Por Manuel Vicent |
En nuestra cultura el dedo índice
tiene distintos significados, todos imperativos. Con ese dedo erguido se nos amenaza, se nos acusa, se nos inculpa, se nos indica el único camino recto que debemos seguir.
Ese gesto lo usan como señal de autoridad los moralistas, los políticos fanáticos, los censores, quienes poniendo el dedo sobre los labios nos advierten de que nos
conviene callar. He aquí la forma en que el dedo infantil, que en su momento fue creativo, acaba convertido en un poder de destrucción.
A lo largo de la evolución humana, después de que los primates generaran las cosas señalándolas con el dedo, comenzaron a crearlas con palabras. Así
irían Adán y Eva desnudos en el hipotético paraíso terrenal señalando primero y dando nombre después a los animales, plantas, árboles y frutas hasta llegar a la manzana de la
inteligencia. Las cosas se creaban al nombrarlas.
A partir de entonces solo existen las cosas que tienen nombre, del que deriva un poder mágico. Llamas al lobo y el lobo viene; hablas una y otra vez de crisis y por fin la crisis
llega; dices que todos los políticos son una mierda y lo acaban siendo; repites que en este país existe un clima políticamente irrespirable y al final te asfixias; pronuncias a gritos la palabra libertad
y solo por eso ya te crees libre, pero en este caso llega el aguacil y te mete el dedo en el ojo.
© El País (España)
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