla lenguas tonales –como el chino mandarín–,
en las que las variaciones de tono hacen que varíe el significado de las palabras o la estructura gramatical, la “melodía” del llanto es mucho más compleja que en otras partes. Los bebés
suecos, cuya lengua madre tiene acentuaciones “con picos”, lloran “con picos”. Lo mismo corre para todas las lenguas.
Los niños, explica Wermke, se expresan por imitación de lo que se da en llamar la “prosodia” de la materna. Cerca del noveno mes de embarazo, el bebé
ya es capaz de oírla: palabras y sonidos específicos son amortiguados por el líquido amniótico, pero el ritmo y la melodía permanecen, se oyen con claridad. Y esos son los primeros sonidos
que el niño recién nacido imita, sencillamente porque es todo lo que conoce. Algo similar a lo que hacemos nosotros poco después de haber caído en un lugar del que no conocemos la lengua: podemos
imitar el ritmo y la melodía, aunque no entendamos una palabra.
Hace poco Sophie Hardach, una periodista del New York Times, visitó el laboratorio de la doctora Wermke, en la Universidad de Wurzburgo: está lleno de juguetes, alfombras
infantiles, tapetes didácticos y estudiantes que desgraban. ¿Quién mejor que ella para aconsejar el mejor modo de hacer que un bebé deje de llorar? Se lo preguntaron. Aullar, respondió la doctora.
¿Aullar? Sí, respondió la doctora, y se lo demostró aullando como un lobo. Y al parecer funciona. Un bebé dejó de llorar y se puso a reír, otro se detuvo para observarla, sorprendido
y atento. Otro se puso a dormir. En cualquier caso todos se relajaron. “Es un método garantizado para hacer que un bebé interrumpa el llanto una vez que arrancó”, explicó la doctora.
Con un simple aullido. La propia Hardach hizo la prueba con su sobrino, de regreso a Nueva York. Dice que funcionó. Habrá que probar.
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